- Padilla ha ganado el Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias, con apenas 26 años
Hace falta valor, además de talento, para embarcarse en la aventura de reconstruir la vida y obra de tres personas, con todos sus recovecos y sus puntos ciegos. Más aún si esas vidas se entremezclan hasta confundirse con un periodo de nuestra historia turbio y silenciado. Eso es lo que ha hecho Javier Padilla (Málaga, 1992), que se embarcó en la tarea de rescatar la memoria de Dolores González Ruiz, Enrique Ruano y Francisco Javier Sauquillo.
A finales de enero (Tusquets) cuenta la historia de estos tres universitarios en los 60, militantes del Frente de Liberación Popular, protagonistas de una microhistoria fascinante y terrible: Ruano murió durante un interrogatorio policial en 1969; su pareja de entonces, Dolores, se casó finalmente con Javier, víctima mortal en la matanza de Atocha. Ella falleció en 2015, y fue la lectura de su obituario la que llamó la atención de Padilla y le empujó a escribir el libro, con el que ha ganado el Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias, con apenas 26 años.
Padilla no es historiador, pero ha escrito el libro como si lo fuera, influenciado por Tony Judt y por los anglosajones “que no ponen adjetivos y toman una cierta distancia de los hechos”. “No quería que fuera el libro de un periodista”, añade, antes de citar otras referencias: Un espía en la frontera: Kim Philby en la Guerra Civil española, del sevillano Enrique Bocanegra, y Jordi Amat. Ahora quiere investigar una historia con vinculaciones familiares en la Argentina de la dictadura militar, pero antes presentó su libro en La Noche de los Libros, que organiza La Térmica de Málaga.
Has escrito este libro cuando ninguno de sus tres protagonistas estaba vivo. ¿Esto lo ha hecho más difícil o más fácil?
Enrique y Javier murieron hace treinta o cuarenta años, pero en el caso de Lola [falleció en 2015] por un lado hubiera sido más difícil, porque hubiera estado increíblemente sensible con el tema, y quizá no le hubiera gustado que se investigara sobre su vida, porque no le gustaba el protagonismo. A la vez, si hubiera tenido la oportunidad de conocerla, y ella hubiera tenido confianza conmigo, esto hubiera facilitado la labor. Pero las biografías suelen ser de personas fallecidas, porque con la persona viva a veces es complicado.
¿Qué fuentes has utilizado?
Esa es una de las dificultades. Para saber de Lola, Enrique y Javier he tenido que depender de testimonios orales. En los archivos y los libros no había mucho. Sobre la muerte de Enrique y Javier hay mucho escrito, pero no sobre sus vidas, porque no eran personajes tan importantes. Así que he hecho más de 50 entrevistas, y he visitado archivos de la administración, de partidos políticos, de la Complutense… Y libros de referencia.
Hay una cuestión metodológica en relación con las fuentes orales, relativa a la influencia en el entrevistado del historiador y su planteamiento de la cuestión. ¿Cómo has sorteado este problema?
Sin duda, es un problema grave. En mi caso, cuando empecé a escribir no tenía mucha idea, así que no creo que influyera mucho. De hecho, al principio no me contaban mucho. Poco a poco fui capaz de ver cuándo estaban abriéndose verdaderamente. Pero es algo inevitable: he intentado hacer el libro en un tono aséptico, y hacer las entrevistas con todas las opciones posibles para el entrevistado, pero puede que en algún momento les haya dicho alguna cosa que dirija el relato.
Los casos que expones en tu libro son ejemplos de cómo la microhistoria se entrelaza y nutre la Historia. ¿Qué te ha resultado más difícil de averiguar y de contar?
Sin duda, contar las historias de los tres. Al principio no tenía nada, y he tenido que sacarlo como una hormiguita. No era sólo lo que pensaban políticamente, sino también lo que les pasaba. Saber las películas que veían, los libros que leían, la música que escuchaban… También situarlos en un momento concreto es de una dificultad extrema, porque la gente se equivoca y en eso los testimonios orales son muy poco fiables. Por otro lado, mi libro tampoco va muy en línea con lo que dicen los libros de texto sobre la Transición: habla de la vida de los tres, y no se mete en si la Transición fue un éxito o un fracaso, pero obviamente la matiza, porque como la historia de estas tres personas es tan desgraciada, no creo que encaje muy bien en ninguno de los relatos de la Transición.
