Los fertilizantes y la mala depuración amenazan el agua que llega a Doñana
Sin el nitrógeno y el fósforo no podríamos vivir. El primero, que es el 78% del aire que respiramos, es clave en las moléculas de ADN y ARN, los libros de instrucciones de los seres vivos; sin el segundo tendríamos imposible almacenar energía. Además, también se usan para aumentar los rendimientos agrícolas, en forma de fertilizantes de fosfatos y nitratos. El problema es que cuando aparecen en cantidades excesivas en un determinado entorno natural, el fósforo y el nitrógeno “sobrealimentan” a unos seres vivos por encima de otros, alterando el equilibrio del ecosistema: esto es la “eutrofización”.
Eso es lo que podría suceder en Doñana si no se toman medidas urgentes, según un reciente estudio elaborado a partir de las observaciones realizadas en arroyos y aguas superficiales que desembocan en la marisma. El agua que llega a Doñana está contaminada por efecto de la agricultura intensiva y de la mala depuración de las aguas residuales. Irene Paredes, autora principal del informe, advierte de que este proceso puede “acelerar un cambio en la biodiversidad” del parque. “Está todo conectado. Si una planta desaparece, la especie que se las come va a sufrir. Es una cadena de efectos”, explica a eldiario.es/Andalucía.
A pesar de la protección del parque nacional como Patrimonio de la Humanidad, y de toda la cuenca como Reserva de la Biosfera, los autores concluyen: “Hemos observado una mala calidad del agua persistente en las principales corrientes de entrada”. En el estudio, publicado en febrero en la revista científica Wetlands Ecology and Management, participan investigadores del CSIC y de la Estación Biológica de Doñana.
Este fenómeno ya había sido observado en otros trabajos anteriores. En 2006, investigadores del CSIC y de las universidades de Huelva, Sevilla y Pablo Olavide publicaron el estudio La contaminación por eutrofización en arroyos que vierten a la marisma de Doñana, que concluía señalando la necesidad de incluir tratamientos terciarios para eliminar eficazmente el nitrógeno y el fósforo de las aguas que acaban en la marisma. Años después, la situación sigue siendo la misma.
“Los acuíferos están en mal estado cualitativo, y este informe demuestra que no se están tomando las medidas oportunas”, resalta Felipe Fuentelsaz, coordinador del proyecto Doñana de WWF.
Invernaderos y depuración insuficiente
Paredes y sus compañeros han medido la concentración de nitrógeno y fósforo (los nutrientes precursores de la eutrofización), la clorofila-a del fitoplancton, la conductividad, la profundidad o el caudal en 56 puntos de las cuencas que vierten a la marisma. En algunos tramos, Paredes detectó una concentración de estos nutrientes tan alta que el agua no era apta para que vivieran los peces. La investigadora matiza que no han determinado por cuánto tiempo se dio esa concentración, pero advierte: “Si nos encontramos esto de forma aleatoria significa que puede estar pasando más veces”.
El arroyo del Partido, uno de los principales afluentes a la marisma, destaca por encima de todos. Estos arroyos y ríos, que no siempre discurren en terrenos del Parque, están menos protegidos. Sin embargo, el sistema acuático no tiene fronteras. “Aunque haya división entre los parques sigue siendo el mismo”, explica.
El informe apunta dos causas que explican la mala calidad del agua. La primera, la agricultura intensiva, fundamentalmente el cultivo de frutos rojos. El área cubierta por invernaderos en las cuencas vertientes a la marisma de Doñana aumentó un 487% de 1995 hasta las 5.510 hectáreas en 2016, si bien desde entonces se habrían reducido a 3.204 en 2018, según el estudio. Los fertilizantes se aplican en estos invernaderos mediante irrigación, produciendo un sobrante en forma de escorrentía, superficial y de infiltración. “Cuando llueve eso se arrastra a los arroyos. En un modelo de agricultura intensiva aumenta el riesgo de infiltración y transporte de esos nutrientes, porque todo drena de forma natural a la marisma”, explica Paredes. Es la llamada “contaminación difusa”.
