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El final sin épica de la nao 'Victoria': subastada de saldo y hundida para siempre en el Atlántico

La reproducción de la Victoria entra en Sevilla con el puente del Centenario al fondo el pasado 8 de septiembre.

Antonio Morente

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El pasado jueves, 8 de septiembre, la nao Victoria volvió a entrar en el puerto de Sevilla. Es verdad que era una réplica, pero el gesto estaba cargado de simbolismo porque justo ese día se cumplían 500 años del regreso de la embarcación original que comandaba Juan Sebastián Elcano, que partió en la que se dio en llamar Armada de la Especiería al mando de Fernando de Magallanes rumbo a las Molucas, una historia en la que se acabó dando la primera vuelta al mundo. Siempre se ha dicho que regresaron 18 de los 241 tripulantes de la expedición original (245 sumando a los cuatro que embarcaron en Tenerife, aunque nunca se han incluido en el relato oficial como supervivientes a los tres esclavos incorporados a medio periplo, con lo que serían 21), que arribaron famélicos y desnutridos. La nave llegó hecha unos zorros, con vías de agua que obligaron a usar durante varios días la bomba de achique a pleno rendimiento.

Al hilo de este quinto centenario, se ha vuelto a poner de manifiesto la relevancia económica, estratégica y geográfica (de hecho, fue la primera demostración empírica de que la Tierra era redonda) de esta aventura, que pese a arribar a puerto no tuvo final feliz para la Victoria: malvendida en una subasta, acabó sus días en el fondo del Atlántico en un viaje de regreso desde Santo Domingo, el segundo que acometía en manos de los que eran sus nuevos propietarios. No hubo supervivientes ni se salvó nada de las mercancías que transportaba; de hecho, ni se sabe en qué zona del océano naufragó.

En este periplo de más de tres años que le llevó a dar la vuelta al mundo, la Victoria tenía por delante en enjundia a la San Antonio y a la Trinidad (en la que iba Magallanes y que ejercía de capitana) en la flota de cinco naves que zarpó de Sevilla el 10 de agosto de 1519. La expedición fue financiada por la Corona para llegar de verdad a las Indias Orientales (no como Cristóbal Colón, que acabó topándose con América), alcanzar las Islas de la Especiería también conocidas como el Maluco y establecer una ruta alternativa para hacerse con las ansiadas especias con las que ya comerciaban los portugueses. Y como era una empresa de la Corona todo se reflejó por escrito, de ahí que se sepa cómo se adquirió y cómo se vendió la embarcación, tal y como reflejan dos documentos notariales que ahora se exhiben en el Archivo Histórico Provincial de Sevilla.

Expropiación forzosa

Por ellos sabemos que el viaje de la Victoria fue épico, pero que fue reclutada y luego licenciada de la más prosaica de las maneras. Por lo pronto, se incorporó a la flota por la vía de la expropiación forzosa a Domingo de Apallúa, vecino de Ondárroa (Vizcaya), al que se le pagaron 800 ducados de oro (300.000 maravedíes) en una operación que no le hizo especial gracia. De hecho, en el documento notarial su hijo, Pedro de Arizmendi, hace constar que les obligan a vender la nave y que les pagan por ella menos de lo que previamente ellos habían desembolsado. Se desconoce dónde se armó la nao (la tradición apunta a Zarauz, en Guipúzcoa) pero sí se sabe que entonces se llamaba Santa María, nombre que pasó a ser Santa María de la Victoria para al final quedarse solo en Victoria.

Con tres palos, unos 21 metros de eslora y una capacidad de unas 180 toneladas, los 300.000 maravedíes pagados por ella la convertían en la más cara de las cinco teniendo en cuenta su tonelaje. Hay quien atribuye el hecho a que era de reciente construcción, mientras que otras versiones apuntan a que la factura se elevó debido a la calidad de su construcción. Fuese como fuese, quedó al mando de Luis Mendoza (Elcano era maestre de la Concepción, que completaba la flota junto a la Santiago), y fue una de las tres naves (junto a la San Antonio y la Concepción) que en abril de 1520 se sublevaron contra Magallanes.

