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Viaje a los orígenes de Doñana, un cóctel con Queipo de Llano, la élite bodeguera de Jerez y el mosquito del paludismo

José Antonio Valverde firma una bota en la bodega González Byass de Jerez.

Antonio Morente

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“Esta historia no se había contado y estaba fragmentada”, asegura el periodista y escritor Jorge Molina. Y la historia no es cualquiera, sino que hablamos de la ebullición que se inició en plena Guerra Civil en las marismas del Guadalquivir para transformarlas y sacarles partido económico, un movimiento que tuvo su contrapeso en un muy incipiente movimiento ecológico que se lanzó a proteger el paraje hasta que logró que una parte se transformase en parque nacional. Por esta narración desfilan muchos personajes, entre los que están el general golpista Gonzalo Queipo de Llano, la nobleza bodeguera de Jerez y hasta el mosquito del paludismo, que con su masiva presencia salvaguardó estas tierras durante siglos.

El relato de estas peripecias lleva por título Doñana, todo era nuevo y salvaje, publicado en 2011 y que ahora la Fundación José Manuel Lara ha reeditado al dispararse de nuevo el interés por este enclave, escenario de un cruento conflicto político para legalizar regadíos en su entorno. “El libro incluye dos relatos, el de la transformación brutal de la marisma virgen en arrozal y la lucha para no transformar Doñana, entonces coto de caza, en algo parecido”, apunta Molina, que arranca la historia con Queipo de Llano encargándole al empresario Rafael Beca Mateo que le saque partido económico a unas tierras históricamente baldías.

¿Y qué hace aquí el temible militar golpista? Pues al igual que logró la propiedad del cortijo de Gambogaz en Camas, se hizo también con tierras en lo que hoy es Isla Mayor, que por cierto sigue arrendando a colonos la opaca Fundación Proinfancia Gonzalo Queipo de Llano. Estamos en 1938, en plena Guerra Civil, y el responsable de las tropas franquistas en Andalucía une un interés personal a la necesidad de conseguir recursos, “quiere que se ponga en cultivo aquello y también darse a valer”, encomendándole la tarea a Rafael Beca.

En ese momento, “Doñana sigue siendo ese jardín cerrado en definición de Aquilino Duque”. Por un lado, tenemos la inmensidad hasta entonces improductiva de la marisma, que se ha resistido a intentos anteriores de transformación –el más importante lo abanderaron ingleses– en los que se probó con distintos productos, del tabaco a la patata, hasta que se concluyó que lo suyo era cultivar arroz. Molina recuerda aquí lo que decía el biólogo José Antonio Valverde, considerado padre de lo que luego fue parque nacional: “A Doñana la salvó un monstruo de millones de cabezas llamado mosquito Anopheles”, el que transmite la malaria, al que incluso se le levantó un monumento en la zona de la Dehesa de Abajo por blindar el paraje.

Contratar sin preguntar

Por otro lado está el coto en sí, propiedad de altos burgueses (casi todos también nobles que arrastran títulos de duques y marqueses) del vino de Jerez. “Doñana era un cazadero privilegiado, allí se hacían negocios, se alternaba y se conocía a los que dominaban el cotarro”, un ecosistema clavado al que luego retrataría Berlanga en La escopeta nacional.

Estos dos escenarios se desarrollan en paralelo. En la marisma hace falta mucha mano de obra, así que se contrata sin hacer muchas preguntas, lo que atrae a personas “huidas por motivos políticos o en busca de una oportunidad para comer”. “Había camiones y autobuses que recorrían pueblos, incluso en Extremadura, para decir que allí había trabajo y que por lo menos una vez al día se comía, y eso era suficiente atractivo para que la gente se mudara a un lugar tóxico”, porque sigue habiendo malaria y el cultivo del arroz es de los más duros que ha habido siempre hasta su mecanización: “a mano, encorvados y con los pies dentro de un agua llena de todo tipo de bichos”. Por cierto, que el empresario Rafael Beca apostó siempre por reclutar agricultores valencianos antes que andaluces, a los que se atrajo con la promesa de que se les venderían las tierras y que durante décadas formaron un grupo cerrado manteniendo costumbres, fiestas y devociones.

