Andalucía Opinión y blogs

Sobre este blog

Robar niños para depurar la raza

Antonio Somoza Barcenilla

Vocal de la Asociación Contra el Silencio y el Olvido y por la Recuperación de la Memoria Histórica de Málaga —

0

Los niños y las niñas siempre han sido una de las principales víctimas de las guerras, de forma especial desde que las guerras dejaron de ser una sucesión de batallas en campo abierto entre dos ejércitos para transformarse en matanzas indiscriminadas en las que la población civil es un objetivo estratégico. Está sucediendo ahora mismo en Gaza y sucedió de manera abusiva en la guerra de España y durante muchos años de la dictadura que siguió a la victoria del ejército franquista. Las víctimas infantiles de nuestra guerra fueron muchas -nadie ha sido capaz de contarlas- y de muy diversa índole. 

Las víctimas infantiles entre 1936 y 1939 se diferencian poco de las que ocurren en otros conflictos armados, aunque sí que se dan algunas características, que no son únicas, pero sí impropias de unos militares que presumían de llevar a cabo una santa cruzada en nombre de Dios. Un Dios muy cruel si permitió que se cometieran en su nombre barbaridades contra los seres más indefensos, contra los niños y niñas. Las modalidades de victimización desarrolladas una vez acabada la guerra sí que son realmente únicas en occidente por su duración, su crueldad y por el desarrollo de todo un entramado jurídico para dar sensación de legalidad y por la colaboración, en ocasiones entusiasta, de distintas órdenes religiosas y de la jerarquía católica en general, salvo honrosas y escasas excepciones.

En los años de la guerra, además de los bebés asesinados en bombardeos o por acción de francotiradores, se genera otro tipo de víctimas, los abandonados a su suerte y a su hambre bien porque sus padres habían sido asesinados o se encontraban presos y ellos, los niños, no tenían quien los alimentara. Es el caso de las 4 niñas y 3 niños  que tenía Joaquina Polo Campaña cuando fue asesinada los primeros días de marzo de 1937 a las puertas del cementerio de Álora a pesar de su avanzado estado de gestación o el de Antonia Moncayo, también de Álora, con otros siete hijos y con un marido, Antonio Aranda Arjona, guerrillero que fue asesinado en 1950. Hasta esa fecha, Antonia Moncayo alternó momentos de libertad, en los que no pudo trabajar por ser mujer de rojo, con otros de prisión sin más causa que la de forzar a su marido a entregarse. También podemos nombrar a Mercedes Frías, de Comares, madre de un compañero de la Asociación, Manuel Muñoz Frías, quien siempre recordaba el día que vinieron a detener a su madre a un campo de Vélez Málaga donde echaba unas peonadas para poder alimentar a sus hijos pequeños. Su marido había sido asesinado en los primeros días del triunfo fascista en Málaga. En este caso, Mercedes fue detenida y tuvo que dejar a sus hijos abandonados porque los militares franquistas querían forzar la entrega de dos de sus hijos mayores que se había sumado a las milicias de la CNT.

Todos los que se vieron abocados a estas infancias de penurias, escasez, enfermedades y adoctrinamiento por parte de los responsables del estado franquista fueron, en cierta manera, afortunados

En realidad, todos los miembros originales de la ARMH de Málaga, y me atrevería a decir que de todas las asociaciones memorialistas de España, podrían relatar un calvario muy parecido. Con una infancia sin padres (al menos sin uno de ellos) que habían sido condenados y asesinados sin ningún tipo de garantía, sufriendo hambre y enfermedades porque sus madres o hermanos mayores no podían encontrar trabajo por ser familiares de rojos, con sus vidas pendiendo de la solidaridad de familiares o vecinos y condenados a recibir una formación contraria a los ideales de sus padres. En muchos casos fueron acogidos en instituciones “religiosas” que los utilizaban como mano de obra de barata, para limpiar con sosa caustica ropa de hoteles elegantes de Bilbao –el libro de Almudena Grandes “Las tres bodas de Manolita” narra hechos bien documentados- o para servir como doncellas de señores ricos o como “secretarios” de las cacerías del señorito Iván de turno en cortijos de Andalucía o Extremadura.

