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Atsushi Funahashi: “Japón ha convertido Fukushima en un vertedero nuclear”

El 11 de marzo es un día maldito en la memoria de Japón. Han pasado cuatro años desde que un tsunami dejó 18.000 muertos y el mayor accidente nuclear de la historia de la humanidad junto con el de Chernóbil. Desde entonces, el cineasta Atsushi Funahashi ha seguido la vida de los supervivientes del desastre de Fukushima. Sus pesquisas se han transformado en un corto y dos documentales. El último de ellos, Nuclear Nation II, se acaba de presentar en la 65ª edición de la Berlinale, el festival de cine de Berlín.

El realizador nipón cuenta que durante este tiempo han acumulado una gran cantidad de material documental. “Hemos estado grabando 400 horas y de ahí hemos sacado dos horas con las historias más emotivas, llamativas y duras de los refugiados de Fukushima. Cuatro años después parece que la gente se ha olvidado de ellos y del accidente”, relata este realizador galardonado con el premio Edward Snowden.

La tierra, el mar, el aire… todo sigue contaminado. Funahashi recalca que “el accidente no se ha resuelto: la radiación sigue filtrándose bajo la planta nuclear y sigue contaminando a los océanos, a pesar de que el primer ministro asegura que todo está bajo control”.

 

Atsushi destaca que “la tierra alrededor de Fukushima está muy contaminada, supera 20 veces los estándares internacionales de radiación. Es mucho peor que Chernóbil, que superó dicho estándares en cinco veces”. Critica también que el gobierno nipón no sepa “ni qué hacer con el suelo contaminado de Fukushima. ”Lo están guardando en bolsas y amontonando en Futaba (Fukushima), que se ha convertido un vertedero nuclear“, señala.

Cuatro años después, sigue habiendo 140.000 personas que “son refugiados en su propio país” y viven hacinados en colegios y viviendas prefabricadas, tal y como muestra el propio documental. Los 7.000 habitantes de Futaba no podrán regresar nunca a sus hogares. Es zona catastrófica y quieren expropiar los terrenos de sus hogares para convertirlos en un cementerio nuclear.

“Para la gente es terrible no poder volver a sus hogares”

A pesar de que el ministro de medio ambiente afirma que “todo es cuestión de dinero”, Funahashi discrepa y cree que el legado cultural perdido no se puede cuantificar económicamente. “Los habitantes de Futaba vivían en casa grandes, en una zona rural muy bella de Japón, que ha quedado devastada. Lo que la humanidad ha perdido en Fukushima no se puede compensar con dinero: las tradiciones, la historia, la comunidad… nada de eso se paga con dinero. Para la gente es terrible no poder volver a su hogar”.

La salud tampoco es cuestión de dinero. “En Fukushima se han detecado 103 casos de cáncer infantil. 30 casos por cada 100.000 habitantes. Son muchísimos niños. Es efecto de la radiación y el gobierno no quiere admitir que existe una relación entre radiación y cáncer”, denuncia el director japonés.

Una relación neocolonial

Precisamente por dinero, la ciudad de Futaba decidió que se instalara allí la central nuclear de Fukushima hace 40 años. “Tokio presionó a Futaba para construir esas plantas nucleares, porque esa energía iba dirigida a alimentar a las grandes ciudades como Tokio. Las ciudades explotan a la gente de las zonas rurales. Es una relación neocolonial, en la que te aprovechas de la gente para tus propios intereses y les mandas la basura que no quieres”, critica Funahashi.

Aunque las cerca de 50 plantas nucleares de Japón se encuentran apagadas desde el desastre de 2011, la Autoridad de Regulación Nuclear ya ha aprobado la reactivación de las centrales nucleares de Sendai y Takahama para este 2015. Aunque ha habido protestas, el primer ministro, Shinzo Abe, defiende la energía atómica ante los elevados costes que, afirma, suponen las plantas térmicas.

 

“Pensábamos que la energía verde iba a revolucionar nuestro podrido sistema energético, pero ahora mismo no hay debate. Se empezaron a hacer proyectos de energía solar, eólica y geotérmica, gracias a la nueva ley que promovía el uso de energías renovables. La nueva ley era muy positiva, pero las compañías eléctricas se han negado a acatarla”, analiza. El sistema eléctrico japonés es un monopolio regional que impide que los ciudadanos puedan optar por compañías que le ofrezcan energías renovables.

El cineasta cree que el resto del mundo debería estar preocupado por esa radiación que la central de Fukushima sigue liberando al mar y que contamina el hábitat de especies con las que se alimenta el ser humano. “No deja de ser irónico que a los japoneses les encante comer pescado crudo y que ahora ese pescado esté contaminado. ¿Por qué seguimos utilizando una energía tan peligrosa?”, concluye.