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Entrevista - Emilio Cassinello

“Estados Unidos se quedó corto en imaginación creadora”

La azarosa vida de Emilio Cassinello (Socuéllamos, Ciudad Real, 1936) no se puede resumir en un par de párrafos. Hijo del exilio republicano, diplomático, director general del Centro Internacional de Toledo para la Paz… Para Sevilla, sin embargo, sigue siendo el comisario general de la Exposición Universal de 1992. Tras ser embajador en Angola y México, Cassinello se convirtió en 1985 en el presidente del Consejo de Administración de la Expo 92, pasando a ser su cara visible a escasos meses de su inauguración, después de que Manuel Olivencia dimitiera de su cargo.

Cassinello, un señor de 80 años de maneras refinadas y mente brillante, hace acopio de anécdotas para conmemorar el 25º aniversario de una muestra que reunió en Sevilla a más de un centenar de países, organizaciones internacionales y empresas. Él era el encargado de darles la bienvenida oficial a su llegada a la Isla de la Cartuja.

Desde la terraza del Hotel Inglaterra, observa con cariño la ciudad borgiana, que cual Aleph, condensó un mundo entero en el centenar de hectáreas de la Isla de la Cartuja.

(Vídeo realizado por Luis Serrano (Fotografía), Tomás Díaz Japón (Fotografía y edición) y Alejandro Ávila (Redacción).

¿Sigue manteniendo su relación con Sevilla?

He venido muchas veces tras la Expo, aunque no tantas como querría. Estoy encantado de ver cómo esta ciudad prospera, vive, palpita. Los sevillanos seguís teniendo una capacidad mágica para estar en los espacios públicos. Siempre rejuvenece volver a los escenarios que uno conoció tan bien hace 25 años.

¿Cuál fue su mayor aportación a la Expo?

El tema, “La era de los descubrimientos”, es de las pocas cosas que puedo presumir que yo aporté específicamente. En un principio se llamaba “La era del descubrimiento”, pero era un problema para los americanos, que decían que eso los situaba como un objeto descubierto por los europeos. Y fueron los mexicanos los que inventaron lo del “Encuentro entre dos mundos”.

La Expo fue un laboratorio del futuro: ¿hay algún objeto presentado allí que jamás se imaginó en la calle 25 años después?

Las Expos son instituciones como Jano, con dos caras: de presentación de lo que hay y de anticipación de lo que puede venir. El átomo se presenta en la de Bruselas, la electricidad en la de París y la exploración espacial también en Bruselas. En la del 92 tuvimos la televisión de alta definición, la red digital de servicios digitales (RDSI) y la fibra óptica que hoy en día nos parece tan habitual.

Su carrera diplomática le había permitido tratar con personas de muchos países: ¿Se llevó, a pesar de ello, alguna que otra sorpresa?

Las Expos son un animal proteico que no todo el mundo entiende. Tardamos en que Inglaterra dijera que sí, a pesar de que ya sabíamos que iba a venir, pero hasta que no se hizo la visita de la Reina, no conseguimos la formalización de la participación inglesa. Por otro lado, creí que Estados Unidos iba a tener un pabellón más notable y singular, pero quizás se quedaron cortos en cuanto a imaginación creadora.

Por aquí pasó desde Gorbachov a Lady Di, pasando por Fidel Castro. ¿Qué personaje llamó más su atención?

Vinieron 77 jefes de Estado y Gobierno, 44 miembros de casas reales y 227 ministros de todo el mundo. Con Mario Soares (presidente de la República de Portugal),un buen amigo, hubo una relación muy cordial y simpática. Con Carolina de Mónaco coincidí en una referencia muy excéntrica, una ópera de Vivaldi muy poco conocida, Montezuma. Me dijo “La acabamos de grabar, te voy a enviar el disco”. Llegó la semana siguiente. El presidente de Alemania, Weizsäcker, se enfadó muchísimo, porque, al parecer, cuando íbamos en el autobús, no habíamos tenido suficiente delicadeza con un viandante.

También hubo alguna anécdota con Fidel Castro.

La II Cumbre Iberoamericana fue convocada en Madrid y celebró una reunión en Sevilla. Al final de la comida, hubo un momento en el que Violeta Chamorro (presidenta de Nicaragua) y Fidel Castro empezaron a elevar el tono. Allí el Rey cortó muy bien, que dijo que el tiempo era muy bueno y que había que seguir viendo cosas.

En la Expo 92 se invirtió casi un billón de pesetas en servicios públicos, ¿se equiparó Andalucía al resto del país gracias a la Expo?

La obra pública impulsó Sevilla. Fue el pretexto funcional más poderoso que yo he visto últimamente en cuanto a arrastre y promoción de obra pública, empezando por el AVE. La obra pública, las rondas, las autovías, los trazados, los aeropuertos, el soterramiento de las vías en Sevilla, los puentes… ¿alguien ha calculado el valor de triplicar el equipamiento turístico de Sevilla? Es difícil pensar que la operación no salió bien y que no terminó con un saldo muy positivo.

Las cuentas dieron superávit, pero luego el Tribunal de Cuentas dijo que había déficit. ¿Qué ocurrió?

