La alcaldesa de Ayamonte, Natalia Santos, comunicaba a la ciudadanía el pasado lunes la decisión del Gobierno Central de proceder al cierre de la frontera con Portugal. Una medida anunciada esa misma tarde por el ministro de Interior, Fernando Grande Marlaska, y que tiene como objetivo fundamental evitar la expansión del COVID-19 (Coronavirus) y frenar la evolución de esta pandemia.
Esas medidas, desde este lunes, son mucho más restrictivas, después de que el Gobierno haya acordado restringir el acceso de viajeros a través de las fronteras exteriores de España, en concreto las situadas en puertos y aeropuertos. Sólo se permitirá el acceso por esos puntos fronterizos, además de a los españoles y a los residentes en España, a residentes en la Unión Europea o estados asociados Schengen, que se dirijan directamente a su lugar de residencia; titulares de un visado de larga duración expedido por un Estado miembro o Estado Asociado Schengen que se dirijan a ésta, trabajadores transfronterizos, profesionales sanitarios o del cuidado de mayores que se dirijan a ejercer su actividad laboral o personal dedicado al transporte de mercancías, en el ejercicio de su actividad laboral y el personal de vuelo necesario para llevar a cabo las actividades de transporte aéreo comercial.
La lista incluye a personal diplomático, consular, de organizaciones internacionales, militares y miembros de organizaciones humanitarias, en el ejercicio de sus funciones, personas viajando por motivos familiares imperativos debidamente acreditados o que acrediten documentalmente motivos de fuerza mayor o situación de necesidad, o cuya entrada se permita por motivos humanitarios.
Una situación muy concreta
Para una persona del interior peninsular puede ser complicado entender la importancia que pasos fronterizos como el de Ayamonte tienen para sus ciudadanos. Y viceversa. El paso por el Guadiana en el sur de Portugal es la gran Frontera azul ibérica. Que esté vigilada es todo un golpe a la línea de flotación de la economía de la comarca.
Y lo es por razones pequeñas, pero la microeconomía, al final, mueve comarcas enteras. El lunes por la mañana, horas antes de saber que la frontera se iba a cerrar, Carlos, un Policía portugués que vive en un edificio de nueva construcción de Vila Real de Santo Antonio, acudía a Ayamonte a repostar su BMW. En los diez minutos de camino se cruzó con dos gasolineras que tenían el litro de gasoil a 1,4 euros. A la llegada a su surtidor habitual, repostó por 1,2. Eso, unido a que el IVA en Portugal es del 23 %, supone un ahorro de unos 15 euros por depósito al pasar por caja. Diez minutos después, aparcaba en su casa con el coche lleno de carburante.
Su caso es el de muchos portugueses de Vila Real, Castro Marím o Altura, que consideran Ayamonte su segunda casa. Desde que el gobierno luso subió el IVA al límite actual, los supermercados de Ayamonte hablan portugués a diario. El coronavirus y el cierre de fronteras han acabado, de momento, con eso.
Porque, como la alcaldesa comunicó a sus vecinos, es un cierre muy concreto. “Somos conscientes de que el cierre de la frontera podría tener importantes consecuencias socioeconómicas, dado que hay muchos españoles que viven o trabajan en Portugal y viceversa. Además, existe una estrecha relación comercial entre ambos países, que podría afectar a numerosas empresas y a los transportes, que podrían ver limitada su actividad. No obstante, se trata de una medida necesaria”.
Pero todo no queda en la carretera. La empresa Transporte Fluvial del Guadiana anunciaba también este lunes el cierre, por orden del Gobierno luso, de su servicio de transbordador/ferry que une Ayamonte con Vila Real. Estará cerrado al menos un mes. En principio, igual que la frontera terrestre. Curiosamente, la empresa ha sobrevivido a los más de 25 años que lleva abierto el puente sobre el Guadiana, pero no ha podido con un virus.
La gastronomía lusa, en picado
Pero si los portugueses acuden a España por el IVA más bajo, los fines de semana, sobre todo, los restaurantes del Algarve hablan español. El bacalao o las carnes a la piedra atraen a miles de personas en busca de esparcimiento y cambiar su rutina gastronómica habitual. Por el momento, no se sabe a cuánto pueden ascender las pérdidas, pero hay bares en pueblos como Tavira que han cerrado antes de que los cierren esperando mejores tiempos.
La incierta situación se puede ver en el paso fronterizo nada más terminar el puente, ya en suelo portugués. Los pocos coches que llegaban son parados por la Policía Nacional y los Guardinhas (el puesto fronterizo es de uso conjunto). A algunos se les invitaba a dar la vuelta, sin sancionarles. El periodo sin fronteras abiertas va a ser largo.
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