“El mundo entero fluía, en este momento, en un único sentido”, escribió André Malraux, porque la carretera que une Málaga con Almería era un río de gente que marchaba o caía. Este mes se cumplen 77 años de 'La desbandá' (febrero, 1937), cuando decenas de miles de malagueños huyeron bajo las bombas camino de Levante. Malraux lo vio desde el aire, pero aún viven algunos de quienes lo sufrieron en tierra. Agarrado a un bastón aunque esté sentado, Juan Conejero cuenta qué ocurrió cuando era un niño 11 años: “Cuando pasaban los aviones, daban la voz y nos levantábamos para correr. Y quedaban los cuerpos y decías: 'Mira, muertos'”.
Málaga fue tomada por las tropas nacionales entre el 7 y el 8 de febrero de 1937. Nunca llegaron los refuerzos para defenderla, y nunca se supo por qué. El resultado fue el caos y la huida descoordinada. “No te daba tiempo a pensar; para donde iba la perdiz iban los pollos, y solo pensabas en qué comer”, dice Juan Conejero casi 80 años después. Encarnación Barranquero es profesora de la Universidad de Málaga y autora de varias obras sobre la masacre: “Las autoridades no evacuaron a la población con autobuses o camionetas, como se hizo en Madrid. Al final, las tropas llegaron en el momento en que la gente empezó a correr”. De ahí 'La desbandá'.
Barranquero estima que entre 100.000 y 150.000 personas huyeron. Muchos eran refugiados de otras zonas de Andalucía. Durante la marcha fueron bombardeadas por mar (por los cruceros Baleares, Canarias y Almirante Cervera) y aire. Desde el 8 de febrero, el Registro Civil de Málaga contabilizó 15 o 20 fallecidos diarios procedentes de la carretera y a ellos hay que añadir todos aquellos enterrados en los municipios del camino. “Muchas veces las familias de los muertos no se pararon a registrarlos, sino que siguieron corriendo”, explica. Conejero se unió a la marabunta el día 9, a la altura de Torre del Mar, pero se apartó para pasar una noche en un cortijo de Frigiliana porque su padre y su abuela habían caído al agua cuando intentaban cruzar el río Chíllar. Cuando se reincorporó, vio los camiones recogiendo cadáveres: “Como iba de los últimos me tuve que encontrar con los muertos”.
Por delante de él marchaba Antonio Villamuela, que había dejado Málaga agarrado a la chaqueta de su padre, según recuerda hoy. “Mi tío tenía una camioneta, y empezó a meter a las mujeres: mi madre, mi abuela, dos tías… Pero ya no había sitio ni para mi abuelo, ni para mi padre ni para mí y mi hermano”, comenta en su casa. Los cuatro salieron juntos, pero el caos los separó. En El Palo, a la salida de Málaga, su abuelo dijo que no podía más. Y más tarde se perdió él: “Vino la aviación, corrimos y nos metimos en las cañas dulces. Pero al salir, cada uno lo hizo por un sitio”. Villamuela es uno de esos niños extraviados, algunos de los cuales nunca encontraron a sus padres. Él lo halló de regreso a Málaga, días después. Su madre y sus hermanas consiguieron llegar a Valencia en la camioneta y no volvió a verlas hasta que terminó la guerra, en 1939.
Como a Villamuela, a Juan Gálvez lo interceptó una columna de tropas italianas del ejército nacional a la altura de Nerja. Huía con su madre, que cargaba con la más pequeña de sus tres hermanos, una niña de seis meses. Otros cargaban con ropa, e incluso con máquinas de coser que quedaron en la vereda. “La gente no sabía qué distancia había [unos 220 kilómetros], y hay quien creía que después de Almería venía Francia. Simplemente, era el camino que estaba libre”, razona Encarnación Barranquero.
De noche y de día marcharon Juan Gálvez, Antonio Villamuela y Juan Conejero, y todos encontraron el horror en aquel camino. “Un hermano mío mayor que yo me dijo: 'Mira, ahí hay una mujer que tiene una cesta de tomates'. Ella estaba tendida, y mi hermano dijo: 'Vamos a coger los tomates que ella no los quiere pa ná, que ya está matá'. Pero cuando nos acercamos se nos quitaron las ganas, porque tenía una niña recién nacida mamando en el pecho”, cuenta Conejero. Juan Gálvez recuerda haber dormido en una casa abandonada que resultó estar repleta de cadáveres. Y Villamuela no olvida a una mujer y a sus dos hijos (“uno tenía la cabeza vendada”) que vio tendidos sobre la tierra, ni cuando su padre le mandó a protegerse tras una gran roca: “Y yo venga a menear al hombre que había allí, pero aquel hombre estaba muerto”. Las cañas de azúcar que antes crecían en esta zona les sirvieron de alimento y de refugio. “Los barcos tiraban a la montaña y las piedras mismas mataban, porque la carretera bordeaba el monte”, rememora Conejero.
La historiografía franquista justificó la matanza por la supuesta presencia de milicianos entre la población civil. Sin embargo, Encarnación Barranquero explica que los milicianos de los frentes de Álora y el Chorro huyeron mayoritariamente por el interior. La profesora cree que el suceso muestra una estrategia deliberada por dañar a la población civil, y apunta otro posible motivo, el escarmiento contra Málaga la Roja: “Aquí se consiguió el primer diputado del Partido Comunista, el único de toda la legislatura, y el primer concejal comunista de una capital andaluza. Había una tradición de izquierdas y de asociacionismo, y una hegemonía de la CNT. Además, durante los siete meses de la República hubo bastantes muertos”.
Norman Bethune, un reputado médico canadiense que acudió desde Valencia con su ambulancia para socorrer a los heridos, dejó para la historia una frase (“No he venido a España a derramar sangre, sino a darla”), un relato ('El crimen de la carretera Málaga-Almería') y un buen puñado de fotografías que documentan el horror de aquella huida. Pero durante mucho tiempo, de 'La desbandá' en Málaga solo se habló en voz baja. Barranquero y otros académicos comenzaron a estudiar el episodio a mediados de los años 80 y el movimiento asociativo para la recuperación de la memoria dio luego repercusión a sus trabajos.
Desde 2007 se organizan marchas en las provincias de Málaga (celebrada el pasado día 2), Granada y Almería para recordar la matanza, y desde el año pasado la Dirección General de la Memoria Democrática de la Junta de Andalucía participa en los actos de conmemoración. El primero se celebró el 2 de febrero con una marcha hasta el Peñón del Cuervo, donde este domingo se realiza una ofrenda floral.
Ninguno de los tres protagonistas de este texto llegó nunca a Almería. Fueron interceptados por tropas italianas, que llegaron desde el norte hasta Torre del Mar y Motril, donde quedó establecido el frente entre el 10 y el 11 de febrero. “Cuando llegamos a Motril estaban las fuerzas de Falange echando mítines: 'No corráis, no tengáis miedo, el que no tenga las manos manchados de sangre, tranquilo que no le pasa nada', oyó Conejero. Pero al volver a Arenas, su padre fue sometido a un Consejo de Guerra y ejecutado. Era albardonero y miembro del Comité de Abastecimiento. Todavía agarrado a la muleta, mantiene la voz firme cuando dice que hay cosas que la vejez no le hará olvidar: ”Que el día de mañana la gente sepa qué pasó y por qué pasó, porque si se deja callaíto, se muere todo“.