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El espíritu coleccionista de la familia Romero de Torres salvó del expolio más de 600 piezas históricas

elDiarioand

1 de agosto de 2021 18:47 h

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El espíritu coleccionista de la familia Romero de Torres ha permitido recuperar del expolio singulares piezas arqueológicas del pasado cordobés, en concreto más de 600 piezas variopintas y singulares de la historia de Córdoba. A través de tres generaciones, la familia pudo reunir, estudiar y conservar una colección privada de cientos de piezas históricas muy variopinta y singular. La Junta de Andalucía compró este fondo arqueológico a su última heredera en 1988 y tres años después, al fallecer el último vástago de la familia, pasó a ser de titularidad pública.

Esculturas íberas y romanas, basas y capiteles de columnas, vigas de techumbre andalusíes, inscripciones funerarias, brocales de pozos, lucernas, ajuares domésticos completos y otros tantos fragmentos del pasado forman parte de esta colección, informa la Consejería de Cultura y Patrimonio. “Alrededor de 600 piezas, datadas desde el Calcolítico hasta el Medievo”, ha precisado el director del Museo de Bellas Artes de Córdoba, José María Domenech, mientras abre el área de reserva de este conjunto arqueológico, que es solo una parte del legado de tan insigne familia.

“La colección arqueológica, al igual que el resto de las colecciones de la familia, la inicia Rafael Romero Barros”, ha explicado Manuel Aguayo, conservador en el Museo Arqueológico de Córdoba. “Llegado a Córdoba en 1862, impulsó excavaciones fruto de su afán arqueológico y puso las bases del futuro Museo Arqueológico de Córdoba, del que fue su primer director en 1867”.

En ese momento, “la casa tiene ese uso dispar entre lo público y lo privado. Incluso hay una postal que reproduce una fotografía de Rafael Señán hacia 1911 bajo el nombre Jardín del pintor Julio Romero de Torres, donde se ve el patio de la vivienda del por entonces conservador del Museo adornado por esas piezas arqueológicas dando la sensación de jardín romántico”.

Una saga familiar

Tras fallecer Rafael Romero Barros en 1895, será Enrique Romero de Torres quien coja el testigo. Enrique, además del bagaje aprendido en el seno de su familia, estuvo al frente de importantes organismos público. Fue el director en 1913 del Museo de Bellas Artes, miembro de la Comisión de Monumentos y delegado regio de Bellas Artes, y obtuvo así un amplio conocimiento y acceso, en este caso, al patrimonio arqueológico.

Gracias a Enrique Romero Torres, ha afirmado Aguayo, “los fondos del Museo Arqueológico continúan creciendo, pero hay otras piezas que son regalos a título casi personal que van quedando en la casa familiar”.

El expolio, toda una costumbre

Cabe que recordar que es en 1910 cuando se inician las excavaciones en las ruinas de Córdoba La Vieja, que posteriormente se conocerá como Medina Azahara. A su vez, durante la primera mitad del siglo XX se amplían o construyen avenidas y se levantan nuevas barridas, son años de transformación de la ciudad en los que el expolio era una costumbre generalizada.

En torno a las figuras de Rafael Romero Barros y su hijo Enrique se “aglutina parte del afán arqueológico del momento, entrando en contacto con personalidades del momento como Rafael Ramírez de Arellano, Victoriano Rivera, Amadeo Rodríguez o el Conde de Torres Cabrera. Y a través de estas relaciones, las diferentes piezas les llegan a modo de regalo o ”donaciones“.

El Museo Arqueológico ya estaba creado, pero ellos van reuniendo a parte su pequeña colección. Romero Barros iniciará la obra inacabada Córdoba monumental y artística, donde, con ayuda de sus hijos, fue recogiendo esos vestigios del patrimonio que iban descubriendo.

Años convulsos

La familia Romero de Torres ayudó “a recuperar un patrimonio que se estaba perdido, en unos años bastante convulsos. Muchas de estos restos hubieran desaparecido o acabado en subastas. En cambio, gracias a esta familia se han podido conservar”.

Es interesante resaltar aquí, ha señalado Aguayo, la espectacular estatua del emperador sedente que se exhibe en el Museo Arqueológico de Córdoba. La parte trasera de ésta se encontró en 1983 de la calle San Álvaro y entró en el museo. Más tarde, tras varios estudios de la Universidad de Córdoba se demostró que una de las piezas de la colección Romero de Torres, un torso (parte delantera de una estatua), casaba perfectamente con la que había en el museo. Las piezas finalmente se unieron y ahora la estatua se puede mostrar en su conjunto en el museo.

Del conjunto de las piezas, según Aguayo, hay que destacar dos esculturas excepcionales de la época Ibera que se encuentran en la actualidad expuestas en el Museo Íbero de Jaén, un león y la loba con presa y cría, ambas del Cerro de los Molinillos de Baena. Además, es “curioso” que se conserven “bastantes lápidas relativas a mujeres en la Colección Romero de Torres, su estudio nos va a ayudar a avanzar en la arqueología de género”.

Columna de mármol del siglo X

Destaca también una impresionante basa de columna de mármol del siglo X, articulada con “una decoración vegetal exuberante, creando esos magníficos contrastes de los claroscuros que demuestran la calidad de los talleres andalusíes”. Una calidad que indica como posible procedencia algún edificio importante de Córdoba, de alguna Almunia, o de la propia Medina Azahara.

Hay piezas muy interesantes de época romana, como la figura que representa a un personaje del cortejo del dios Baco. La escultura muestra a “un sileno acostado, que apoya su cabeza sobre un odre el cual se encuentra horadado y a modo de surtidor, saldría agua, creando ese efectismo que buscaría representar el conjunto escultórico al que pertenecía”, ha descrito Aguayo.

La colección es extensa, variopinta y está llena de curiosidades. Algunas piezas “son interesantes porque tienen una inscripción singular, por presentar una decoración concreta, otras por proceder de un determinado yacimiento o, como en el caso de las esculturas íberas de Baena, porque se une calidad y excepcionalidad”, ha concluido Aguayo.

Propiedad de la Junta

La colección pasa a ser propiedad de la Junta de Andalucía en 1991, pues, aunque la familia Romero de Torres en ningún momento tiene la intención de ceder el patrimonio familiar a lo público, la segunda generación no tuvo descendientes. La Junta realizó una oferta de compra a la última heredera, María Romero Pellicer, quien aceptó por un precio simbólico de 18 millones de pesetas, y todos los bienes muebles que había en la casa pasaron a ser de titularidad pública.

En la actualidad (salvo las piezas que permanecen adornando el patio de la vivienda y aquellas que están expuestas en otros museos, como en el Arqueológico de Córdoba o el Íbero de Jaén) el grueso de la sección arqueológica del legado Romero de Torres permanece en el área de reserva del Museo de Bellas Artes de Córdoba.

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