Andalucía Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
Sánchez rearma la mayoría de Gobierno el día que Feijóo pide una moción de censura
Miguel esprinta para reabrir su inmobiliaria en Catarroja, Nacho cierra su panadería
Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Los mensajes de Miss Perú no son una revolución feminista

Antes que nada, reconozco que he visto entero el certamen de Miss Perú. Del mismo modo que veo todos los años Miss Venezuela y que seguía los concursos de Miss España, hasta que la corrupción y la especulación urbanística, en los tiempos que atábamos los perros con longaniza, se cargaron el formato. Lo frívolo no es ver los certámenes de misses, sino considerar una frivolidad certámenes que, especialmente en Latinoamérica, siguen millones de personas y que congrega delante de los televisores a cifras que para sí quisieran partidos de fútbol reseñables o el mismo Eurovisión.

El certamen de Miss Perú comenzó con los alegatos de sus 23 candidatas contra la violencia de género, que en Perú sufre un 68% de las mujeres. Cifras terroríficas, escalofriantes y estremecedoras que no se solucionan en un concurso televisado en el que, justo después de lanzar sus proclamas contra la violencia de género, el realizador enfocó el culo de las concursantes. No nos equivoquemos, la televisión es negocio y el feminismo, por suerte, está de moda.

Las feministas en el último siglo han hecho una revolución silenciosa que ha cambiado el mundo. Si hace 20 años un hombre podía presumir de ser machista sin recibir ninguna reprimenda de su entorno, hoy sólo es posible en círculos que aún habitan en las Cuevas de Altamira. La televisión busca espectadores porque los espectadores son audiencia y la audiencia es dinero en publicidad. Y el dinero es riqueza para el dueño de la televisión. Esto se llama capitalismo, va en serio y aprovecha todo lo aprovechable.

La violencia contra las mujeres no es un accidente meteorológico, no se produce sola, no se da porque los hombres agresores sean muy malas personas y no quieran a las mujeres. No, esos hombres tienen hijas a las que quieren, mujeres de las que se enamoran e incluso madres a las que admiran. Los feminicidios no son un asunto moral que atañe a la bondad o maldad de un individuo, sino que es un problema estructural que se alimenta, legitima y justifica desde todos los ámbitos de la vida cotidiana, especialmente desde el mundo de los medios de comunicación y la moda que son espejos donde se mira la sociedad de masas en la que vivimos.

“El capitalismo salvaje”

Violencia de género son las misses de Perú en traje de baño siendo evaluadas por las medidas de sus caderas, sus piernas y sus pechos, aunque las medidas que ellas verbalizaran fueran las de la violencia de género en su país; violencia de género es fomentar que haya niñas que sueñen con ser princesitas por un año siendo coronadas como soberanas de la belleza de su patria; violencia de género es que esas misses sean contratadas como modelos para ponerlas al lado de un coche como reclamo, porque ya sabemos que lo importante de un coche no son los caballos, que sea ecológico o consuma combustible fósil, sino el tamaño de las tetas y la sensualidad de la mujer que lo anuncia.

Violencia de género es apelar a las mujeres víctimas a que sean fuertes, emprendedoras y valientes para salir del horror de la violencia de género y no a los hombres que producimos el horror; violencia de género es infundirle a las mujeres víctimas que tienen que ser todoterrenos y superwomans para salir de la barbarie que sufren; violencia de género es olvidarnos de que somos nosotros, los hombres como especie, quienes producimos un horror que se traduce en que una mujer se estremezca de miedo al oír abrir la puerta de su casa a su maltratador o se cambie de acera cuando se cruza con nosotros por una calle de noche.

Violencia de género es querer convertir en heroínas a las víctimas de la violencia de género para no hablar de las razones por las que son víctimas. Convirtiendo en heroínas a las mujeres víctimas de la violencia machista, las travestimos de mujeres fuertes, empoderadas, luchadoras y poderosas que no necesitan ayuda de las instituciones, de la justicia, de su familia, ni de nadie. El neoliberalismo, como el machismo, se nutre también de las palabras con las que nos familiarizamos.

Una mujer que ha sido acosada, violada, ultrajada y humillada se convierte en una ganadora del sistema si empezamos a hablar de ella como heroína, pero si la llamamos víctima, para ver y combatir la desigualdad que soporta, es una perdedora. Y ya sabemos que al capitalismo salvaje que sufrimos no le gustan los perdedores, por eso las personas con cáncer, los indigentes, los parados de larga duración, con movilidad reducida, las mujeres prostituidas, las empleadas de hogar con sueldos de miseria, los enfermos de patologías raras, sobre quienes no se dedica dinero público a la investigación médica, son héroes por sobrevivir en un mundo hipócrita que le dedica maratones en nombre de su causa pero que les da la espalda en la financiación pública de sus intereses.

