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La Reconquista en la agenda ideológica de la ultraderecha

Profesor de Historia Medieval, Universidad de Huelva
El ensayista y polemista Éric Zemmour, en una imagen de archivo.

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El pasado 5 de diciembre, los medios de comunicación internacionales se hacían eco de la decisión del candidato francés a la Presidencia de la República, Eric Zemmour, de designar su movimiento político con un nombre muy familiar: Reconquista (en francés, Reconquête). Durante los últimos años asistimos a la reactivación de un preocupante fenómeno que cuenta con trágicos precedentes en nuestro pasado más reciente: la utilización sectaria del pasado como herramienta de exclusión y aniquilación del adversario.

Gracias al inestimable apoyo de la jerarquía católica, que avaló y justificó su golpe de Estado y su guerra contra la República como una Cruzada, Franco fue el primero que convirtió la noción de Reconquista en una eficaz arma ideológica que le permitió legitimar su política de exterminio de los malos españoles, los enemigos de la eterna España católica, rojos, ateos y masones. Como dijera en su portada un célebre diario católico con motivo del octavo aniversario de la victoria franquista en 1947, fue ‘otra Reconquista, arrancada, a fuerza de heroísmo, al enemigo exterior’. La intensa retórica cruzadista y nacionalcatólica, por supuesto, no impidió a Franco utilizar a combatientes rifeños musulmanes para llevar a cabo su nueva Reconquista de España.

La retórica de la Reconquista se acompaña de un proyecto más ambicioso destinado a reinstaurar a nivel institucional una narrativa histórica basada en la legitimidad única del catolicismo como identidad colectiva de los españoles.

La reciente consolidación de la ultraderecha como opción política en España ha venido acompañada de constantes invocaciones de la Reconquista en las redes sociales y en las arengas mitineras. Pero esas apelaciones no representan una mera retórica propagandística destinada a enardecer burdos sentimientos patrioteros de gente con muy baja autoestima, sino que se acompañan de un proyecto más ambicioso, de obvias reminiscencias franquistas, destinado a reinstaurar a nivel institucional una narrativa histórica basada en la legitimidad única del catolicismo como identidad colectiva de los españoles. A ello obedecen las propuestas dirigidas a hacer coincidir las fechas de las conquistas medievales de Andalucía y Murcia con sus respectivas festividades autonómicas: se trata de transformar la narrativa nacionalcatólica de la Reconquista en un conjunto de conmemoraciones institucionales que nos impidan olvidar quiénes son los verdaderos ‘founding fathers’ a quienes debemos nuestra existencia, como no hace mucho afirmaba cierto académico de la ultraderecha católica en referencia a Alfonso X y Andalucía.

La utilización del pasado como fuente de elaboración de identidades colectivas suele ocultar planteamientos que no siempre se formulan de manera explícita y que responden a agendas ideológicas muy determinadas. Andalucía toma su nombre de al-Andalus y los respectivos iconos arquitectónicos de ciudades como Córdoba, Granada o Sevilla (la Mezquita omeya, la Alhambra y la Giralda) acreditan que el pasado andalusí ocupa un lugar destacado en su evolución urbana y en la conformación de percepciones asociadas a sentimientos colectivos. Realidades tan complejas, subjetivas, volubles e inasibles como las identidades no pueden reducirse de manera simplista a un determinado personaje histórico o un acontecimiento histórico concreto.

Resulta inquietante pensar hasta qué punto la resurrección de la retórica mitinera y patriotera de la Reconquista constituye la antesala de otro fenómeno, de raigambre igualmente franquista: su reutilización como instrumento ideológico de legitimación del exterminio del enemigo. Así lo demostró en 2011 el terrorista fascista noruego que masacró cerca de Oslo a decenas de jóvenes socialistas y que, antes de cometer sus atentados, lanzó en Internet un texto propagandístico ilustrado con una cruz templaria en la portada y frecuentes alusiones a la Reconquista. Más recientemente, el supremacista australiano que en 2019 asesinó a más de 50 personas en sendas mezquitas neozelandesas adornó sus armas con nombres de héroes de la lucha antiislámica, entre los cuales se encontraba Pelayo, transformado por la tradición nacionalcatólica en adalid de la más rancia Reconquista y al que ahora exaltan referentes literarios prematuramente envejecidos de la denominada ‘generación X’.

La elección del nombre del nuevo partido de Zemmour representa el ejemplo más reciente de una realidad que, durante los últimos años, se ha ido afirmando de manera progresiva. Me refiero a la transformación de la Reconquista en una de las nociones clave que articulan la agenda ideológica de la ultraderecha a nivel internacional, un grito de guerra que sirve para conjurar a sus seguidores en torno a los objetivos que nutren el discurso de odio de sectores profundamente reaccionarios y fanatizados: la salvación de la patria de manos de indeseables separatistas, comunistas, feministas, animalistas, activistas climáticos y demás grupos o colectivos que encarnan a los enemigos de la patria. Asimismo, la Reconquista representa el eslogan que mejor expresa las actitudes islamófobas que promueven estos sectores, como el propio Zemmour ha demostrado al declarar que el Islam representa la antítesis de Francia. En un país donde la Iglesia católica acaba de admitir haber causado más de 330.000 víctimas debido a la pederastia del clero resulta como poco debatible establecer cuáles son los criterios para decidir qué creencias religiosas son compatibles o incompatibles con los valores republicanos.

La apelación a la Reconquista en el marco del discurso xenófobo e islamófobo de la ultraderecha también cuenta con señalados ejemplos en nuestro país: hace no mucho tiempo, el líder de Vox afirmaba que España fue vacunada contra la inmigración islámica gracias a la Reconquista. La retórica islamófoba se combina con la reivindicación de las raíces cristianas, un postulado compartido por las principales organizaciones de la ultraderecha europea y que en nuestro país promueven sectores académicos confesionales cuya autocomplaciente labor tiende a confundir la propaganda católica con la práctica historiográfica. De forma aún más explícita, académicos que actúan al servicio de lobbies católicos y vinculados a la ultraderecha fomentan perspectivas similares mediante una simplista y tendenciosa identificación entre Islam y yihadismo, una reducción tan aventurada y abusiva como la que pretendiera ver en cada clérigo católico a un terrorista pedófilo.

La afirmación de las raíces cristianas de Europa, la denigración del Islam mediante su asimilación al terrorismo o la denuncia de la ‘invasión’ musulmana de Europa como amenaza a su identidad son ideas que forman parte habitual de la agenda ideológica de la ultraderecha. Cuando esas ideas se articulan basándose en nociones académicas como la de Reconquista o actores vinculados a ese ámbito utilizan el pasado para formular planteamientos que coinciden con ellas, estamos ante un serio problema. La posible legitimación académica de discursos de odio debería suscitar un debate amplio y profundo sobre el papel de los historiadores y del pasado en nuestra sociedad.

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