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Someter a la mujer, por las malas o por las peores
Decía en las últimas líneas del anterior artículo de esta serie que todas las mujeres sufrieron en sus carnes los desmanes de una dictadura patriarcal y cruel como pocas. Quienes más directamente sufrieron la represión y la crueldad fueron las mujeres republicanas, las que no quisieron sumarse a las fuerzas golpistas o no quisieron claudicar ni someterse a los caprichos de los señoritos o a las directrices de curas, monjas o militantes de la Sección Femenina.
Desde la noche de los tiempos las mujeres han sido campo de batalla y botín en todas las guerras de los hombres. La Guerra de España no fue una excepción ya que aplicó todo tipo de modelos represivos contra las mujeres mientras duraron los combates y las condenaron a la sumisión y a la desaparición del ámbito público en los grises e insufribles años de la victoria.
Fueron víctimas de la política de sembrar el terror que pusieron en marcha los militares golpistas. Fueron víctimas de asesinatos, disfrazados de fusilamientos como en el caso de las 13 Rosas, de cuyo crimen se cumplieron 85 años el pasado 5 de agosto o como el asesinato de Joaquina Polo Campaña, ejecutada a principios de marzo de 1937 en las puertas del cementerio de Álora por culpa de la delación de una vecina, tan buena cristiana como mala persona.
Su caso lo recordamos en el artículo Robar niños para depurar la raza, en el que también detallábamos la política de Estado para robar los hijos a los republicanos que castigó tanto a hombres como a mujeres, pero que fue especialmente cruel con las mujeres, como queda en evidencia en el relato que recuperamos en ese mismo artículo de Gumersindo de Estella sobre el robo de los bebés de dos presas momentos antes de ser llevadas al paredón. Igualmente, se puede considerar una forma de represión el impedimento de educar a sus hijos de acuerdo con sus ideas, porque la dictadura y la Iglesia estaban embarcadas en la tarea de adoctrinar a todo un país.
Fueron muchísimos los casos en los que las mujeres fueron señaladas y vejadas ante todos sus vecinos por los responsables del orden del estado fascista
Pero hubo una represión específica para las mujeres y, además, fue una represión salvaje. Los generales golpistas animaron a sus tropas a violar y maltratar a las mujeres de los pueblos que iban tomando. El ejército que se sublevó contra la República era un ejército colonial y emplearon todos los excesos de los ejércitos coloniales contra su propio pueblo. Queipo de Llano es todo un ejemplo de la infamia y el deshonor en sus alocuciones desde Radio Sevilla: “Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los cobardes de los rojos lo que significa ser hombre. Y, de paso, también a las mujeres. Después de todo, estas comunistas y anarquistas se lo merecen, ¿no han estado jugando al amor libre? Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricas. No se van a librar por mucho que forcejeen y pataleen”.
Y no era un farol, era un plan de acción ejecutado minuciosamente por las tropas africanas. En este sentido, es especialmente gozoso que fuera una mujer, Paqui Maqueda, quien desenmascarara a este genocida la noche en la que sus familiares sacaron sus restos de la basílica de la Macarena. Honor y respeto a Paqui Maqueda por su coraje para poner en su sitio a un asesino como Queipo de Llano.
Pero esta manera de actuar no sólo fue alentada por Queipo, ni ejecutada sólo por las tropa africanas en campañas de conquista. Fue una manera de actuar por toda España, alentada por todos los generales golpistas y ejecutada por falangistas y requetés en sus propios pueblos, aunque fuera en la retaguardia, en territorios donde no hubo guerra. Uno de los casos más escalofriantes es el de Maravillas Lamberto, una muchacha de 14 años de la localidad navarra de Larraga. Hoy, día 15 de agosto, día de la Virgen, se cumplen 88 años de su violación múltiple a manos de una partida de falangistas, requetés y guardias civiles de su propio pueblo, antes de ser asesinada junto a su padre y abandonada en el campo para que sus restos fueran devorados por los perros.