Siendo víctimas habría que abrir un análisis en la sociedad y mirarles a la cara a las víctimas y decirles que el sistema político, económico y cultural, lejos de estar poniendo remedio, fomenta la desigualdad e injusticia que sufren. La violencia contra las mujeres se alimenta en cada momento, todos los días, de todos los meses, de todos los años, con cada fotografía de una mujer desnuda en la contraportada del periódico deportivo AS; se alimenta de los periodistas que escriben artículos con expresiones de odio contra las feministas y las mujeres en general; se alimenta de la multinacional de Amancio Ortega que fabrica una camiseta con el eslogan ‘Yo soy feminista’ que ha sido cosida por una niña que cobra 30 euros al mes en Bangladesh; se alimenta de las bravuconadas de algunos políticos contra sus compañeras de escaño.

Violencia de género es que haya periódicos que tengan anuncios de prostitución en su interior, mientras en portada sacan el último caso de violencia de género a cinco columnas; violencia de género es que exista un prototipo de ser mujer perfecta, creado por la industria y avalado por leyes que lo permiten, que se resume que la mujer que no entre en ese molde no tiene libertad para vestirse como le dé la gana, ser feliz y sentirse deseada; violencia de género es que el más de la mitad de las familias monoparentales sean hogares que duermen en el umbral de la pobreza y la exclusión social; violencia de género es que todos los trabajos feminizados, sin excepción, tengan condiciones laborales y salarios con los que una mujer no tiene independencia económica para dar el portazo al maltratador que le hace comer lágrimas de miedo.

“Princesitas en busca de corona y de príncipe azul”

Lo revolucionario hubiera sido que las 23 candidatas de Miss Perú hubieran dicho que suspendían el concurso, que no se presentaban porque los modelos de mujer que fomenta este certamen sitúa a las mujeres como objetos sexualidad y no como sujetos de derechos, como caras bonitas sin inteligencia, como niñas débiles capaces de todo por ser princesitas por un año, como carne de cañón para alimentar un mercado, el de la moda, que también se nutre del acoso sexual a jovencitas capaces de soportar lo que sea por cumplir el sueño de convertirse en la princesita de su país y ser jaleadas por su familia.

Violencia de género es hacernos creer que los espacios machistas, como la prostitución o los certámenes de belleza, pueden ser feministas o que sólo modificando leyes conseguiremos erradicar un terror que atormenta a las mujeres de por vida, pero también a sus hijos e hijas. Con la violencia de género acabaremos el día que no existan concursos de misses que le dicen a las niñas que para triunfar sólo tienen que aspirar a ser princesitas en busca de corona y de príncipe azul.

Violencia de género es que la ganadora de Miss Perú no haya sido Andrea Moberg, que fue quien mejor respondió y con más coherencia a las preguntas durante el transcurso de la noche y que tiene acreditada experiencia en la lucha por la emancipación de las mujeres peruanas que viven en la región selvática peruana, de donde ella es. No, no ganó la más feminista, a la que le dieron el trofeo de consolación, el ‘Premio Rosa’, por su labor feminista en la selva.

Ganó la más ‘miss’ de todas, Romina Lozano, que podría perfectamente haber ganado en un certamen en el que se fomentara la protección de las ballenas o a favor de las prendas de piel. No me atrevo a decir que no sirve de nada el mensaje que las 23 candidatas peruanas han lanzado al mundo, pero desde luego la violencia de género no se acaba yendo a las consecuencias sin mirar el origen de tanto terror. Y en el origen están también los certámenes de belleza donde las mujeres son carne fresca en un mercado hambriento de nuevas reses. Quizás la espectacularización de la barbarie se nos está yendo de las manos y nos merezcamos una pensada en serio. La violencia de género no es ningún show.

Antes que nada, reconozco que he visto entero el certamen de Miss Perú. Del mismo modo que veo todos los años Miss Venezuela y que seguía los concursos de Miss España, hasta que la corrupción y la especulación urbanística, en los tiempos que atábamos los perros con longaniza, se cargaron el formato. Lo frívolo no es ver los certámenes de misses, sino considerar una frivolidad certámenes que, especialmente en Latinoamérica, siguen millones de personas y que congrega delante de los televisores a cifras que para sí quisieran partidos de fútbol reseñables o el mismo Eurovisión.

El certamen de Miss Perú comenzó con los alegatos de sus 23 candidatas contra la violencia de género, que en Perú sufre un 68% de las mujeres. Cifras terroríficas, escalofriantes y estremecedoras que no se solucionan en un concurso televisado en el que, justo después de lanzar sus proclamas contra la violencia de género, el realizador enfocó el culo de las concursantes. No nos equivoquemos, la televisión es negocio y el feminismo, por suerte, está de moda.