En la marisma se suda la gota gorda para transformarla, pero ya está en vías de ser productiva, y entonces el Gobierno franquista aprueba en 1952 un decreto que considera baldío lo que se mantiene sin tocar, como es el coto y unas playas entonces todavía vírgenes. “Ese decreto amenaza con expropiación si no se le da uso productivo”, señala Molina, y ahí entra en escena Patrimonio Forestal con la idea de convertirlo todo en un enorme eucaliptal.

Doñana, como el Museo del Prado

Llegamos a 1953 y ocurre entonces un hecho trascendental, que no es otro que una visita del dictador Francisco Franco a Doñana, en el transcurso de la cual pregunta que qué tal es la caza por ahí, lo que aprovechan para decirle que los eucaliptos no son propicios para la fauna cinegética. “Ahí ve una oportunidad Mauricio González Gordon, hijo de uno de los propietarios”, los bodegueros González Byass, un hombre “refinado, culto, criado en Inglaterra y Estados Unidos, con contactos por negocios y por amistad con cierta élite europea” y que ya ha conocido a José Antonio Valverde, que había llegado a Doñana “como un hippie para censar pájaros”. González Gordon le acaba mandando a Franco el que será “primer documento estrictamente ecologista de Andalucía”, una carta con un álbum fotográfico “en el que se dice literalmente que estropear y alterar Doñana sería como hacerlo con el Museo del Prado”.

González Gordon es la punta de lanza de “una pequeña élite que sabe algo de ecología y que entiende que hay que hacer algo, que hay que tomar impulso”. Este ambiente propicia las tres ediciones (1952, 1956 y 1957) de lo que se bautizará como la Doñana Expedition, una delegación científica internacional en el que se integran prestigiosos naturalistas y ornitólogos que se dedica a estudiar y documentar la fauna local. De aquí saldrán publicaciones, fotografías inéditas y hasta una película que causarán furor en los foros ecologistas europeos.

“Con todo eso se crea una campaña de comunicación en Europa que tiene hitos como un editorial en el diario The Times o aquella iniciativa en los países nórdicos en la que se decía que si se donaba una corona se salvaría un ganso en Doñana”, apunta Molina. A ello se une el hecho de que “el nacimiento de WWF se produce para recaudar los fondos con los que comprar tierra en Doñana”, de hecho la organización es propietaria todavía de una amplia parcela y eso explica que cuando en la actualidad denuncia algo en este enclave “tiene una conexión directísima con Europa y con la Unión Europea”.

¿Y para qué se recauda dinero? Pues porque, con Valverde a la cabeza, se está negociando con esa nobleza propietaria de la tierra para que venda y hacer así una reserva natural, algo a lo que empiezan a acceder con la convicción de que se podrá seguir cazando. De ahí el cabreo monumental con el propio Valverde cuando en 1969 se crea el parque nacional y se prohíbe la más mínima actividad cinegética, un nacimiento de Doñana que es posible gracias a que WWF ha comprado meses antes una enorme porción de suelo junto a su franquicia nacional Adena, que ha nacido con el por entonces príncipe Juan Carlos como presidente y el naturalista Félix Rodríguez de la Fuente como segundo a bordo.

Ha pasado una década larga desde que Doñana, todo era nuevo y salvaje vio la primera luz, un tiempo en el que el parque nacional ha tenido que hacer frente a proyectos luego abortados que suponían un enorme riesgo para el enclave, como un almacén de gas, un oleoducto o el dragado para aumentar el calado del Guadalquivir, igual que antes sobrevivió a la idea de desecar la marisma o plantar eucaliptos y ahora lidia con una sobreexplotación del acuífero por la presión agrícola. “Ha habido crisis provocadas por el turismo, la ganadería e incluso una crisis rociera, cuando la romería se desmadró con el paso de vehículos por zonas ultrasensibles”, recuerda Molina, lo que le lleva a concluir que “Doñana siempre va a estar en peligro”.

“Falta sentido común, sensibilidad ambiental y quizá también un empresariado y una clase política local y regional que entienda que la marca Doñana puede ser un aval de altísima calidad”, para lo que echa de menos “alguien con imaginación, mano izquierda y coraje político y económico”. Es necesario también que “economía y ecología estén imbricadas, porque si hay rentabilidad lo ecológico se cuida con más atención”, y es que ya lo decía un guardia de Doñana al que conoció: “Si el lince fuera un plato exquisito que se sirviera en los restaurantes de lujo, seguro que había muchos más...”.

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