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Los sindicatos ante su espejo
Estos días, con el inicio del nuevo curso político andaluz, parece haber llegado también una tímida reaparición de los sindicatos, me refiero a los sindicatos de clase. Porque los otros, al menos algunos de los otros, ya sabemos que prefieren la época estival y la escasez de noticias para sus apariciones estelares.
La vuelta a la escena pública de estos agentes sociales, mal que a algunos les pese, es motivo de celebración. No creo que a estas alturas queden demasiadas dudas sobre que una sociedad sin sindicatos, igual que una sociedad sin política, es una sociedad más desigual. La cuestión no es sindicatos sí o sindicatos no. La cuestión es qué tipo de sindicatos, qué modelo sindical es necesario para contrarrestar ese nuevo patrón de relaciones laborales salvaje y descarnado que ya se ha impuesto y que amenaza con consolidarse por los siglos de los siglos...
La cuestión es si, para recobrar un mayor protagonismo, los sindicatos no han dejado pasar demasiado tiempo y demasiadas cosas importantes. Desde luego han ocurrido acontecimientos tan relevantes como unas elecciones autonómicas y todo lo que conllevan: elaboración de propuestas, programas, campañas electorales, etc.. sin que los dirigentes sindicales se mojen. Porque no es indiferente para los trabajadores cuál sea el marco legal y las políticas que resulten de esas elecciones.
Sin embargo, los sindicatos fueron los grandes ausentes en la campaña electoral andaluza, y tampoco han terminado de cobrar mayor relevancia en los primeros meses de esta legislatura. Es cierto que CCOO hizo una apuesta más bien tímida, que resultó ser “a caballo perdedor”, por IU, la formación con menor peso e influencia de las que conforman la cámara andaluza. UGT ni siquiera llegó a posicionarse, como si a los trabajadores les resultará indiferente quién forme Gobierno. A nadie le pasa por alto que esta inacción tiene que ver con la situación de debilidad en esta última etapa de estas entidades. Lo cierto es que estas organizaciones, que forman parte de la columna vertebral de nuestro sistema político, como recoge la propia Constitución (algo que en su momento, con razón, se consideró un gran avance) parecen avergonzarse y se sienten indefensas ante las acusaciones de “politización”. Naturalmente que los sindicatos tienen que hacer política con mayúsculas, además de defender a los trabajadores en las empresas.
Esta debilidad, lamentablemente, es especialmente acusada en UGT, un sindicato centenario que debería sentirse más que orgulloso de la permanente defensa de los trabajadores a lo largo de la historia y de su tradición socialista. Los escándalos que la han sacudido no son ni más graves ni más importantes que los que han afectado a formaciones políticas como el PSOE en su momento, o en la actualidad al Partido Popular (basta con echar un vistazo a los titulares de prensa).
La sociedad se ha escandalizado de lo que parece, sin duda, una mala gestión de los recursos destinados a la formación, obviando que dichas malas prácticas parecen estar extendidas a otras muchas organizaciones, incluidas las empresariales, como ha recogido el propio Tribunal de Cuentas de España. Entretanto, lo que de verdad pasa por alto es que con unos sindicatos mermados se ha impuesto un reformazo laboral que ahora a ver quién se lo quita de encima al eslabón más débil de la relaciones laborales: los trabajadores.
Al descrédito de los sindicatos de clase han contribuido, y no poco, las formaciones políticas emergentes. Desde posiciones aparentemente distantes, tanto Ciudadanos como Podemos han presentado a las organizaciones de defensa de los trabajadores como instrumentos obsoletos y propios de la “vieja política”. Paradójicamente, alguna de estas organizaciones políticas, como Podemos Andalucía, están dirigidas por liberados sindicales como Teresa Rodríguez o el actual alcalde de Cádiz, que para más inri, no tienen empacho en presentar como grandes promesas del cambio político a dirigentes que se perpetúan a sí mismos... léase Diego Cañamero.
Ineludiblemente, el gran reto al que se enfrentan los sindicatos de clase pasa por una asignatura pendiente durante demasiado tiempo ya: un proceso de auténtica transformación interna, que debe estar presidido por la apertura y por un funcionamiento más democrático y transparente. Sólo de los sindicatos, y no de sus enemigos, podrán salir las respuestas que necesitan los trabajadores.
Estos días, con el inicio del nuevo curso político andaluz, parece haber llegado también una tímida reaparición de los sindicatos, me refiero a los sindicatos de clase. Porque los otros, al menos algunos de los otros, ya sabemos que prefieren la época estival y la escasez de noticias para sus apariciones estelares.
La vuelta a la escena pública de estos agentes sociales, mal que a algunos les pese, es motivo de celebración. No creo que a estas alturas queden demasiadas dudas sobre que una sociedad sin sindicatos, igual que una sociedad sin política, es una sociedad más desigual. La cuestión no es sindicatos sí o sindicatos no. La cuestión es qué tipo de sindicatos, qué modelo sindical es necesario para contrarrestar ese nuevo patrón de relaciones laborales salvaje y descarnado que ya se ha impuesto y que amenaza con consolidarse por los siglos de los siglos...