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Noticia servida automáticamente por la Agencia EFE

Manuel Molina, el trovador gitano

La definición de trovador o trovero de la RAE se queda corta en el imaginario popular. Porque el trovador cuenta historias, narra la vida, recita los días y piensa cantando. Y todo eso no lo explica la RAE. Pero trovador era Manuel Molina, como lo describe el periodista Manolo Jurado (y cantaor, y guitarrista, y compositor, y gitano). “A Manuel no lo escuchabas porque tuviera una voz prodigiosa. Lo escuchabas porque lo que decía tenía mensaje”. Y hoy el trovador ha muerto. En San Juan de Aznalfarache (Sevilla). Con 67 años que parecían más por la barba cana y el peso de su discurso.

En Ceuta nació y en Sevilla (en Triana) vivió, hijo de flamenco, El Encajero, guitarrista. Niño flamenco también. Y padre de artista flamenca, Alba Molina. Conoció lo mejor y lo peor del arte. El desprecio y la falta de consideración, y el respeto y auge. La tradición y la ruptura. Dio, escribe el productor Ricardo Pachón, “sutiles mensajes de apertura pero, como dijo Paco de Lucía, sin apartarse del viejo tronco flamenco”.  Y siempre fue considerado como “una humilde fuente de verdad y sabiduría”.

En la memoria, su nombre siempre aparece al lado, a veces a la sombra, del de Dolores Montoya: Lole y Manuel. “Sus cinco años con Lole forman parte de la revolución del flamenco (de 1975 a 1980). En un tiempo en el que el país estaba rompiendo con todo, ellos representaron la ruptura y la modernidad. Fueron parte de la transción del país sin duda”, explica Manolo Jurado, “con discos como El Nuevo Día o Pasaje del Agua”.  “Fuimos los abuelos del flamenco fusión”, explica en su última entrevista con el periodista Antonio Ortega. Una fusión que “tiene que trabajarse, doler”. Si es fácil no era fusión para Manuel. Y así lo hizo en El Garrotín acompañando a Smash, más para que Pachón le librase de la mili que atendiendo a un deseo real.

Pero Manuel Molina era libre. O quería serlo. “Estamos en una jaula, pero el tiempo se va y hay que intentar no arrepentirse de nada”. Ha muerto de cáncer y sin recibir tratamiento según su deseo, apelando a su libertad. Porque para él, como dijo en esa misma entrevista, el verdadero “cáncer” era el dinero: “El dinero es malo. Para gastárselo y pa regalarlo. Y sirve para darle mucho gusto a tu familia y hacer muchas fiestas. No para guardarlo ni para contarlo. (...) El dinero es el cáncer. Lo demás (la incomprensión, el poder, el egoísmo), la metástasis”.

Trovador fue para el baile, cuando acompañaba a las bailaoras entre el recital y el cante. Como a Manuela Carrasco. Trovador de garganta rota, improvisación, guitarra erguida y rebeldía. La mirada fija en un punto porque “los ojos no me sirven para cantar. Se sueña mejor con los ojos cerrados”. Trovador de Camarón y de los Beatles. De caviar y de manteca colará. De pausa, pero no de monotonía. De papel, pluma y tinta, que para eso lucía caligrafía. De los que reniegan del flamenquito (“esa palabra es un pecado”). Y de los agradecidos porque “si todos fuéramos así, nos iría mejor la vida”.

Ha muerto Manuel Molina. Aunque él lo tenía claro: “Que nadie vaya a llorar el día que yo me muera”. Y un deseo para sus hijos, extensible a los demás y bandera de sus luchas: salud y libertad.