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(Sobre)vivir en los márgenes, trabajar en los márgenes y morir en los arcenes

Leire de Bernedo Santamaría

Graduada en Relaciones Internacionales y voluntaria del Servicio Jesuita a Migrantes en Nijar (Almería) —

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Lo que ocurre en Almería no ocurre en una realidad extraterrestre ni paralela; lo que en Almería ocurre y se normaliza, es un reflejo más de las políticas de extranjería de una España que roba años de vida mental y física a miles de jóvenes que abastecen sus supermercados (y los de toda Europa) de frutas y verduras. Cuyo español es nivel alto en vocabulario de invernaderos y en los “¡Joder, vamos hostia!” del jefe.

El hecho de quién era Mohamed, de si fue amable, optimista o inteligente, es irrelevante. Los derechos y la dignidad de las personas no se conceden o deniegan por lo bien o lo mal que nos caigan. No entiendo el debate de si queremos o no queremos migrantes. La migración es un hecho del siglo XXI como lo ha sido a lo largo de toda la historia. Que todavía haya quien considere que su opinión está por encima del derecho a la vida de las personas, es cuanto menos preocupante. Pocos días después de su muerte, el 15 de agosto, unas insípidas y breves líneas de un periódico informaban de que un ciclista había muerto arrollado. Mohamed no era un ciclista. Era un migrante marroquí. Y los migrantes como él no tienen derecho a poseer un vehículo sin un carné de conducir que no pueden sacarse hasta que tengan los papeles de residencia, papeles que no pueden empezar a conseguir hasta mínimo los 3 años de estancia en el mismo lugar del territorio español. Moverse en patinete y bicicleta no es ocio. Es la única opción. No hay paradas de autobús en campos de infraviviendas que ni siquiera están censadas oficialmente.

Estas líneas son tan solo palabras exhaustas de seguir conjugándose en dramas y desgracias. Papel mojado en lágrimas de una madre que celebraba la boda de un hijo la misma noche que su otro hijo moría arrollado en la penumbra de la distancia. Son tan solo un grito de desesperación ante la injusticia que es vivir y morir arbitrariamente. Lloréis, recéis u os enfadéis no cambiará nada. Pero supongo, que es lo mínimo que podemos hacer para reconocer y visibilizar que existieron y que existen. Quiero que sepáis que se puede pagar X cantidad de dinero porque un cadáver sea devuelto a la familia en su país de origen. Y que es en un ataúd cuando eres subido al avión. En el viaje de vuelta.

Quiero que sepáis que soñaba con volver a ver a su madre y que entendamos que un chaval que tenía toda la vida por delante ha muerto contra el asfalto de la carretera

Quiero que sepáis que soñaba con volver a ver a su madre y que entendamos que un chaval que tenía toda la vida por delante ha muerto contra el asfalto de la carretera. En un país, nuestro país, que se empeñó hasta el último momento en dejarle claro que no era bienvenido más que para acatar órdenes trabajando bajo un sol abrasador y consumirse lentamente en ciclos de depresión, ansiedad y soledad. Quiero también que su muerte refleje los últimos siete meses de su vida, lo que serán años para sus amigos y vecinos que recolectaron el poco dinero que tenían para que su cuerpo llegase cuanto antes a su familia en Marruecos.

Almería no es solo Cabo de Gata, sus playas y sus tapas; para muchos (y muchas) es también su mar de plástico ahogando vidas enteras, las temperaturas de fuego y sofoco, los dolores de espalda, vivir para trabajar por 5 euros la hora. (Sobre)vivir en los márgenes, trabajar en los márgenes y morir en los arcenes.

Y que ya basta, ya basta de hacernos los ofendidos y empezar a enumerar todo lo que España hace bien cada vez que se señala la violencia de las leyes y las políticas de extranjería.

¿Que España es increíble? Sí. Pero la pregunta es cómo y para quién. Porque España también son las llamadas de teléfono de la Cruz Roja a las familias de desaparecidos en el mar, comunicándoles que la última noticia de su hijo fue que saltó al agua creyendo divisar tierra. Consecuencias de estar en plena alucinación tras pasarse horas bajo pleno sol, sin agua ni gasolina, dando tumbos por el Mediterráneo. España es quien va enfermo, herido y explotado a trabajar porque no hay bajas médicas. España son los jefes que dan un trozo de pan duro sin agua cuando sus explotados les piden parar para comer. España también son sus cárceles para extranjeros llamadas CIEs. España son los cuerpos prostituidos de las mujeres migrantes con almas y necesidades convertidos en recipientes de semen y odio por hombres españoles y migrantes.

Menos viva España, y más que vivan y no mueran, ni meramente sobrevivan, quienes la habitan.

Lo que ocurre en Almería no ocurre en una realidad extraterrestre ni paralela; lo que en Almería ocurre y se normaliza, es un reflejo más de las políticas de extranjería de una España que roba años de vida mental y física a miles de jóvenes que abastecen sus supermercados (y los de toda Europa) de frutas y verduras. Cuyo español es nivel alto en vocabulario de invernaderos y en los “¡Joder, vamos hostia!” del jefe.

El hecho de quién era Mohamed, de si fue amable, optimista o inteligente, es irrelevante. Los derechos y la dignidad de las personas no se conceden o deniegan por lo bien o lo mal que nos caigan. No entiendo el debate de si queremos o no queremos migrantes. La migración es un hecho del siglo XXI como lo ha sido a lo largo de toda la historia. Que todavía haya quien considere que su opinión está por encima del derecho a la vida de las personas, es cuanto menos preocupante. Pocos días después de su muerte, el 15 de agosto, unas insípidas y breves líneas de un periódico informaban de que un ciclista había muerto arrollado. Mohamed no era un ciclista. Era un migrante marroquí. Y los migrantes como él no tienen derecho a poseer un vehículo sin un carné de conducir que no pueden sacarse hasta que tengan los papeles de residencia, papeles que no pueden empezar a conseguir hasta mínimo los 3 años de estancia en el mismo lugar del territorio español. Moverse en patinete y bicicleta no es ocio. Es la única opción. No hay paradas de autobús en campos de infraviviendas que ni siquiera están censadas oficialmente.