La historia de Maravillas y de su familia es realmente espeluznante y se prolongó más allá de los asesinatos, ya que su madre y sus hermanas sufrieron todas las crueldades imaginables, desde tener que trabajar como criadas en la casa de uno de sus asesinos, hasta terminar en un convento –su hermana Josefina– donde sus superiores justificaban el asesinato de su hermana de 14 años con el cruel “algo habría hecho”. Yo tuve conocimiento de lo ocurrido en Larraga ese fatídico día de agosto en la obra colectiva Navarra 1936: de la esperanza al terror, uno de los documentos más contundentes y estremecedores de la represión en un territorio.
No fue el único caso de violaciones y asesinatos a manos de vecinos o paisanos, ni mucho menos. Y fueron muchísimos los casos a todo lo ancho y largo del país en los que las mujeres fueron señaladas y vejadas ante todos sus vecinos por los responsables del orden del estado fascista. Fue común someter a las mujeres republicanas a cortes de pelo a trasquilones y a su paseo por las calles del municipio después de hacerles beber aceite de ricino, un potente purgante. No sé si se puede diseñar un castigo más cruel para una mujer que hacerla pasear por las calles de su pueblo, con el pelo mal cortado y semidesnuda, mientras se cagaba encima entre los insultos y el desprecio de sus vecinos.
Es difícil, muy difícil sobreponerse a semejante humillación. Más de una se murió de pena o de hambre porque el señalamiento incluía negarles el pan y la sal. Estos castigos se realizaron mientras duró la guerra y la guerrilla para forzar la entrega de los hombres que luchaban por la República o mantenían la resistencia en los montes. Y cuando la guerra terminó y la resistencia se diluyó, se mantuvieron en muchos sitios como castigo para las mujeres cuya vida no se ajustaba al canon nacional-católico.
La mujer empoderada
Desde finales del s. XIX y a principios del s. XX, un número creciente de mujeres comenzó a cuestionar el modelo de sociedad patriarcal que les había tocado en suerte y a reivindicar cada vez más espacio y protagonismo en la vida pública. Figuras como la periodista almeriense Carmen de Burgos o como la vallisoletana Belén Sárraga son básicas para esta toma de conciencia de la mujer. Belén se instaló en Málaga en 1900 y creó la Sociedad Progresiva Femenina y fundó el periódico La Conciencia Libre, con una gran repercusión entre las mujeres malagueñas de la época.
En la década de los 20 y los 30 se presentan en sociedad “Las Sinsombrero”, un grupo de intelectuales que osó reclamar un sitió para la mujer en la Cultura, un campo que había estado totalmente reservado para los hombres. Ernestina de Champourcín, María Teresa León, Concha Méndez, María Zambrano, Rosa Chacel, Josefina de la Torre, Margarita Gil Roësset, Margarita Manso y Maruja Mallo fueron las más destacadas de este grupo de mujeres valientes que desafió las tradiciones y zarandeó el mundo intelectual de una manera nunca vista.
Pero hay otro grupo de mujeres mucho menos conocido, por pertenecer a la clase obrera, que también aportó un importante impulso al proceso de reivindicación de la mujer. Recientemente, el poeta e historiador Antonio Orihuela ha publicado un trabajo de investigación sumamente interesante: Las Sin Amo. Escritoras olvidadas y silenciadas de los años treinta, donde se rastrean las novelas publicadas en la colección La Novela Ideal, de la editorial anarquista Revista Blanca. Las Sin Amo –entre las que se encuentran Federica Montseny, Carlota O’Neill, Ángela Graupera, Ada Martí, Libertad Del Bosque, Regina Opisso o Antonia Maymón– abordan en su literatura temas como la ley del divorcio o la violencia machista que les afectan directamente como mujeres y obreras.
