Doñana afronta otro verano en el que se secarán todas sus lagunas permanentes

Antonio Morente

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Fue una de las imágenes que en 2022 mejor ilustraron la situación de Doñana: la laguna de Santa Olalla, la más grande del enclave natural y de carácter permanente, se secaba por completo a finales de agosto. Se tenía constancia de que aquello ya había ocurrido antes, en las sequías de 1995 y 1983, pero se advirtió de que las previsiones no eran precisamente para ser optimistas. Y así está ocurriendo, porque el paraje natural encadena ya 11 años secos –el periodo más largo desde su creación hace más de medio siglo– y afronta este verano con la seguridad de que se va a repetir la misma situación. “Pero este año va más rápido y se va a secar antes, porque la situación es peor”.

Quien hace la afirmación es Carmen Díaz Paniagua, investigadora del Departamento de Ecología de Humedales de la Estación Biológica de Doñana (EBD), organismo adscrito al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que tiene claro el porqué de esta situación: por un lado la sequía, pero por otro las masivas extracciones de agua del acuífero (legales e ilegales) que alimenta a estas lagunas. “Santa Olalla está a punto de secarse”, hasta el punto de que se ha instalado una cámara para hacer un seguimiento en directo, pero está abocada a un destino que comparte con las otras dos grandes masas de agua dulce permanentes del parque, El Sopetón y La Dulce.

Así las cosas, está por ver si quedará algo de agua en los dos únicos puntos que resistieron el año pasado, La Retuerta (en la zona de las dunas, alejada de los principales puntos de extracción) y El Hondón, “donde en 2022 quedó un poco”. El panorama, reconoce, es desolador, “peor que el año pasado porque no ha llovido”, de hecho hay piezómetros que no han llegado a registrar ni las escasas precipitaciones que se han producido.

Superficie cada vez más reducida

La concatenación de periodos cada vez más secos y prolongados ha propiciado que, a día de hoy, “estas lagunas ya no son permanentes”, porque no se inundan de manera regular desde hace años. Pero lo peor es que la cubeta de estos humedales no deja de reducirse, porque la falta de agua propicia la invasión de vegetación terrestre e incluso de árboles. “Santa Olalla tenía 45 hectáreas y lo que queda es una ridiculez, una hectárea o incluso menos”, señala Díaz Paniagua, que añade que el suelo tiene ahora muchas más sales y eso ayuda a que los escasos recursos que hay “no son adecuados para que muchos animales beban”.

“Santa Olalla es una laguna muy particular porque no tiene mucha diversidad de plantas, pero funcionaba como refugio de verano para muchas especies”, a lo que se une la cada vez menor presencia de animales como los galápagos. Al no inundarse y perder su vínculo con la marisma, estos humedales están quedando como “puntos aislados que es imposible que se conecten”, lo que impide por ejemplo que vuelvan a aparecer peces una vez que murieron los últimos por la falta de agua. El panorama no es precisamente optimista porque esta laguna muestra valores mínimos de superficie inundada desde 2012, a pesar incluso de que en 2010 y 2011 llovió algo más.

El 59% de las lagunas han desaparecido

Precisamente, sobre la mala situación de las lagunas advirtió el director de la Estación Biológica de Doñana, Eloy Revilla, en la reunión extraordinaria que en abril celebró el Consejo de Participación, que a cuenta de las elecciones ha retrasado a después del verano su cita ordinaria del primer semestre. En su intervención, incidió en que el 59% de las lagunas de mayor tamaño de Doñana han desaparecido porque no se han inundado al menos desde 2013, y que la falta de lluvias y el aumento de temperaturas se ha traducido en que el 80% de los humedales se secaron antes de lo esperado y el 84% tuvo un área de inundación menor. El último censo (que tiene ya casi 20 años) situaba en casi 3.000 las lagunas repartidas por Doñana, la mayoría temporales y de pequeño tamaño.

El estudio que puso Revilla encima de la mesa constataba que la actividad humana está alterando el equilibrio natural de estos humedales. Los cambios que se vienen registrando de un tiempo a esta parte, apuntaba, están muy relacionados con la temperatura y las precipitaciones de cada año, pero también con la extensión de áreas cultivadas, la superficie construida en Matalascañas, la distancia a las estaciones de bombeo de la urbanización y hasta el impacto del campo de golf que estuvo funcionando durante varios años. Todo ello ha confluido para llegar al actual e “insostenible punto crítico en el que se encuentra Doñana”, un contexto en el que la proposición de ley para regularizar regadíos en el entorno del parque, impulsada por PP y Vox en el Parlamento y contra la que cargó Revilla, viene a agravarlo todo en un momento en el que “la explotación actual del acuífero no es sostenible: se está extrayendo más recurso del que se regenera, por lo que se está agotando este recurso natural”.

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