Cuidadores de patios: los guardianes del tesoro de la primavera cordobesa
En una calle del casco histórico de Córdoba se erige una estatua de una mujer que, con una lata en el extremo de una caña, riega las macetas que pueblan una pared. En otro punto distinto de la ciudad, otra estatua recrea la figura de un abuelo que le pasa una maceta a su nieto, subido en una escalera para colgar los tiestos en la pared. Son los monumentos a los cuidadores de los Patios cordobeses, los verdaderos artífices del tesoro que florece en la capital cada primavera.
Los cuidadores de los Patios, la fiesta declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UnescoPatrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, son muchas veces esas personas anónimas que durante todo el año realizan una tarea callada, laboriosa, que eclosiona a mediados del mes de mayo cuando, con la generosidad por bandera, abren las puertas de sus casas para que miles y miles de visitantes aprecien el tesoro que guardan sus patios.
Es una tarea que, como la tradición que es, en muchos casos ha pasado de generación en generación, permitiendo que se mantengan abiertos el medio centenar de patios que pueblan distintas zonas del casco histórico durante dos semanas del mes de mayo. Abuelos, padres e hijos unidos por la pasión por sus patios y las plantas que hacen de ellos rincones únicos.
Cuidar los patios de generación en generación
Santiago tiene apenas 24 años y es uno de los cuidadores más jóvenes que se encuentran en los patios de Córdoba. Su abuela Julia “arreglaba” el patio desde los años 50 del pasado siglo y desde que ella falleció, su nieto ha tomado el relevo para abrir las puertas de su casa en la calle Zarco, 13, en el barrio de San Agustín.
“Yo no voy de botellón ni de discotecas. Los ratos libres que tengo los paso aquí cuidando el patio”, explica a eldiario.es/andalucia mientras recibe a los visitantes que hacen cola en la calle para ir entrando en su casa. “Desde que tenía 11 años ayudaba a mi abuela y cuidaba las plantas con ella”, recuerda. Porque es ese verbo, cuidar, el que me mejor describe el mimo y el cariño de quienes preparan cientos de macetas a lo largo de todo el año.
“Arriba en la azotea tengo 600 macetas”. Esas son las que no ve el público, las que sirven para ir preparado las mejores plantas para el patio, año tras año, y durante todo el año. “Hay que podar, cambiar tierras, abonar, reponer macetas….” enumera sobre la tarea que le mantiene bien ocupado. Luego, tres meses antes de abrir las puertas del patio en mayo, las labores se multiplican para exhibir las mejores plantas.
En mayo, Santiago pasa dos horas solo con las labores de riego. Quitar hojas secas y abonar completan el día a día, para que su particular oasis de geranios, gitanillas y claveles brille ante los ojos de los visitantes. Su mejor momento, dice, es “cuando florecen y vienen al patio gente que conocía a mi abuela y se alegran de que yo siga la tradición”.
Patios como homenaje
Ahora, en mayo, los cordobeses se cuidan de visitar los patios en los días y horas en los que menos turistas hay, porque estos se cuentan por miles en las largas colas que ya no solo abarrotan el casco histórico los fines de semana. Al entrar en cada patio, ojos y bocas abiertas, intentando captar cada rincón del patio, maravillados de lo que encuentran en esos pequeños y escondidos oasis de la ciudad.
En la zona de San Basilio, una de las más tradicionales y visitadas en la Fiesta de los Patios, dos patios mantienen viva la tradición de una generación a otra: Isabel cuida y enseña su patio en la calle Duartas, 2, mientras su hijo Ignacio hace lo mismo en San Basilio, 14. Es el vínculo generacional que mantiene viva esta forma de vivir, en una casa-patio cordobesa.
En la calle Parras, 8, Milagros es la cuidadora del patio que durante “toda la vida” mantuvo esplendoroso su padre, Juan. Ella es la tercera generación de la familia que está al frente del patio. Desde que falleció su padre, Milagros lo hace como un homenaje a él. “Necesitaba seguir. Por él. Lo hago por él. Es mi motivación”, cuenta. “Su patio era su vida”, dice.
“Te enorgullece mucho abrir las puertas y que la gente vea lo bonito que está. Las plantas son como tus hijas, tienes que cuidarlas si enferman, ayudarlas a crecer….”, explica en medio de su amplio patio, con árboles como un laurel y cientos de macetas alrededor donde crecen desde un granado, un naranjo, rosas begonias, gitanillas o plantas aromáticas.
Hay 650 tiestos. Tiestos que hay que pintar y que reposan luego en paredes encaladas, como lienzos de un cuadro lleno de plantas que hay que abonar, fumigar, podar, sacar semillas y esquejes… Un arduo trabajo cuyo resultado se esconde en estos días bajo los flashes de las cámaras y los teléfonos móviles de los visitantes, que inmortalizan la belleza de cada patio. Imágenes en las que siempre ocupan un lugar central los cuidadores de estas joyas de la naturaleza urbana de Córdoba.
En una calle del casco histórico de Córdoba se erige una estatua de una mujer que, con una lata en el extremo de una caña, riega las macetas que pueblan una pared. En otro punto distinto de la ciudad, otra estatua recrea la figura de un abuelo que le pasa una maceta a su nieto, subido en una escalera para colgar los tiestos en la pared. Son los monumentos a los cuidadores de los Patios cordobeses, los verdaderos artífices del tesoro que florece en la capital cada primavera.
Los cuidadores de los Patios, la fiesta declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UnescoPatrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, son muchas veces esas personas anónimas que durante todo el año realizan una tarea callada, laboriosa, que eclosiona a mediados del mes de mayo cuando, con la generosidad por bandera, abren las puertas de sus casas para que miles y miles de visitantes aprecien el tesoro que guardan sus patios.