El caso es que tras muchas desventuras (incluidas traiciones, puñaladas e incluso la deserción de la San Antonio, que puso rumbo a España por su cuenta y llegó a Sevilla el 8 de mayo de 1521), en la recta final del viaje quedaron solo la Trinidad y la Victoria, ya al mando de Elcano desde septiembre de 1521. Dos meses después arribaron a Tidore, una de las islas del Maluco, donde firmaron tratados comerciales con los lugareños (al parecer, las condiciones que ofrecían eran mejores que las de los portugueses, que controlaban aquellas aguas) y atiborraron las bodegas con unas ansiadas especias que, no hay que perder de vista, eran más valiosas que el propio oro. A finales de año decidieron que era el momento de regresar, pero la Trinidad ya no estaba para muchos trotes y se quedó en tierra, por lo que el 21 de diciembre de 1521 partió la Victoria en solitario.

Regreso del tirón

Tras sobrevivir a los elementos y conseguir despistar a una flota portuguesa que salió en su busca, la nave superviviente hizo el viaje de vuelta del tirón y dando algún que otro rodeo, hasta que asomó por Sanlúcar de Barrameda el 6 de septiembre de 1522. Allí la Casa de la Contratación (el Archivo de Indias, encargado por mandato real de aprestar la expedición) se encargó de remontar la Victoria hasta Sevilla, cerrando así el círculo dos días después, el 8 de septiembre. Por cierto, que fue en Sanlúcar donde Elcano escribió la carta que envió al rey Carlos I, en la que ponía el acento en los “trabajos e sudores e hanbre e sed e frío e calor que ésta tu gente ha pasado en tu serviçio” y que los supervivientes llegaban “flacos como jamás hombres estuvieron”. La misiva incluía la confirmación de la evidencia: “Hemos descubierto e redondeado toda la redondeza del mundo”.

La noticia de la gesta tuvo un enorme impacto inmediato en toda Europa, tal y como glosan los cronistas de la época, que no ahorraron elogios y tiraron de mitología para comparar a la Victoria con el Argo, la nave en la que Jasón y sus argonautas se fueron a buscar el Vellocino de Oro. Ni la acumulación de odas ni las voces que clamaban por conservar el navío para pasmo de generaciones futuras ablandó el corazón de la burocracia imperial, que poco más de tres meses después (el 20 de diciembre de 1522) mandataba que la “nao vieja” se entregara a un financiero de la Corona (Cristóbal de Haro) para que liquidara el negocio. Durante mucho tiempo la leyenda apuntó a que el navío acabó en las Atarazanas de Sevilla, luego se dijo que al menos algún madero, pero aquello no fue más que eso, leyenda.

Se la queda una familia genovesa

Lo cierto es que la Victoria se sacó a subasta con parte de su equipamiento (se inventarió hasta el último clavo, pero por ejemplo algunas piezas de artillería acabaron en tres carabelas guardacostas) el 16 febrero de 1523. Ese día, un pregonero anunció que daba inicio la almoneda desde las gradas de la catedral de Sevilla y la puja empezó en 150 ducados. Al final la cosa se animó y el 26 de febrero se aceptaba la oferta de Fernando de Zuazo, administrador de Esteban Centurión, mercader perteneciente a una familia genovesa afincada en Sevilla desde el siglo XIV. El precio final fueron 285 ducados (106.875 maravedíes), con lo que se recuperó poco más de un tercio de lo que se había pagado por ella. Eso no significa que el negocio fuese una ruina, ya que las 27 toneladas de clavo que trajo en sus bodegas permitieron cerrar con un pequeño beneficio la aventura de la Armada de la Especiería.

La protagonista de nuestra historia tuvo que someterse a importantes reparaciones, pero hay documentos notariales que detallan que en 1525 se preparaba (de nuevo como Santa María de la Victoria) para una expedición rumbo a La Española, lo que hoy es Santo Domingo. Completó el viaje de ida y vuelta, y en una segunda campaña arribó de nuevo a La Española, pero nunca regresó. Así lo constató el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo en su Historia general y natural de las Indias, islas y tierra firme del mar Océano: “Se perdió, que nunca más se supo della ni de persona alguna de los que en ella yban”. El punto del Atlántico en el que se hundió se desconoce, como también la fecha, aunque no debió distar mucho de la del fallecimiento de Elcano, que acabó sus días el 4 de agosto de 1526 rumbo de nuevo al Maluco en una nave que se llamaba... Santa María de la Victoria.

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