Parecía el día después, pero no lo ha sido. Porque este jueves ha vuelto a temblar la tierra. Otra vez. En Santa Fe, la localidad epicentro de la serie de seísmos que llevan sucediéndose desde el fin de semana. Aún sin los efectos de los nuevos terremotos a última hora de la tarde, caminando por el pueblo ha sido fácil apreciar grietas provocadas por la noche del miércoles, pero hay heridas que estos seísmos han generado y que tardarán más en sanar. Las caras de los lugareños, su permanente atención a todo lo que les rodea, ojos que evidencian el sueño de quienes llevan noches sin reconciliarse con la cama, un estado de máxima alerta y una ansiedad que sobrecoge delatan que el pulso de Santa Fe está alterado. Más de 80 terremotos en solo cinco días son los responsables. Varios de ellos, por encima de la magnitud 4 y a poca profundidad, el último, este mismo jueves. Enemigos invisibles de una población que trata de calcular sus daños y cuyo Ayuntamiento ha habilitado polideportivos y zonas amplias para que la gente se acerque a ellos.
Vivir con el recuerdo martilleante de cinco terremotos consecutivos, entre ellos, el más intenso en la provincia de Granada en cuatro décadas, no es fácil. Santa Fe asume que su enclave, escogido por los Reyes Católicos como base de operaciones para conquistar tierras nazaríes en el siglo XV, no cuenta con una geología amable. Los terremotos son habituales porque bajo el municipio se sitúa una de las fallas más activas del sur de España y porque el terreno es sedimentario (no rocoso), fruto de miles de años de existencia de la fértil Vega de Granada.
Pero todo eso no importa cuando durante unos segundos tu casa tiembla. “Aquí es más o menos normal, pero cuando sucede más veces, como el otro día, ya no sabes qué hacer. Estamos desesperados”, explica Carlos Marcos, vecino del pueblo y portavoz del gabinete de prensa del Ayuntamiento. Junto a él, eldiario.es Andalucía recorre las secuelas de una serie de terremotos que los expertos consideran un “enjambre sísmico”, que se define por muchos movimientos telúricos de similar profundidad y magnitud en poco tiempo.
Terremotos intensos y consecutivos
El municipio metropolitano de Granada se puso sobre aviso el pasado sábado cuando al mediodía sufrió el primero de los terremotos importantes de la última semana. Sobre esa hora, la tierra tembló con una magnitud de 4,2 mbLg, lo que lo convertía en el seísmo más intenso de la provincia desde 1984. Un dudoso honor que quedó superado solo cuatro días después cuando en la noche del martes 26 de enero varios terremotos culminaron en uno de 4,5 mbLg que acabó por asustar definitivamente a los vecinos de Santa Fe y de toda el área metropolitana, incluyendo Granada capital.
Ya aquel día, el arco de Loja, uno de los vestigios históricos del municipio que recuerdan que su origen se remonta a los Reyes Católicos, se agrietó. Una zanja de medio metro se abrió en una parte de su cúpula y los vecinos y el Ayuntamiento se apresuraron a sacar todas las imágenes y elementos religiosos de su interior. Entonces, los daños del pueblo se resumían en algunas grietas sin importancia y algunas botellas y jarrones caídos en domicilios y supermercados. Pero cuatro días más tarde, la terrible secuencia de terremotos agravó los problemas.
Desde el Consistorio santaferino se precisa que hay alrededor de 500 viviendas afectadas por los seísmos. “La parte más afectada se encuentra en el centro histórico”, apuntan fuentes del Ayuntamiento de Santa Fe. El motivo, explican, es que muchos de esos inmuebles se encuentran deshabitados y abandonados desde hace tiempo y carecen de mantenimiento. “Aunque no se ha caído nada grave más allá de cornisas y chimeneas, tememos que en cualquier nuevo terremoto se caiga alguna fachada”, dice Carlos.
Daños en el patrimonio
El arco de Loja, que se vio afectado en un primer momento con el movimiento telúrico del sábado, ha visto aumentar sus grietas que son ahora mucho más visibles que con el terremoto original. Lo mismo le ha sucedido a la Puerta de Sevilla, otro de los arcos de Santa Fe que tiene su campanario visiblemente dañado y la fachada cubierta de rajas. Ambas edificaciones no corren peligro estructural en principio, pero su rehabilitación corresponde al Arzobispado de Granada, su propietario.
