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Recordando a Javier Aristu: la semilla del pensamiento

20 de septiembre de 2021 20:47 h

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Si ya de por sí los lunes son grises, la noticia de la muerte de Javier Aristu lo engrisece todavía más. Aristu fue mi profesor de Filosofía durante tres años en una de las Escuelas Europeas de Bruselas, allá por el 2006.

Él fue el primero que me habló de los ágrafos, de Sócrates, de la ética y de la muerte. Recuerdo sus clases vivamente: leíamos textos, los comentábamos y filosofábamos guiados por su paciencia y su savoir faire pedagógico. Un día incluso nos llevó a dar una vuelta alrededor de los edificios del colegio mientras impartía la lección, al más puro estilo peripatético. Aún le recuerdo riéndose cuando le confesamos que a sus espaldas le llamábamos Aristúteles.

Leyendo los obituarios que distintos medios han publicado, me he quedado asombrado con la envergadura política e intelectual de Javier, no conocía su historia completa. Pienso que esto le ennoblece todavía más ya que en clase nunca hizo alarde de su trayectoria para impresionarnos o intimidarnos, se dedicó simplemente a sembrar en nosotros la semilla del pensamiento.

En la memoria guardo con especial emoción unas jornadas que organizó en torno al Holocausto: consiguió que el colegio montase un viaje a Polonia para visitar Auschwitz y que un superviviente de aquel horror viniera a darnos una conferencia. Todavía puedo evocar la impresión que me causó ver aquellos números tatuados en el brazo…

Con 16 años Aristu era mi profesor favorito. Ahora que tengo 30 ya sé por qué: aquel profesor sevillano me enseñó a pensar por mí mismo e inspiró muchos de los valores que hoy defiendo. Creo que esa era su intención cuando abría un libro, leía una frase y nos miraba fijamente preguntando “¿y tú qué crees que quiere decir esto?”.

Si ya de por sí los lunes son grises, la noticia de la muerte de Javier Aristu lo engrisece todavía más. Aristu fue mi profesor de Filosofía durante tres años en una de las Escuelas Europeas de Bruselas, allá por el 2006.

Él fue el primero que me habló de los ágrafos, de Sócrates, de la ética y de la muerte. Recuerdo sus clases vivamente: leíamos textos, los comentábamos y filosofábamos guiados por su paciencia y su savoir faire pedagógico. Un día incluso nos llevó a dar una vuelta alrededor de los edificios del colegio mientras impartía la lección, al más puro estilo peripatético. Aún le recuerdo riéndose cuando le confesamos que a sus espaldas le llamábamos Aristúteles.