Mil terremotos en una semana: el “enjambre sísmico” hace tambalearse Granada
Cuando los granadinos se tomaban las uvas y despedían el nefasto 2020 marcado por la pandemia del coronavirus, no se imaginaban que el inicio de 2021 les depararía tantos sustos en tan pocos días. Centenares de terremotos, casi 1.000, han puesto en alerta a una población a la que los seísmos no le son ajenos, pero que pocas veces había vivido una secuencia similar. Los expertos califican lo sucedido, que aún no se sabe si ha terminado, de un “enjambre sísmico” que se caracteriza por muchos movimientos telúricos de similar magnitud en un breve espacio de tiempo. Un fenómeno natural que ha generado desesperación y miedo entre los granadinos.
Porque lo ocurrido en los últimos ocho días ha sido un auténtico calvario para las poblaciones de Santa Fe, Chauchina y Atarfe especialmente. Estos tres municipios del área metropolitana de Granada han sido los principales epicentros de los más de 960 terremotos que ha registrado el Instituto Geográfico Nacional (IGN). Una cifra que, si se compara con los 1.400 terremotos ocurridos en Andalucía en todo 2020, explica por sí sola lo que han tenido que vivir en estos municipios. Pero no solo allí, sino en Granada capital y en el resto de pueblos que la rodean.
El aviso
Todo comenzó el sábado 23 de enero al mediodía. Sobre las 12.15 de la mañana se produjo un primer terremoto de magnitud 4,4 mbLg que tuvo epicentro en Santa Fe e hizo que uno de sus arcos históricos, el de Loja, se resquebrajara y que el falso techo de un colegio cercano colapsara provocando el nerviosismo entre vecinos. Aquel movimiento telúrico fue el más intenso de Granada desde 1984 porque tuvo una intensidad de entre V y VI. Fue también muy superficial porque ocurrió a apenas unos 5 kilómetros de profundidad. Es decir, fue alarmante para la población porque su energía movió edificios enteros, aunque no provocó daños estructurales y todo quedó en grietas.
Lo que no se imaginaba nadie en la localidad, que nació al abrigo de los Reyes Católicos en el siglo XV cuando estos la utilizaron como asentamiento para negociar la rendición de la Granada nazarí, es que desde ese momento vivirían centenares de terremotos hasta sumar el millar. En un primer momento, el alcalde de la localidad santaferina, Manuel Gil (PSOE), anunció que el lunes siguiente se haría recuento de los desperfectos y se calcularía a cuánto ascenderían, pero ni él ni nadie podía suponer lo que estaba por venir. Tampoco en Atarfe, a pocos kilómetros de allí, donde más de un centenar de inmuebles tuvieron problemas y un vecino acabó herido leve tras haber sufrido golpes por caídas de cascotes.
Ya aquel mismo sábado el suelo dio un aviso cuando tembló con magnitud 3,3 mbLg sobre las cinco de la tarde, en un anticipo del enjambre sísmico que iba a ser protagonista durante toda la semana. Los granadinos creyeron que se trataba de un terremoto sin más, como tantos suceden en una de las zonas sísmicas más activas de España, pero la realidad era bien distinta; los seísmos no habían hecho más que empezar.
Más de un centenar de ellos han tenido una magnitud inferior a 1 mbLg, pero al haber sido muy superficiales, muchos han sido percibidos por una población que aún no ha bajado la guardia y continúa en alerta ante la incertidumbre de nuevos terremotos. El domingo y el lunes fueron dos días relativamente tranquilos en lo sísmico, aunque no existió la paz completa porque en ambas fechas se produjeron dos seísmos de 3,3 mbLg. Pero los lugareños los asumieron como movimientos telúricos normales, réplicas del que había ocurrido el sábado. Hay que tener en cuenta que los granadinos están relativamente acostumbrados a terremotos de estas magnitudes cada cierto tiempo.
Una noche eterna
El enjambre sísmico alcanzó su cenit el martes. Al caer la noche, y tras varios avisos con seísmos relativamente perceptibles, la situación pareció descontrolarse. Pasadas las diez y media de la noche, la tierra empezó a moverse con una intensidad y una repetición que dispararon el miedo y el pánico no solo entre los vecinos de los epicentros, sino de Granada capital y el resto de municipios aledaños. Primero un terremoto de 4,1 mbLg, después otro de 4,2 mbLg y finalmente el colofón con uno de 4,4 mbLg en menos de 20 minutos, acabaron por desatar cierto caos.