Pero podemos decir que todos los que se vieron abocados a estas infancias de penurias, escasez, enfermedades y adoctrinamiento por parte de los responsables del estado franquista fueron, en cierta manera, afortunados. Desde el primer momento hay un tipo de castigo aún más perverso. Pocos meses después de que Joaquina Polo fuera asesinada en las puertas del cementerio de Álora, un religioso capuchino, Gumersindo de Estella, capellán de la cárcel de Torrero de Zaragoza, narraba con detalle el asesinato de tres mujeres –Selina Casas, Margarita Navascués y Simona Blanco- el día 22 de septiembre de 1937. Fueron asesinadas acusadas de haber intentado fugarse a zona roja la víspera, el día 21, sin ninguna garantía judicial. Selina y Margarita eran madres de dos niñas de meses que fueron robadas de sus brazos momentos antes de asesinarlas y posteriormente entregadas a dos monjas que se hicieron cargo de su custodia antes de derivarlas a familias afines a la ideología de los asesinos de sus madres.

El relato de este suceso que hace el capuchino en sus diarios (*) es estremecedor: “¡Por compasión, no me la roben! Que la maten conmigo’, gritaba una. ‘¡No quiero dejar a mi hija con estos verdugos!’, exclamaba la otra. Se entabló una lucha feroz entre los guardias que intentaban arrancar a viva fuerza las criaturas del pecho y brazos de sus madres y las pobres madres que defendían sus tesoros a brazo partido”.

En busca del gen rojo

Estos casos de robos de niños que se producen durante la guerra van evolucionando con el paso del tiempo y el procedimiento se depura y se afina de manera perversa en los primeros años de la postguerra. El primer movimiento, el que trata de dar un cierto empaque científico al robo de niños, lo dan Antonio Vallejo Nágera, jefe de los servicios psiquiátricos del Ejército, y Eduardo M. Martínez, teniente médico y director de la Clínica Psiquiátrica de Málaga. Vallejo Nágera, psiquiatra formado en Alemania y con claras influencias nazis, trata de demostrar con una serie de estudios “científicos” la existencia de un “gen rojo” entre los defensores de la República. Un gen que, según su teoría, era el responsable de conductas homicidas entre un grupo concreto de la población, “los rojos”, y un factor determinante para el desarrollo integral de la raza hispánica con todas sus potencialidades y virtudes.

Para combatir el gen rojo se planean dos tipos de actuación: el robo de los hijos de familias republicanas encerradas o asesinadas y su entrega a familias adictas al régimen y a los valores de la “raza hispánica” y la educación de todos los niños y niñas con un relato de la historia favorable a los vencedores de la guerra y los valores del catolicismo más reaccionario

Para demostrar su teoría, el psiquiatra de cabecera de Franco propone hacer 10 estudios entre otros tantos grupos de población reclusa, aunque finalmente sólo se completan dos: uno con voluntarios internacionales y otro con un grupo de 50 mujeres presas en la cárcel de Málaga. Si se demostrara la existencia de ese maligno gen se lograrían dos objetivos: rebajar la categoría humana de los republicanos hasta convertirlos en una amenaza para la pureza de la raza y justificar su exterminio y, también, daría paso a la intervención directa con los hijos de los republicanos. Para combatir el gen rojo se planean dos tipos de actuación: el robo de los hijos de familias republicanas encerradas o asesinadas y su entrega a familias adictas al régimen y a los valores de la “raza hispánica” y la educación de todos los niños y niñas con un relato de la historia favorable a los vencedores de la guerra y los valores del catolicismo más reaccionario.

El trabajo que realizaron estos dos psiquiatras con las presas de la cárcel de Málaga, titulado “Psiquismo del fanatismo marxista. Investigaciones psicológicas en marxistas femeninas delincuentes”, se publicó en mayo de 1939 en el número 9 de la “Revista española de Medicina y Cirugía de Guerra: revista mensual de ciencias médicas”. El “trabajo” es un auténtico despropósito, sin ninguna conclusión y con una amplia variedad de prejuicios misóginos que se expresan sin pudor alguno en la introducción del trabajo. Un informe de chichinabo que harían felices a los machistas actuales, a quienes utilizan términos como feminazis y a quienes tratan de esconder, bajo términos tan falsarios como concordia, actuaciones como las que se desarrollaron al abrigo de los delirios de Vallejo Nágera. ¿Parece poco apropiado lo de chichinabo?; juzguen ustedes mismos: en este enlace está el número de la revista y el estudio ocupa las páginas 38 a 53.

