No hay familia que lo reclame. Ni tiene apellidos conocidos. Pero a El Cojillo lo busca la Memoria. Juan Antonio, conocido por ese alias, fue asesinado por los fascistas en octubre de 1936 en Berrocal (Huelva). Quedó tirado en una fosa individual en mitad de la sierra, justo donde se ha iniciado la localización del considerado por asociaciones memorialistas “el más anónimo mártir de la libertad”.
El inicio de los trabajos arqueológicos ha descartado una posible primera ubicación de la tumba ilegal. Una gran piedra colocada a la orilla del cauce de un arroyo marcaba la fosa, según la tradición oral. La excavación, en cambio, ha resultado negativa.
Colectivos de Derechos Humanos y el equipo científico encabezado por Elena Vera esperan nuevas pistas para continuar la búsqueda de El Cojillo. Bien sean aportes documentales, si existieran, o testimonios tan claves como el de Manuel Márquez, hijo de una de las personas obligadas a abrir la fosa de El Cojillo en la zona conocida como La Vega de los Valientes.
La pedagogía del terror fascista
Hortelano, carbonero y pastor, Juan Antonio El Cojillo era natural de Manzanilla (Huelva). Al inicio del golpe huye al monte, como tantos que pertenecían a partidos o sindicatos y sabían qué les podía esperar tras el golpe de Estado.
La Cuenca Minera de Huelva vivió conatos de resistencia y un ejemplo del genocidio fundacional del franquismo, como explica en sus investigaciones y libros el historiador Francisco Espinosa Maestre. Andalucía suma al menos 45.566 víctimas en 708 fosas comunes, más que las dictaduras de Argentina y Chile juntas.
España es uno de los países con más fosas comunes y desaparecidos del mundo, en torno a 150.000. Aunque la mayoría nunca podrán ser recuperados. Décadas de retraso en esta materia dibujan una cruda realidad: sólo una cuarta parte podrían ser exhumados y unos 7.000 identificados, según un informe encargado por la Dirección General de Memoria Histórica del Ministerio de Justicia y realizado por varios expertos encabezados por el antropólogo y médico forense Francisco Etxeberria.
El crimen de la Vega de los Valientes
Esta semana el equipo arqueológico empezaba a horadar la tierra en la ribera de Berrocal. Y “se comenzaba a hacer justicia con este hombre, cuando un equipo de técnicos ha iniciado los trabajos para la búsqueda y posterior exhumación del cuerpo de Juan Antonio El Cojillo”, señala el Foro del Casullo, uno de las entidades impulsoras de la intervención junto a la Asociación Coordinadora Cuenca Minera del Río Tinto por la Memoria Histórica.
La idea es localizar la fosa y e “intentar encontrar al que consideran el más anónimo mártir de la libertad”. Un hortelano, pastor y carbonero del que sólo queda el nombre y un alias que debe a una leve cojera que padecía.
Cuando El Cojillo huye a la sierra berrocaleña, se instala en Las Cumbrecillas “a esperar cómo evolucionaban los últimos acontecimientos”, dicen. Para subsistir bajaba a la ribera “y allí encontró un día, ya más entrado el otoño, a Romualdito, vecino de una tenencia de Berrocal, al que pidió que le trajera cerillas para poder hacer fuego”.
Pero “fue traicionado”. Al recoger el encargo, el día de la cita, los golpistas le tenían preparada una emboscada. “Le quisieron apresar, a pesar de no encontrar en él delito alguno”, explica el Foro.
Se entregó “sin resistencia y voluntariamente”
Cuando decidió entregarse, “sin resistencia y voluntariamente”, al Cojillo le dijeron que avanzara al pie del arroyo. “Recibió un disparo por la espalda y luego un tiro de gracia”.
“Allí mismo le dieron sepultura tres hombres enviados desde Berrocal a tal efecto, en la llamada Vega de los Valientes, y sobre ella colocaron una piedra grande y alargada”, recuerda el testimonio custodiado durante décadas. Porque el caso “proviene de la memoria colectiva de las gentes de Berrocal”.
El Cojillo, medio muerto de hambre y frío, sin delito a sus espaldas, recibiendo la muerte a tiros como paradigma del terror impuesto por los fascistas en suelo andaluz. Por ahí está, en una fosa simple excavada en un terreno escarpado y pedregoso.
Por ahí están los huesos de Juan Antonio, el carbonero, pastor y hortelano asesinado en la Vega de los Valientes. Buscarlo, aunque no tenga familiares, es “de justicia histórica”, dice Manuel Márquez, hijo de Matías, uno de los vecinos de Berrocal que fue obligado a enterrar al Cojillo.
“Y que no se pierda su nombre, que quede el recuerdo y el olvido acabe siendo derrotado”, subraya Manuel, ya anciano, al que su padre “siempre” le contó esta historia y dónde quedó sepultado el cadáver. Si aparecen los restos óseos, el Ayuntamiento de Berrocal se hará cargo para “dar justa y merecida sepultura a este hombre que, sin causa ni comisión de delito, fue asesinado y hecho desaparecer”.