No recuerdo las cifras exactas, a pesar de que tuve que dar explicaciones en el Congreso. Si no cerramos con equilibrio, estuvimos muy cerca. En el haber hay unas partidas gigantescas que no están contabilizadas, como el efecto promoción, el efecto publicidad, el efecto proyección… lo que se llama el poder blando de un país. La expresión de ese poder blando, a través de la imagen que transmitió la Expo de Sevilla, tiene un valor incalculable. 20.000 periodistas de 8.000 medios visitaron la Expo. Partiendo del escepticismo, que es una tradición de todas las exposiciones universales, terminamos en el mayor entusiasmo que yo recuerde.

¿Se le ha sacado suficiente partido a la Cartuja tras la Expo?

Sin duda. La tasa de aprovechamiento de la sede de la Expo 92 no tiene igual. Ni Bruselas 58, Montreal 67, Osaka 70, Lisboa 96, Hannover 2000… ninguna ha tenido el aprovechamiento al nivel que lo ha tenido la Cartuja de Sevilla con el parque científico-tecnológico y el resto de instalaciones que se encuentran allí. Hay cerca de 20.000 empleos generados por ese espacio, con unas cifras muy notables de negocio.

La seguridad fue un tema fundamental de la Expo. ¿Se imaginaba entonces que 25 años después ETA iba a entregar las armas?

Yo pensaba que ETA habría desaparecido mucho antes. Lo que parece inverosímil es que haya estado sin entregar las armas hasta prácticamente hoy. En una de las puertas de entrada se puso una tanqueta, porque nos convencieron de que la seguridad la proporcionaba la visibilidad de la fuerza. Funcionó muy bien, no hubo ningún problema.

¿Cuál fue el mejor momento?

El día más inquietante y satisfactorio fue el 3 de Octubre. Ese día hubo 629.000 visitas (el triple de la media). La Expo se abría 19 horas para los visitantes, pero luego aquello continuaba funcionando, era una colmena, para volver a abrir al día siguiente limpia, aprovisionada, con los pabellones dispuestos a recibir a los visitantes. El jefe de la brigada de limpieza me llamó aquel día a las 4 de la mañana y me dijo: mañana abre la Expo tan limpia como cualquier día. Fue un momento mágico: multiplicamos por tres la media de visitantes sin el menor incidente.

Si la Expo estaba abierta 19 horas… ¿cuántas horas dormía usted?

La verdad es que no dormí muchas horas durante aquellos seis meses. Dormía lo suficiente para mantenerme activo, pero había una adrenalina ambiental, que te mantenía andando y vivo sin ningún problema.

¿Hay alguna anécdota que no se haya atrevido a contar hasta la fecha?

Si no me he atrevido a contarla, no la voy a contar ahora (ríe). Hay un montón, las recuerdo de manera simpática. La simpatía del personal sevillano sobre el terreno de información, de servicio, era verdaderamente muy original y no tiene réplica en el mundo y todo el mundo la recuerda. Recuerdo aquel señor mayor que llegó diciendo que había perdido a su mujer y le decía el Pupi (personal de información de la Expo): “Ha perdido usted a su mujer, pero… ¿eso es bueno o es malo?”. En el pabellón de Murcia tenían el autogiro de la Cierva y el submarino Peral. Por lo visto un hombre le dijo a la mujer, mientras miraba el submarino: “Pues a mí, por mucho que me lo juren, no me puedo creer que eso haya volado”.

¿Y con México, donde usted había sido embajador?

El comisario mexicano se vino con un enorme cactus sonorense, tan grande que tuvo que traerse un avión Antonov. Me dijo que él nunca pensó en devolver ese cactus a México, pero que le estaban torciendo el brazo en su país para llevarlo de vuelta. Le dije: mañana viene la reina, yo elogio el pabellón y el cactus. Ella hará algún cumplido del cactus y en ese momento tú dices: señora, se lo regalo. Dicho y hecho, al día siguiente cumplimos el guión paso a paso y el cactus se quedó en Sevilla… lástima que no sobreviviera a las lluvias del invierno sevillano.

Es un gran aficionado a la música. ¿Qué recuerdos guarda del despliegue cultural de aquellos meses?

Hay que ver las críticas que nos pudieron hacer por el Teatro de la Maestranza, que se consideraba una inversión elitista. Hoy, por lo que me dicen, es difícil encontrar abono de temporada, porque hay mucha más demanda que oferta. El concierto de Sergiu Celibidache fue tan extraordinario que pasamos un minuto sin aplaudir, en un silencio, lo cual era el homenaje más excelso. Plácido Domingo insistió en dirigir un aria que cantaba Montserrat Caballé. Le preguntaron a Montserrat qué le había parecido y contestó: fantástico, es la primera vez que he tenido a Plácido a mis pies (risas).

¿Cómo marcó la Expo de Sevilla a las siguientes exposiciones universales?

Cuando fui a rendir cuentas a la asamblea general de la Oficina Internacional de Exposiciones, ésta declaró que la de Sevilla era la exposición del siglo y que había sentado el patrón, por el cual se iban a juzgar el resto de exposiciones.