Fuentelsaz aboga por reducir esta superficie. Al superponer la cartografía oficial de los terrenos regularizables con la superficie dedicada a invernaderos que muestra el satélite Sentinel, hay un exceso de 1.653 hectáreas. “Ese 16% hace una competencia desleal y provoca un daño al sector”, lamenta. Por su parte, la Confederación Hidrográfica evalúa cada año la calidad de las aguas, pero advierte de que no puede hacer nada para reducir la contaminación agraria difusa en origen, porque es competencia de la Junta de Andalucía.
La segunda causa está en la insuficiente depuración de las aguas residuales de asentamientos humanos. “Estamos en una zona sensible de valor ecológico altísimo. Deberíamos aplicar el máximo nivel de depuración, si lo tenemos en nuestras manos. Y eso no se está haciendo”, señala Paredes. A todas les correspondería realizar tratamiento terciario, pero no se está aplicando. Nuevamente, la Confederación explica que la competencia de la depuración de aguas residuales reside en la administración local, con auxilio de la Comunidad Autónoma.
La Consejería de Agricultura, Pesca y Desarrollo Rural no ha contestado el cuestionario de eldiario.es/Andalucía.
El efecto del exceso de nitrógeno y fósforo: reducir el oxígeno
La concentración excesiva de nitrógeno y fósforo puede llegar a ser tóxica para animales acuáticos, pero tiene además un efecto indirecto: facilita que el fitoplancton crezca de forma masiva. Cuando muere, el fitoplancton se deposita en el fondo, descomponiéndose en un proceso que requiere oxígeno. Al final, el exceso de estos nutrientes acaba reduciendo el oxígeno, lo que afecta a todos los organismos. La eutrofización no es tan rápida y letal como otros tipos de contaminación, pero degrada el ecosistema de forma sigilosa e irreversible.
De hecho, algo está ocurriendo ya. En los últimos veinte años, el aumento de los fosfatos ha provocado la expansión de un helecho invasor, la Azolla filiculoides, que tiene una perniciosa capacidad: es capaz de fijar el nitrógeno de la atmósfera. Si además aumenta el fósforo en el agua, se expande sin limitaciones y a gran velocidad. El problema es que ocupa mucha superficie con gran densidad e impide que penetre la luz en el agua, aniquilando indirectamente a todas las plantas sumergidas. El paso final es que esos restos se van a pudrir consumiendo oxígeno, cambiando el funcionamiento del sistema y alterando la biodiversidad.
En otras ocasiones, este tipo de condiciones puede provocar una catástrofe repentina. En 2001, un tipo de cianobacteria provocó una mortandad masiva de varias especies de animales en Doñana: el calor, la falta de luz y la falta de movimiento del agua facilitó su propagación. “Si aumentamos la concentración de nutrientes se empuja al sistema a que estos eventos ocurran con más frecuencia”, explica la investigadora.
“La marisma no es un sumidero”
El informe pone el foco sobre masas de agua a las que generalmente se presta menos atención. En lugar de focalizar en la marisma, altamente protegida, observa el estado de sus afluentes; en lugar de centrarse en los acuíferos, se fija en las aguas superficiales. Al final, todas desembocan en el mismo lugar. “La marisma no es un sumidero. Esas zonas de arroyo hay que protegerlas porque son sistemas activos que pueden contribuir a reducir la contaminación”, señala Paredes.
“Un acuífero o un río contaminados por nitratos supone un impacto muy difícil de recuperar. Se tarda más de 50 años”, asegura Fuentelsaz. “Hay que empezar a trabajar ya”, concluye, en línea con el informe. La Confederación señala que el problema de la calidad de las aguas superficiales que desembocan en Doñana se ha incluido, por primera vez de forma independiente, en el Esquema de Temas Importantes, el plan que debe guiar las actuaciones públicas en los próximos años, y que ha tenido en cuenta este informe para elaborarlo.
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