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El silencio cómplice daña como los golpes
Victoria Kent no pertenecía al partido socialista, pero siempre defenderé su legado. Clara Campoamor tampoco, pero 83 diputados socialistas la apoyaron para conquistar el voto femenino. Simone de Beauvoir no se declaraba feminista cuando escribió el Segundo sexo, pero bebemos de sus ideas y de sus escritos.
Traer a la actualidad parlamentaria andaluza un debate de 1931 sobre el voto femenino para que las derechas justifiquen su apuesta por la igualdad, no sólo es ridículo sino un auténtico engaño. Querer ensuciar uno de los momentos históricos más difíciles y controvertidos de la historia de España es una falta de respeto a la veneración que las feministas sentimos por ese debate parlamentario.
Un 18 de julio de 2019 se aprobaron las primeras cuentas públicas de las derechas en Andalucía. Algún día la historia narrará ese debate y contará que la bancada socialista tenía sangre y corazón, que no estaba dormida ni anestesiada. Cuando se tienen profundos valores e ideas, nada puede ser ajeno, ni siquiera un debate de 1931 o el recuerdo y la memoria de una gran mujer como Victoria Kent. No es necesario trabajar bajo las mismas siglas para entender al rival político, para empatizar con sus motivos, con la defensa de sus convicciones desde la honestidad, siempre buscando lo mejor para su país. Y aunque Victoria perdió aquel debate y se conquistó el voto para las mujeres, las feministas nunca la consideramos nuestra enemiga ni nuestra rival.
Pero la provocación no solo llegó ese día, 18 de julio, desde el Gobierno de las derechas. Su socio cómplice, el muñidor de la hoja de ruta, también nos regaló otro aviso: terminar con el Instituto Andaluz de la Mujer para convertirlo en el Instituto Andaluz de Víctimas de Violencia Intrafamiliar. No nos sorprende su propuesta, nada nuevo bajo el sol, pero sí que nos deja heladas la respuesta del Gobierno de las derechas: el silencio.
No ha salido el presidente de la Junta de Andalucía ni la consejera de Igualdad para defender esa institución, pero sí salimos las mujeres y los hombres socialistas. Salimos las feministas de siempre, las que llevamos años y años agotadas de tanto pelear, pero cada día más firmes, porque cada día somos más indispensables.
No sólo duelen los golpes; duelen casi más los silencios, la complicidad, el mirar para otro lado ante los ataques, tener que explicar lo obvio, renegociar lo pactado, reabrir las heridas y renunciar a lo conquistado.
La historia de cientos de miles de mujeres andaluzas va de la mano de este instituto, mujeres que se han levantado, que se han empoderado, que han cambiado su realidad individual y colectiva. Mujeres que durante treinta años han construido el Instituto Andaluz de la Mujer desde nuestra añorada Carmen Olmedo.
Quienes atacan al Instituto Andaluz de la Mujer son conscientes del poder de la palabra igualdad y lo poco que nos gusta a las mujeres la discriminación y los privilegios. Quienes nos atacan buscan con trampas terminológicas colocar a los verdugos en el papel de las víctimas.
Y no nos duelen los golpes de ese partido tóxico. Lo que nos duele es el silencio cómplice, la justificación absurda de quien prefiere el tacticismo a las ideas, los votos a los valores, incluso la ausencia de ellos.
Decía Clara Campoamor que “el silencio no absuelva las injusticias” y eso pido hoy: justicia y no silencio. Justicia con la historia, con las víctimas, con nuestro pasado, con nuestro presente y nuestro futuro. Hagamos justicia y gritemos alto y claro: larga vida al Instituto Andaluz de las Mujeres.
Victoria Kent no pertenecía al partido socialista, pero siempre defenderé su legado. Clara Campoamor tampoco, pero 83 diputados socialistas la apoyaron para conquistar el voto femenino. Simone de Beauvoir no se declaraba feminista cuando escribió el Segundo sexo, pero bebemos de sus ideas y de sus escritos.
Traer a la actualidad parlamentaria andaluza un debate de 1931 sobre el voto femenino para que las derechas justifiquen su apuesta por la igualdad, no sólo es ridículo sino un auténtico engaño. Querer ensuciar uno de los momentos históricos más difíciles y controvertidos de la historia de España es una falta de respeto a la veneración que las feministas sentimos por ese debate parlamentario.