Precisamente la Parroquia de la Encarnación, a medio camino entre ambos arcos, también se encuentra afectada por los movimientos de tierra. De forma preventiva ha sido clausurada al culto después de que se cayeran algunos yesos decorativos del interior. “Se están evaluando los daños para proceder a su reapertura, porque si cayera cualquier escombro durante una misa, podría haber alguna desgracia”, explican desde el Ayuntamiento de Santa Fe.
Recorriendo la localidad se pueden ver vallas y precintos de obra ocultando fachadas y edificios a la vista y al paso de los peatones. Se han producido desprendimientos en varios inmuebles del pueblo y la precaución es la tónica dominante. Tanto es así que los vecinos se recomiendan mutuamente pasear por el centro de las calles, aunque se transite por carreteras, con tal de evitar, en la medida de lo posible, balcones y cornisas que pudieran caer por los últimos terremotos.
Miedo entre los vecinos
Además, los lugareños han optado por reducir la vida de los escolares al mínimo y apenas hay chiquillos que vayan a clase. Los colegios e institutos del pueblo están prácticamente desiertos, especialmente la escuela Carmen Sallés que el sábado vio como uno de sus falsos techos colapsaba y cómo, tras arreglarlo, los últimos seísmos volvían a tirarlo abajo. Precisamente por eso y por el miedo instalado en la población, Santa Fe cerró sus centros educativos la mañana siguiente tras los terremotos. Pero “la falta de tacto de la Junta de Andalucía”, según sostienen fuentes consistoriales, ha obligado a abrir las puertas de las escuelas tras las pertinentes visitas técnicas para controlar daños.
Carlillos, uno de los jóvenes del pueblo que debería estar en el instituto durante la mañana que este medio pasa recorriendo el pueblo, confiesa que no está en clase “por los terremotos” y que ya mañana, “si eso”, irá. Luis, que es vecino de Santa Fe y ejerce de barrendero, es más gráfico al respecto: “Cuesta mucho hacer vida normal, porque cuando te pasa a ti, más o menos puedes controlarlo, pero cuando tienes a tu hija diciéndote que tiene miedo, no sabes qué hacer”.
El miedo es tan evidente que hay quienes llevan días acampados en el recinto ferial de la localidad. Tato es uno de ellos. Duerme junto a su mujer en su furgoneta y aún no sabe cuándo se atreverá a descansar en su domicilio, aunque éste no ha sufrido daños. “Somos muchas personas las que estamos allí porque tenemos miedo”, cuenta. Él es uno de los lugareños que está colaborando con el pueblo para ver qué desperfectos se han producido.
En Santa Fe parece que el tiempo se haya parado en 2019 porque estos días la pandemia del coronavirus ha desaparecido del imaginario colectivo, salvo porque la gente lleva mascarillas y aún hay quienes debaten sobre la idoneidad de las vacunas olvidando el tema estrella en el que se han convertido los terremotos. Tanto es así que la Policía Local está abriendo la mano y no está multando a la gente por exceder el toque de queda, consciente de que tienen miedo de volver a sus casas. Como probó la reunión de vecinos que hubo en la Plaza de España del pueblo cuando todos bajaron a darse cita allí tras los cinco terremotos intensos de la noche del martes.
Haciendo números
Por eso, más allá de las grietas y daños materiales, que parecen relativamente controlados, en Santa Fe se aprecian otro tipo de secuelas. La Junta de Andalucía ya ha anunciado que está a disposición del municipio y que, llegado el caso, aportarán económicamente para su reconstrucción, aunque recuerdan que debe ser el Gobierno de España el que ponga en marcha sus propias medidas de apoyo.
“Estamos evaluando a qué cantidad ascienden los desperfectos”, explican desde el Ayuntamiento. Una vez se sepa, tomarán cartas en el asunto. “Los vecinos tendrán que recurrir a sus seguros y el Consistorio mediará con ellos. Aunque nos gustaría, Santa Fe no puede ayudar, necesita que le ayuden”, añaden las mismas fuentes municipales.
Con la esperanza de no tener que volver a sufrir una serie de terremotos igual, el municipio aguanta la respiración para empezar a volver a una vida normal que se topará con la pandemia (otra vez) cuando todo cese. Hasta ese momento, Santa Fe seguirá recontanto daños y acumulándolos en una memoria que espera olvidar cuanto antes el miedo en el que están instaladas las emociones de toda una localidad.