Ya en plena guerra, en el ámbito anarquista se pone en marcha la organización Mujeres Libres y una revista con el mismo nombre. Los planteamientos de la organización, expresados en la revista, aportan una visión muy avanzada del papel de la mujer en la sociedad. Como fruto de este clima generado por las mujeres y gracias a la labor de activistas como Clara Campoamor, Victoria Kent y Margarita Nelken, la II República reconoce algunos derechos a las mujeres que suponen un avance histórico sobre el papel que tenía reservado en la sociedad católica y conservadora previa.
El derecho al voto de las mujeres fue incluido en el artículo 36 de la Constitución de 1931. Otro avance importante para las mujeres fue la ley del divorcio. La despenalización del aborto, por su parte, llegó quizás demasiado tarde. En 1936 en Cataluña se aprobó un decreto, firmado por Josep Tarradellas, que permitía la interrupción del embarazo hasta las doce semanas. Pero la guerra ya había llegado y su aplicación fue mínima.
Durante la II República las mujeres se incorporaron a la vida pública de manera masiva. Muchas salieron de su casa para ganarse el pan. Y en el caso de las maestras, se incorporaron de manera masiva a las misiones pedagógicas con las que la República trato de multiplicar la alfabetización de la sociedad.
La mujer sumisa
Frente a este papel participativo y protagonista, la dictadura tenía previsto un rol totalmente distinto para las mujeres. Antes incluso de terminar la guerra, el bando fascista tenía reservado para la mujer un papel secundario y de sometimiento respecto al varón. Ese papel fue recalcado con el paso de los años y quedó explicitado por Pilar Primo de Rivera en el V Consejo Nacional de la Sección Femenina celebrado en Barcelona en 1941: “Las Secciones Femeninas respecto a sus jefes tienen que tener una actitud de obediencia y subordinación absoluta. Como es siempre el papel de la mujer en la vida, de sumisión al hombre»
Y la legislación sirvió para amarrar bien este papel y poder perseguir cualquier disidencia. En 1938, el Fuero del Trabajo negó a las mujeres casadas el derecho al trabajo. Sólo podían trabajar las mujeres solteras o viudas. Estuvo vigente hasta 1976 con la ley de relaciones laborales. El franquismo restableció el Código Civil de 1889 que, entre otras muchas discriminaciones, fijaba la mayoría de edad femenina en los 25 años y prohibía a las mujeres tener pasaporte, abrir una cuenta bancaria, administrar bienes, suscribir contratos, disponer de los ingresos de su trabajo, ser tutora o comparecer en un juicio sin permiso de su marido y, por supuesto, perdió su derecho al voto. Su papel quedó reducido al de esposa y madre abnegada. De forma paralela, se suprimieron el matrimonio civil y el divorcio y se fomentó una política natalista. Los anticonceptivos se prohibieron y el aborto sólo fue posible para las mujeres con dinero para viajar a Londres.
Así que en este campo, el de los derechos de la mujer, tampoco fue lo mismo la Dictadura que la República. En este campo, quizás, menos que en ninguno. Por mucho que hoy en día, machistas irredentos se sientan amenazados porque la sociedad actual camine lentamente hacia la igualdad. Aún queda mucho camino por andar y muchos prejuicios por superar antes de que la igualdad entre hombres y mujeres sea una realidad. Y el franquismo, por más que lo añoren, sólo fue un pozo de injusticia y machismo bendecido por la Iglesia Católica más reaccionaria y patriarcal.
Decía en las últimas líneas del anterior artículo de esta serie que todas las mujeres sufrieron en sus carnes los desmanes de una dictadura patriarcal y cruel como pocas. Quienes más directamente sufrieron la represión y la crueldad fueron las mujeres republicanas, las que no quisieron sumarse a las fuerzas golpistas o no quisieron claudicar ni someterse a los caprichos de los señoritos o a las directrices de curas, monjas o militantes de la Sección Femenina.
Desde la noche de los tiempos las mujeres han sido campo de batalla y botín en todas las guerras de los hombres. La Guerra de España no fue una excepción ya que aplicó todo tipo de modelos represivos contra las mujeres mientras duraron los combates y las condenaron a la sumisión y a la desaparición del ámbito público en los grises e insufribles años de la victoria.