La legalización del robo de niños

A pesar de que los trabajos de campo de Vallejo Nágera no aportaron una sola prueba de la existencia del gen rojo, este ya estaba circulando y sirvió de manera ejemplar para lo que estaba diseñado: continuar con las matanzas y emprender la reeducación y el robo de los hijos de los republicanos. Menos de un año después de que Vallejo Nágera publicara su “estudio”, el 30 de marzo de 1940, el ministro de Justicia, Esteban Bilbao Eguía, publica una Orden que regulaba la permanencia de los hijos de las presas en la cárcel hasta los tres años, pero al cumplir 4 años debían ser separados de sus madres y entregados al Estado. Unos meses después, el 23 de noviembre de 1940, el Ministerio de Gobernación publica un decreto firmado por Franco “sobre protección del Estado a los huérfanos de la Revolución Nacional y de la Guerra” en el que se facilita la entrega de los niños huérfanos o con sus padres en prisión a “personas de reconocida moralidad”. Para cerrar el circulo, el 4 de diciembre de 1941 se publica una ley firmada por Franco que complementa el decreto anterior y que legaliza el cambio de nombre de los niños y que de hecho, supone legalizar el secuestro y adopción de estos niños por “personas de reconocida moralidad”.

Inmediatamente se organiza un entramado jurídico y social disfrazado de beneficencia católica para satisfacer los deseos de esas “personas de reconocida moralidad” y suficiente solvencia económica. Este tinglado se pone en marcha para ayudar a depurar la raza (robando a los hijos de las mujeres afectadas por el gen rojo) y, ya de paso, para hacer caja. El papel de entidades cristianas como los patronatos de San Pablo y La Merced en este proceso, sería realmente vergonzoso y vergonzante, si tuvieran vergüenza. Que yo sepa, a día de hoy, nadie ha pedido disculpas por aquellos niños robados al terminar la guerra. Ni por esos, ni por los miles de ellos más que se siguieron robando en este país (cada vez menos por motivos ideológicos y más por dinero) hasta después de la muerte del dictador.

Nadie ha pedido perdón, ha sido imposible encausar a los responsables de esta barbaridad e, incluso, ha habido un interés muy limitado por estudiar y documentar desde el punto de vista histórico lo ocurrido. Esta es una página más de la historia que los que hablan de leyes de Concordia no quieren que nunca se escriba. La ley de Memoria Democrática, en octubre de 2022, es el primer espacio que reconoce como víctimas a estos niños robados por el franquismo entre 1936 y 1975. Pudieron ser más de 300.000 los bebés que fueron separados de sus padres. A pesar de esa cantidad la primera investigación seria sobre el asunto la realizan Ricard Vinyes, Montse Armengou y Ricard Bellis y da un doble fruto: un ensayo publicado en 2003 y titulado “Los niños perdidos del Franquismo” y un documental con el mismo título, producido por TV3 en 2002, que se proyectó al poco de su estreno en la televisión catalana, pero que no me consta que se haya emitido en una televisión de ámbito nacional, ni siquiera en RTVE, al menos no en horario de máxima audiencia.

Nos quedaría hablar de la reeducación de los hijos de los republicanos en el franquismo, de su adoctrinamiento…, pero eso lo dejaremos para otro articulo.

(*)       Los diarios de Gumersindo de Estella se agruparon en la obra “Fusilados en Zaragoza, 1936-1939. Tres años de asistencia espiritual a los reos”. Escrita en la década de los cuarenta trató de publicarse en Argentina en 1950 pero se frustró su publicación por presiones de la embajada española. Finalmente vieron la luz en 2003, treinta años después de su muerte.

Los niños y las niñas siempre han sido una de las principales víctimas de las guerras, de forma especial desde que las guerras dejaron de ser una sucesión de batallas en campo abierto entre dos ejércitos para transformarse en matanzas indiscriminadas en las que la población civil es un objetivo estratégico. Está sucediendo ahora mismo en Gaza y sucedió de manera abusiva en la guerra de España y durante muchos años de la dictadura que siguió a la victoria del ejército franquista. Las víctimas infantiles de nuestra guerra fueron muchas -nadie ha sido capaz de contarlas- y de muy diversa índole. 

Las víctimas infantiles entre 1936 y 1939 se diferencian poco de las que ocurren en otros conflictos armados, aunque sí que se dan algunas características, que no son únicas, pero sí impropias de unos militares que presumían de llevar a cabo una santa cruzada en nombre de Dios. Un Dios muy cruel si permitió que se cometieran en su nombre barbaridades contra los seres más indefensos, contra los niños y niñas. Las modalidades de victimización desarrolladas una vez acabada la guerra sí que son realmente únicas en occidente por su duración, su crueldad y por el desarrollo de todo un entramado jurídico para dar sensación de legalidad y por la colaboración, en ocasiones entusiasta, de distintas órdenes religiosas y de la jerarquía católica en general, salvo honrosas y escasas excepciones.