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Cine y fanatismo: el infierno es el otro

El infierno es el otro. El inmigrante, el homosexual, la mujer que aborta. En otras épocas, lo fue el judío, el comunista, el partisano. El diferente. El heterodoxo. Frente a ellos, nuestra patria, nuestra tradición, nuestro reino taifa. La intolerancia es una tecla de fácil acceso a la que nacionalismos, fascismos y populismos no han dudado en pulsar a lo largo de la historia.

Enfrente han encontrado siempre a intelectuales, artistas, filósofos, cineastas… que haciendo acopio de razón y sentimientos, han apelado a la humanidad para no dejarse llevar por la oleada de la intolerancia. No es casualidad que ellos mismos hayan sido víctimas del sistema al que combatían.

Las Naciones Unidas, los derechos humanos, las democracias. Muchas han sido las herramientas de las que humanidad ha tratado de dotarse para enfrentarse a los movimientos que no ponen al ser humano en el centro de sus políticas y apelan al estómago, en vez de a la razón.

La resaca de la la recesión económica ha dejado el mundo repleto de profetas de extrema derecha que han irrumpido en calles, escaños y gobiernos. Ayer como hoy, el mundo de la cultura, en general, y del cine, en particular, se ha alzado con sus tímidas pero poderosas armas contra el gobierno de la sinrazón.

Volvamos la vista atrás a uno de los clímax de la intolerancia, cuando los fascismos dominaron el viejo continente, ante la indiferencia, cuando no la connivencia, de la población y las clases gobernantes de Europa y Estados Unidos.

El rodaje de El gran dictador comenzó una semana después de que Adolf Hitler invadiera Polonia. Charles Chaplin, una estrella a los dos lados del océano, era considerado un enemigo del régimen nazi. Impactado por las persecuciones a las que Hitler sometía a intelectuales, artistas y judíos, el actor británico estudió a fondo la figura y los gestos del dictador para firmar una de sus obras maestras. La gran sátira sobre el fascismo.

Unidos por el bigote de cepillo, Chaplin juega con el parecido de Charlot (su famoso y universal personaje) y el caudillo alemán. El barbero de la película es un judío que recupera la memoria tras un accidente en la guerra anterior. Al reabrir su barbería en el gueto, sufre la represión de las tropas ‘nazis’. Tras una serie de peripecias huyendo de la caza al judío, su parecido físico con el dictador Hinkel, trasunto obvio de Hitler, le lleva a un gigantesco estrado desde el que debe arengar a las tropas que acaban de invadir el país vecino.

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El infierno es el otro. El inmigrante, el homosexual, la mujer que aborta. En otras épocas, lo fue el judío, el comunista, el partisano. El diferente. El heterodoxo. Frente a ellos, nuestra patria, nuestra tradición, nuestro reino taifa. La intolerancia es una tecla de fácil acceso a la que nacionalismos, fascismos y populismos no han dudado en pulsar a lo largo de la historia.

Enfrente han encontrado siempre a intelectuales, artistas, filósofos, cineastas… que haciendo acopio de razón y sentimientos, han apelado a la humanidad para no dejarse llevar por la oleada de la intolerancia. No es casualidad que ellos mismos hayan sido víctimas del sistema al que combatían.