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Un colegio rural multicultural de La Alpujarra que desafía la despoblación: “Si la escuela se cierra, el pueblo se muere”

Los alumnos del CPR El Alféizar pertenecen a varias nacionales que constituyen un frente común: aprender sin barreras

Álvaro López

Alpujarra (Granada) —

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Caminar por Los Tablones, una pedanía de Órgiva (Granada) de apenas 190 habitantes, es hacerlo por calles vacías, cuyo silencio tan solo se rompe con algún tractor que trabaja la tierra a pocos metros o con las aves que aletean recordando que son ellas las que mandan en el paisaje. Sin embargo, conforme se avanza por sus pocas calles, el rumor de unos niños jugando empieza a cobrar protagonismo. Es curioso, no gritan tan solo en castellano, sino que se puede escuchar francés, inglés o hebreo. Son los alumnos del Colegio Público Rural (CPR) El Alféizar, un centro que, en el corazón de La Alpujarra granadina, combate la despoblación desde hace más de tres décadas.

Aunque la sede principal de este centro educativo está en Los Tablones, hay otros dos colegios más en Cáñar y Soportújar. Entre los tres suman unos 120 alumnos, que se reparten entre el casi centenar de Los Tablones, una veintena en Cáñar y cinco niños y niñas en Soportújar. Un número bajo este último, que preocupa a la dirección del colegio porque en pocos años puede suponer el cierre de esta unidad, como ya ocurrió con una cuarta que se ubicaba en Alcázar. La cuestión es que el envejecimiento poblacional es un desafío al que se enfrentan cada curso en esta escuela rural.

Empezando por el final, Eva Moreno, que actualmente ocupa las labores de dirección mientras Julio Padial, el director, se encuentra de baja, ve claro que en el futuro el CPR El Alféizar no solo no cerrará, sino que crecerá: “Somos una comunidad unida y actuamos casi como un colegio privado porque podemos dar una enseñanza muy personalizada, lo que hace que cada vez más familias quieran que sus hijos estudien aquí”. Esa cercanía se transmite en cada centímetro y en cada baldosa de un centro que recibe a los alumnos con el cariño que sus propios docentes le dan a cada cosa que hacen.

Una escuela internacional

“Aquí no vienes a trabajar obligado, sino que vienes con ganas”. Quien pronuncia estas palabras es Silvia Fernández, jefa de estudios y una docente que siente que esta escuela rural parece hecha a medida de maestros como ella. Natural de Francia, aunque vive en Las Gabias (Granada), puede dar clases de francés como si estuviese en un centro del país galo puesto que hay niños que proceden de allí o tienen ese idioma como lengua materna. En El Alféizar casi parece una rareza que solo se hable castellano porque la riqueza lingüística y cultural que aportan sus alumnos es más que visible.

De hecho, el proyecto docente del colegio camina con la convicción de acercar las aulas a unos menores cuyos padres pertenecen sobre todo a comunidades alternativas que se han ido asentando en La Alpujarra. “Aunque es difícil a veces entablar relación con los progenitores, porque no creen en el sistema educativo, el hecho de que cada vez matriculen más a sus hijos es un éxito conjunto de todos”, apunta Eva Moreno, la máxima responsable de la escuela temporalmente.

La estructura del centro refleja la realidad de la enseñanza rural: hay solo una clase por aula desde infantil hasta sexto de primaria, pero el éxito ha sido tal que han tenido que acondicionar la biblioteca y convertirla en otra clase más. Ese espíritu, el de buscar soluciones y colaborar entre todos, se percibe dentro de las paredes de la escuela. “Si no tiras de los grandes para que ayuden a los pequeños, no paras solo. Es aprendizaje colaborativo”, explican los docentes.

Esta mezcla de niveles y culturas genera un ambiente de enseñanza en el que el aprendizaje no es solo académico, sino también social y emocional. “Los más pequeños no solo aprenden de los mayores, sino que los mayores también desarrollan habilidades de empatía y responsabilidad”.

Gallinas y matemáticas

Pero el CPR El Alféizar no es solo un colegio, sino un espacio en el que el aprendizaje va más allá de las paredes del aula. La metodología educativa está fuertemente vinculada al entorno. “Nos vamos al gallinero y al huerto y allí trabajamos matemáticas, lengua y ciencias”, explican desde el centro. “Cada rincón de este colegio tiene un aprendizaje oculto. Hasta la forma en que organizamos los espacios está pensada para que los niños aprendan a ser autónomos y a convivir en armonía”.

El compromiso medioambiental es una seña de identidad del centro, lo que les ha valido la Bandera Verde del programa de Ecoescuelas de la Junta de Andalucía. “No usamos folios blancos, tenemos carteles en varios idiomas para recordar que no se deje el grifo abierto, hemos tenido gallinas y acuarios, y los alumnos hacían contratos para cuidar los animales en vacaciones”.

Innovación contra la despoblación

El colegio también desarrolla proyectos innovadores, como un cortometraje sobre integración y guerra. “Aquí hay niños con familiares en zonas próximas a Gaza. Cuando hicimos el corto, la guerra era parte de su realidad cotidiana”. También trabajan con representaciones históricas y proyectos de gastronomía internacional, aprovechando la diversidad cultural del alumnado. “Para explicar el Imperio Romano, el padre de un alumno que había trabajado en Italia vino y organizó una representación en la que los alumnos interpretaron a ciudadanos de la Antigua Roma”.

Sin embargo, el entusiasmo del equipo docente choca con una realidad burocrática y administrativa difícil. “Nos falta una figura administrativa. La burocracia nos quita muchas horas de docencia”, lamentan los maestros. A pesar de la implicación de la dirección, que gestiona los recursos con precisión, el respaldo institucional, aseguran, “es escaso”, porque hay “menos inversión pública de la deseada”. En el caso del ayuntamiento, aseguran que “colabora cuando se le pide, pero no toma la iniciativa”.

Los esfuerzos del equipo docente dependan de su vocación y empeño personal. Aunque, eso sí, todos los profesores que están en esta escuela rural lo están por decisión propia: “Este centro se elige, no te destinan a él”. Entre risas, piden que no se corra demasiado la voz de lo bien que están porque son una familia que no necesita muchos más miembros.

El CPR El Alféizar es un ejemplo de cómo la educación puede ser una herramienta para luchar contra la despoblación y revitalizar el territorio. Mientras otras escuelas rurales cierran por falta de alumnado, aquí siguen llegando familias en busca de una educación diferente, donde el aprendizaje no se limita a los libros, sino que se extiende a la convivencia, la naturaleza y la vida en comunidad. “Si la escuela se cierra, el pueblo se muere. Pero si hay escuela, la gente se lo piensa dos veces antes de irse”, afirman con convicción desde el centro. Por ahora, en este rincón de La Alpujarra, el rumor de los niños sigue resonando entre las montañas.

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