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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Esperanza Oña: el PP en las venas

Hace cuatro años, cuando hubo que decidir quién sería el nuevo presidente del PP de Andalucía en sustitución de Juan Ignacio Zoido, todo el mundo hablaba de Esperanza Oña (Sevilla, 1957). Los populares no levantaban cabeza, habían logrado ganar al todopoderoso PSOE andaluz por primera vez en la historia, en los comicios de 2012, pero un pacto de Gobierno con IU les dejó orillados en la oposición con un techo electoral histórico: 50 diputados (de 109). Oña tenía temperamento suficiente para espabilar a la tropa, pero había perdido sustento orgánico y el relevo se estaba gestando en otras latitudes, cerca de la madrileña calle Génova.

Ahora Esperanza Oña ha emergido, para sorpresa de muchos, como una de las dirigentes andaluzas de más peso en el núcleo duro del flamante presidente del PP, Pablo Casado. Es una de los ocho andaluces del nuevo Comité Ejecutivo Nacional y ha sido nombrada Defensora del Afiliado del PP, un órgano que apenas tiene año y medio de vida. En el último congreso del partido, en febrero de 2017, el PP decidió refrescar y rejuvenecer su imagen y, como ya había hecho el resto de formaciones, dar más voz a los militantes. Así se creó la figura del Defensor del Afiliado, para dar cauce a las quejas, propuestas y reclamaciones de las bases del partido. El objetivo era fomentar la participación de su militancia y hacer llegar a la dirección sus principales preocupaciones.

No es un puesto de primer rango orgánico, pero muchos creen que le viene como anillo al dedo a Esperanza Oña, guardiana de las esencias del PP, una política con criterio independiente, segura de sí misma, trabajadora incansable, y preocupada porque “en España decir que eres de centro derecha es casi un estigma, mientras que ser de izquierdas parece una superioridad moral”. A veces, como cuando protestó públicamente “por la respuesta poco contundente de Rajoy ante el conflicto catalán”, ha salido al paso para defender las siglas del partido incluso de sus propios líderes. “Cuando no hemos estado a la altura, nuestros militantes y votantes se dan cuenta enseguida”, advierte.

Esperanza Oña ha sido alcaldesa indiscutible de Fuengirola en la etapa más frágil del aznarismo y en el despertar del ciclo de Rajoy. Es licenciada en Medicina, pero ocupa un escaño en el Parlamento andaluz desde 2008, como diputada por Málaga, es vicepresidenta de la Cámara, fue portavoz parlamentaria y azote de la oposición al PSOE andaluz hace dos legislaturas, y ha sido, “por encima de todo”, alcaldesa de Fuengirola con mayoría absoluta durante 24 años. Lo dejó en 2014, no porque perdiera votos, sino porque el Gobierno andaluz aprobó una ley de incompatibilidad de cargos públicos que impedía ser regidor y parlamentario a la vez (en ese momento había 17 alcaldes en la bancada del PP). Ella tenía más ambición política en la esfera regional y eligió seguir en la Cámara autonómica.

Sus compañeros dicen que tiene el ADN del PP metido en las venas, por eso cuando el partido se divide lo pasa mal. Por eso, también, cuando confrontan corrientes internas ella se alinea con quien, según su criterio “desacomplejado”, representa más claramente qué es ser del PP. En la primera fase de las primarias fue de las primeras en posicionarse a favor de Casado, que entonces parecía el combidado de piedra en una pugna entre Soraya Sáenz de Santamaría y Dolores de Cospedal. En Andalucía, Casado obtuvo un 16% de votos, frente al 56% de la ex vicepresidenta y el 28% de la ex secretaria general. Oña apoyó e hizo campaña por el hoy presidente del PP en contra del criterio marcado por su presidente provincial, el malagueño Elías Bendodo, y su líder regional, Juanma Moreno. Ambos defendieron públicamente a Santamaría y, según Oña, ellos y la intervención evidente de Javier Arenas y Antonio Sanz condicionaron a los militantes y dificultaron que “hubiera un voto totalmente libre”.

El franquismo y la transexualidad

Ella se ha dibujado un perfil de dama de hierro, de mujer “ambiciosa, temperamental, tenaz, peleona, muy trabajadora”, a ratos “intransigente” en sus careos con los socialistas. “No soporta su superioridad moral, aunque con los años se ha apaciguado”, dice una compañera. Sus rivales en el PSOE le reconocen “un gran esfuerzo y capacidad de trabajo parlamentario”. Oña tiene muy interiorizado qué es el centro derecha, le fastidia la “mala prensa” que tiene en España, mientras que “ser de izquierdas está muy bien visto”. Le gustan los debates ideológicos sobre políticas sociales, esos en los que el PP “a veces entra de puntillas o acomplejado”. “Hay que ser contundente, hablar claro”, dice.

Oña ha sido muy crítica, por ejemplo, con la Memoria Histórica, igual que sus compañeros de bancada. En 2010, mientras presidía un pleno municipal de Fuengirola, equiparó a un dirigente falangista con Blas Infante, considerado padre de la patria andaluza, fusilado por los fascistas en 1936. Lo hizo al rechazar una iniciativa socialista que pedía cambiar el nombre del polideportivo municipal José Antonio Elola Olaso -quien fuera gobernador civil de Sevilla y delegado Nacional de Deportes durante el franquismo-por el de Blas Inante. “¿Por qué hay que quitarle el nombre del señor que propició ese estadio para dárselo a Blas Infante? ¿Qué criterio de justicia hay ahí? No tenemos intención de hacer eso, no lo vemos bien. Como yo no soy quién para decir quién es bueno y quién es malo, tampoco sé si el señor Elola era mejor o peor que Blas Infante”.

Sin embargo, Oña también jugó un papel fundamental para que la Ley integral de Transexualidad fuera aprobada por unanimidad en el Parlamento andaluz en 2014. La diputada popular, médica de profesión, medió para convencer a la dirección nacional del PP de que el Gobierno de Rajoy no debía impugnar la ley ante el Tribunal Constitucional, como habían amagado. Convenció a los suyos y luego regresó al Parlamento andaluz para decirles a PSOE e IU que ésa no era una ley de izquierdas. “No tengan la tentación de excluir al PP-A de las reivindicaciones del colectivo transexuql porque se trata de un problema exclusivamente de derechos humanos, del más básico de todos, del derecho a la vida completa. Se trata de recomponer la concordancia entre el sexo físico y el interior y desmitificar la operación de sexos”. Su formación en medicina es, probablemente, lo poco que le hace discrepar con políticas asentadas en el PP: como la vuelta a la Ley del Aborto del 85, que defiende Casado; o el rechazo a la propuesta de Pedro Sánchez para regular la eutanasia, a la que no se opone de plano.

La imbatible ex alcaldesa de Fuengirola (Málaga), la durísima ex portavoz parlamentaria del PP y la actual vicepresidenta del Parlamento andaluz -un puesto institucional que supone un corsé para una mujer tan de partido- entró en la terna para tomar las riendas de un partido noqueado tras la victoria insuficiente de las elecciones de 2012. Todo el mundo le reconocía el valor de oradora y el pulso político para medirse, sin achantarse, al PSOE andaluz. Pero siempre le faltó soporte orgánico en Génova y en la sevillana calle San Fernando, sede del PP-A. Hasta ahora.