Muchos granadinos se echaron a las calles por el temor a nuevas réplicas y sin saber qué estaba ocurriendo. En Santa Fe, Atarfe y Chauchina, donde creían que ya habían superado lo peor tras las réplicas de domingo y lunes, se vivieron escenas “surrealistas”, cuentan los testigos. En la noche del 26 de enero nadie se acordó de la pandemia de la COVID-19 y el temor a sufrir un terremoto fuerte que acabara con sus casas invitó a muchas personas a salir a la calle incumpliendo el toque de queda y sintiéndose más seguras sin un techo sobre sus cabezas. Calles que habían estado desiertas minutos antes parecían ser el escenario de eventos multitudinarios.
Aunque las autoridades recomendaron a los granadinos que se quedaran en sus casas precisamente para evitar que nuevos temblores provocaran males mayores ante la caída de cascotes, algunos no dudaron en pasar la noche en sus coches y otros optaron por ignorar el cierre perimetral y huir en dirección a la playa. Los terremotos habían desatado el miedo más irracional y la sucesión de réplicas, que superaron las 70 en toda esa noche, no invitaron a calmar los ánimos.
Tras aquella tempestad, no llegó la calma. El temor a nuevas réplicas y la incertidumbre absoluta sobre lo que vendría después –especialmente porque los expertos insisten en que los terremotos no se pueden predecir y que es imposible saber con qué intensidad ocurrirá el siguiente– aumentó la capacidad de atención de los granadinos que vivieron un miércoles marcado por la sensación de estar atravesando un terremoto constante. Aunque en parte fue así, porque hubo decenas de seísmos de pequeña intensidad, el estrés hizo perceptibles seísmos que en otras circunstancias apenas habrían llamado la atención de los ciudadanos.
Cierta calma
A partir de entonces, sismólogos, geólogos, políticos y especialistas de diferentes sectores empezaron a tomar nota y a valorar los daños sufridos. Algunos de ellos se vieron en uno de los accesos y una de las torres de la Alhambra. Aunque no todos se pueden cuantificar, ya que la herida psicológica de los vecinos de Santa Fe o Atarfe ya ha hecho mella en ellos. Este medio paseó por el primer municipio para ver de primera mano las consecuencias de los temblores y pudo comprobar cómo las personas apenas habían dormido en días y permanecían en constante alerta. El simple paso de un camión les hacía pensar que se trataba del ruido que suele preceder a un terremoto de cierta magnitud.
El jueves, cuando podía parecer que la normalidad regresaría, la inestabilidad sísmica volvió a manifestarse. Para ese momento, los granadinos ya estaban más atentos a la web del IGN que a cualquier otra y el hecho de que pasasen horas sin que hubiese terremotos ya era suficiente para provocar temor porque hubiese uno de intensidad. Algo que ocurrió en la tarde de aquel día cuando, al igual que el martes por la noche, tuvo lugar un seísmo de 4.4 mbLg que volvió a soliviantar a todo el mundo. Porque a este terremoto le siguió una pequeña serie que se produjo en un intervalo corto de tiempo con magnitudes superiores a 3 mbLg.
Sin embargo, parece que, de momento, ese ha sido el último terremoto de cierta magnitud que ha ocurrido en este enjambre sísmico en el que vive sumida Granada. Aunque no han dejado de producirse movimientos telúricos ni viernes, ni sábado, ni domingo, ninguno ha superado los 3,3 mbLg, lo que aporta cierta esperanza a los granadinos de que todo haya acabado. Aunque haya dejado rastro, como la rotura de dos pináculos de la Catedral y algunos desperfectos en el patrimonio histórico.
Mientras la tierra sigue temblando bajo sus pies, los lugareños tratan de abstraerse y seguir con su vida mirando de reojo el verano de 1979. Los sismólogos y aquellos vecinos que ya peinan canas recuerdan que en aquella época hubo una serie de terremotos parecida a esta y que no duró una semana, sino cuatro meses. No obstante, hay que tener en cuenta que el IGN considera que el actual enjambre sísmico comenzó en diciembre, aunque otras fuentes apuntan al pasado verano. Por lo que es una incertidumbre lo que aún puede estar por venir.
Una cosa está clara: Granada es tierra de terremotos. El terreno sobre el que se levanta parte de la capital y de su área metropolitana está plagado de fallas de pocos kilómetros que tienen una actividad sísmica notable. Muchos de estos movimientos telúricos son imperceptibles y las edificaciones están preparadas para aguantarlos, pero hay un temor razonable sobre cómo podrá aguantar el patrimonio histórico tantas embestidas si se siguen prolongando y si algunos edificios más antiguos, hechos antes de que existiese normativa antisísmica, podrían aguantar terremotos de magnitudes mayores a lAs de los últimos días. Cuestiones encima de la mesa que impiden que la tranquilidad vaya a volver de forma inmediata a una tierra que siente que su seguridad está en peligro. Casi 1.000 terremotos en una semana tienen la culpa.
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