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Zahara de los Atunes, paradigma insostenible
Confieso públicamente mi sentimiento de culpa en la medida que haya contribuido, como usuario de quincena estival desde hace 30 años, a la explotación inmisericorde de uno de los últimos paraísos perdidos de Andalucía: Zahara de los Atunes y ese entorno que escolta a sus playas inigualables hasta el Faro de Camarinal.
Pero mi decena de trienios de antigüedad en la plaza, aun como transeúnte, me dará alguna autoridad moral para denunciar la profanación de un enclave que hace más de 30 años era un tesoro por descubrir. A finales de los 80 del siglo pasado, Antonio García Barbeito, mi compañero de Redacción entonces en El Correo de Andalucía, tituló un espléndido reportaje así: “Zahara de los Atunes (no se lo digas a nadie)”. Nadie le hizo caso y, este último verano, el humilde pueblo de pescadores, una pedanía de Barbate que apenas superaba los 1.000 habitantes, y al que solo su hijo más ilustre, Paquirri, había puesto en el mapa, ha debido de batir su récord histórico de afluencia en verano: más de 35.000 visitantes, si sumamos sus urbanizaciones colindantes hasta Atlanterra, que pertenecen sin embargo al término municipal de Tarifa.
La guinda del frenesí especulativo la ha puesto hace unos días el anuncio de los trámites acelerados para la puesta en marcha del proyecto ‘Atlanterra Golf’, que ha ido dando tumbos por los despachos oficiales desde hace más de diez años. Recuerdo que la propia Junta de Andalucía lo visó en 2008 y el Ayuntamiento de Tarifa lo aprobó en 2012, como “Plan parcial del Sector SA-1 Cabo de Plata”. Solo había algunas contraindicaciones sin importancia: carencia de las infraestructuras y servicios acordes, insuficiente abastecimiento de agua, déficit de alcantarillado y depuración... O sea, mínimos inconvenientes, debieron pensar los promotores.
Perdido el pudor, el proyecto ha resucitado como “Atlanterra Golf”. Para qué nos vamos a engañar: campo de golf, más de 1.000 viviendas, otras tantas plazas hoteleras y centros comerciales. Y dadas las urgencias que la situación impone, el Consejo de Gobierno de la Junta de Andalucía ha acordado, con el entusiasmo del alcalde de Tarifa, asignar este plan salvador a la “Unidad Aceleradora de Proyectos de Interés Estratégico”.
La coartada estratégica es “el impulso a la actividad económica y la creación de empleo estable y de calidad”, objetivos muy loables y que aguantan programas electorales y ruedas de prensa sinfín. Así lo defiende y manifiesta la Consejería de Turismo de la Junta de Andalucía, que a continuación desbarra e insulta a la inteligencia media cuando añade que el proyecto “contribuirá al aprovechamiento y la potenciación de los recursos naturales (…) bajo el principio de sostenibilidad”. Hombre, no, señor Juan Marín, Consejero, que Zahara no está tan lejos de Sanlúcar de Barrameda, acérquese a comprobarlo. Actividad económica, sí; sostenibilidad, lo que venimos entendiendo por sostenibilidad, no. A ver si vamos ya afinando el concepto de sostenibilidad (medioambiental, económica y social) y lo manoseamos menos.
La irrupción sin freno de proyectos inmobiliarios en este enclave no cumple casi ningún criterio operativo contemplado en la Estrategia Andaluza de Sostenibilidad de diez años: irreversibilidad, aprovechamiento sostenible, precaución y prevención.
La irrupción sin freno de proyectos inmobiliarios en este enclave no cumple casi ninguno de los criterios operativos contemplados en la Estrategia Andaluza de Sostenibilidad que empezó a andar hace diez años: irreversibilidad, aprovechamiento sostenible, emisión de desechos sostenible, precaución y prevención.
Los vecinos de Atlanterra recuerdan al respecto que el entorno se abastece de tres pozos, ubicados en la Finca de la Oscuridad, en la carretera entre Barbate y Vejer, que no puede dar abasto (y, con ese nombre, mucho menos, luz) para más proyectos. Hace dos años, la Asociación representativa denunció al Ayuntamiento de Tarifa por presuntos vertidos ilegales de “aguas residuales en lugares de la montaña de la zona de Atlanterra que acaban en los cauces del Moral, río Cachón y otros”.
El caso de Atlanterra y urbanizaciones limítrofes puede ser un paradigma de políticas de fomento erradas, acuciadas por la necesidad de desarrollo económico en una región que sigue dependiendo dramáticamente del turismo. Pero todo no vale en pos de ese objetivo estratégico y proyectos insostenibles pueden tener un efecto contrario al pretendido. Si algunas urbanizaciones se quedan sin agua muchos días en pleno verano, si aguas residuales y fecales van al mar sin depuración, si para llegar de Barbate a Zahara (9 km.) necesitas una hora, si nos cargamos los taludes y otras estructuras susceptibles de soportar una vegetación que es un gran sumidero de dióxido de carbono y protectora de la biodiversidad, si en bares y restaurantes la distancia mínima de seguridad entre clientes oscila entre 10 y 15 cms… es probable que muchos acabemos huyendo de aquel paraíso perdido.
Y lo peor es que a este ritmo y tendencia, un año próximo, cuando mi amigo Lauro y yo vayamos a ver cómo van las excavaciones de Bolonia, nos encontremos el hoyo 16 de un campo de golf.
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