La dificultad de poner puertas al campo
Ya dice el refrán que no se pueden poner puertas al campo, así que más de un agricultor malagueño ha decidido que la mejor manera de proteger su maquinaria es dejarla ahí, entre aguacates, mangos u olivos, y no tras el débil candado de una caseta de aperos. Es una solución desesperada a un problema perenne que se ha agravado en los últimos años. Robos en el campo ha habido siempre pero, según los agricultores, ahora hay más, son más dañinos y el perjuicio, en época de crisis y con un margen de explotación ya escaso, es mayor.
“Robos ha habido desde que existe la agricultura, con fines de alimentación familiar; pero ahora los ladrones roban para vender y no tienen límite: cuanto más roban, más venden”, explica Carlos Blázquez, presidente de ASAJA Málaga. En 2012 se denunciaron 23.348 robos en explotaciones agrícolas y ganaderas en toda España. Según informó el pasado junio Francisco Martínez, secretario de Estado de Seguridad, en una comparecencia ante la comisión de Interior del Congreso, los robos en el medio rural aumentaron un 32,7% de 2010 a 2011, un 14,1% de 2011 a 2012, y se habrían estabilizado durante los primeros meses de 2013. Luego están los que no se denuncian que, según lamentan las principales asociaciones, son muchísimos. Al fondo de este repunte, como causa que explica casi todo lo que sucede, la situación de extrema necesidad que genera crisis, según sugiere Juan Antonio García, secretario provincial de COAG.
Se roba todo: herramientas, material eléctrico, tuberías, maquinaria… “Lo que más duele es que te destrocen los sistemas de riego, porque es un palo tremendo, de entre 10.000 y 12.000 euros”, comenta José Gámez, secretario general de UPA Málaga. Y en temporada, el fruto que toque. En septiembre y octubre se robarán frutos subtropicales, como el mango y el aguacate, especialmente en la Axarquía, la comarca oriental de Málaga. Después, las castañas. Más tarde, aceituna… El sistema de seguros agrarios, de 1978, no cubre los robos de producción agrícola. “Y además está el daño que ocasionan. Porque el daño que sufren los árboles es tremendo, y tardan años en recuperarse. A los ladrones les da igual cómo recogen. Si la aceituna o el aguacate está en la parte alta del árbol, arrancan la rama…”, comenta Blázquez.
Expolio “poco a poco”
Miguel Gutiérrez, presidente de la Asociación Española de Frutos Tropicales (Aprofruta), alerta de que este año el perjuicio para los agricultores de mango será mayor, porque la cosecha será un 70% inferior a la del año pasado. A Antonio Ruiz, de 47 años, le robaron 2.200 kilos de esa fruta en Vélez-Málaga hace apenas quince días. El año pasado recogió 20.000 kilos, pero este año esperaba una cosecha muy inferior, de apenas 4.000. Así que los ladrones se llevaron más de la mitad de la producción prevista, que ya no le saldrá rentable: “La agricultura no es mi actividad principal, pero imagina que mi familia depende de esto...”.
A Fabrice Gilbert le robaron 50.000 kilos de aguacates en una de sus fincas en la Axarquía hace cuatro temporadas. Durante la última campaña la cantidad fue menor: unos 15.000 kilos, según calcula. El expolio se produce poco a poco, tanto que a veces ni siquiera repara de inmediato en que se ha producido el robo. De esta forma, los ladrones se aseguran de que en caso de ser descubiertos en la faena sólo podrán ser condenados por una falta de hurto.
Los agricultores denuncian que, en los últimos años, los cacos recogen el producto cuando aún no está maduro, así que la fruta llega a los puntos de venta cuando aún no tiene el mínimo de calidad. Francisco Torres tiene una explotación de aguacates en Alahurín de la Torre. El aguacate se empieza a recoger en marzo, pero él ha sufrido varios robos, de 150 o 200 kilos cada uno, durante el mes de agosto. “Esos aguacates se venderán, porque el comprador desconoce su origen. Pero si no madura bien, y la fruta no se puede consumir, no volverán a comprar”. La mala digestión de un mango insípido la sufre el agricultor con la desconfianza del consumidor y la devaluación del producto.
A veces es el propio medio de producción el que desaparece. A Pedro Báez, un apicultor de Casabermeja, le robaron 64 colmenas de un valor aproximado de 6.000 euros. Con una motosierra rasgaron la parte delantera, donde se registran los números que permiten la identificación. Cuando las localizó, tres años después, ya no valían nada: “La mayoría de las abejas murieron. Si una colmena la abandonas, deja de valer porque la madera se pudre. Si por lo menos las cuidaran…”. Después de esa mala experiencia, decidió incrustar un microchip de seguimiento en algunas de las colmenas.
A otros la frustración les lleva a contratar vigilancia privada o a organizar patrullas. “No soy partidario de que los productores hagan vigilancia. ¡Esto no es el oeste! Para eso pagamos nuestros impuestos”, se queja José Gámez. En 2011 se aprobó el Plan contra el Robo en Instalaciones Agrícolas y Ganaderas. La Guardia Civil de Málaga asegura que, contrariamente a lo que ocurre en territorio nacional y a la percepción de los agricultores, las cifras de robos en las zonas sobre las que tiene competencia (todos aquellos municipios en los que no existe una comisaría de policía) han mejorado. En 2011 investigó 829 robos, en 2012 fueron 573, y en lo que ha transcurrido de 2013 ha tenido conocimiento de 334.
Estrechar la vigilancia
Los agricultores exigen una intensificación de la vigilancia y un endurecimiento de las penas. Carlos Blázquez, de ASAJA, apunta a las rondas a caballo, una fórmula alternativa que ha sido eficaz cuando se ha aplicado. Pero la solución pasa también por aumentar los controles en los puntos de receptación y venta posterior. “Hay mucha fruta ilegal en los puestos, en carrillos de mano o en las cunetas”, dice Blázquez. “Hace dos años, vimos unos aguacates robados en el mercado de Málaga, pero la Policía Local nos dijo que teníamos que identificar fehacientemente que eran de nuestro socio”, relata un técnico de ASAJA. Miguel Gutiérrez, presidente de Aprofruta, abunda en la tesis: “2.200 kilos sólo pueden acabar un punto de comercialización a nombre de otro agricultor”. “No tiene sentido robar 3.000 kilos de aguacate si no se venden”, zanja Blázquez.
“Como la construcción ha muerto y no hay donde robar, hay una cosa muy suculenta, que es el mango, y señores que se organizan. Pero de esto no se entera nadie”, se queja Antonio Ruiz. “Es que entran una vez, y otra vez, y otra vez…”, complementa Francisco Torres. Los agricultores encaran el problema con un punto de resignación, pero advierten de que el vaso está a punto de rebosar. Muchos tratan de distinguir el robo por necesidad (el hurto famélico) de las cuadrillas organizadas. “En los pueblos tenemos controlados a los ladrones, y yo con los de aquí me llevo bien: los veo en el bar, y si los tengo que convidar a una cerveza… El problema es que ahora vienen de la ciudad”, comenta Bedoya. “En el campo no hay seguridad ninguna, esto va a peor. Pero es la crisis lo que hace que la persona honrada también coja una talageda de aceitunas”, concluye Pedro Báez.