Vista hoy, ¿cuál fue la relevancia de los movimientos estudiantiles o del FLP –del que formaron parte- en la lucha antifranquista? Se tiende a compararlo con los movimientos estudiantiles que prendieron en el Mayo del 68.
En el libro se ve que en Madrid en el 68 pasaron cosas parecidas a lo que pasaba en Francia, y que fue más o menos equivalente. Hay que tener en cuenta que luchar contra el franquismo no era lo mismo que luchar contra De Gaulle. Pasaron muchas cosas en Madrid, no fue comparable a lo de París, pero fue relativamente parecido y los madrileños se veían reflejados. Cuando hacían un juicio crítico a un profesor, pensaban que eran alumnos de la Sorbona. Es verdad que su trascendencia vino después, no por lo que pasó en ese momento. Las guerras culturales en Francia siempre han tenido más importancia. Tampoco había nada parecido a la libertad de prensa en el franquismo. No estoy diciendo que el Mayo del 68 fuera capital en Madrid, pero hubo bastante movimiento.
¿Cuál fue la conexión entre el mundo obrero y el movimiento estudiantil?
Esa es la gran pregunta, y en el libro se trata mucho, porque la gran lacra del FLP es que no conseguía atraer obreros, y Lola y Enrique en un momento se dedicaron a intentar captarlos, pero no querían unirse a la causa del FLP. Había muchos obreros antifranquistas, pero no se entendían demasiado bien con las nuevas izquierdas alternativas estudiantiles, que usaban un lenguaje que no entendían. Venían de universos culturales tan diferentes que fue imposible. Hasta que no se metieron en el PC en los 70 fracasaron en el intento de atraer obreros. Eran chicos de clase media-alta, y creo que no les beneficiaba estar influidos por Althusser y otros pensadores que complejizaban muchísimo su manera de expresarse.
La muerte de Enrique Ruano constituye, precisamente, el momento de mayor impacto, y motiva incluso la declaración del estado de excepción.
En el libro se le dedican casi 100 páginas a la muerte de Ruano. Había mucho que decir porque había muchas cosas que no se habían dicho. A mí me queda claro que lo más probable es que fuera un asesinato. Fue un escándalo: cuando muere Enrique, ABC publica el falso diario que manda Enrique a Carlos Castilla del Pino en el que decía que quería suicidarse. Nadie había tenido acceso al sumario, y con él he podido aclarar más cosas. También con los archivos de Luca de Tena y con la entrevista a José Manuel Gómez Benítez, que era el abogado de la familia Ruano.
¿Cuál es la historia de ese diario?
Cuando matan a Enrique los policías registran su casa, y ven unas notas que le enviaba a su psiquiatra, porque tenía cierta depresión. ABC publicó esas notas como si fueran la prueba de que se había suicidado. Se las dio la Policía al ministerio de Información de Fraga, y él se las dio a Quílez, que se las pasó a Torcuato Luca de Tena. Las publicó como si fueran un diario, y subrayando la palabra suicidio. ABC publicó un editorial titulado Víctima, sí, pero ¿de quién?, en el que acusaba a las ideas de izquierdas en la Universidad de haber causado la muerte de Enrique. El caso no se investigó, se incoó directamente como suicidio.
En los últimos años ha habido un proceso de cuestionamiento de la Transición tal y como nos la habían contado. ¿Es un libro de este momento?
Creo que en parte sí, y que le beneficia la distancia. Se podría haber hecho hace 20 años, el caso de Enrique se acaba de cerrar y Lola seguía viva, pero el libro hubiera sido diferente. Había poca distancia.
¿La distancia ayuda a ver mejor las cosas?
Si hubiera tenido 26 años en el 99 hubiera vivido lo de Atocha. La Transición habría estado más presente. Creo que hay diferencia entre que lo haga una persona de la generación nacida en los 90, a que lo haga de los 70 o de los 50. La Transición no se nos explicó mucho y no parece importar mucho.
¿Qué opinión te merecen las tesis revisionistas de la Transición?
Creo que en mi libro queda claro que el relato dominante de la Transición de que fue un pacto de élites en el que sólo hubo consenso y un proceso modélico, no fue así. Es un proceso mucho más complejo, que tuvo víctimas y que hay que matizar. Pero por otro lado, el revisionismo de decir que fue una estafa, y que el régimen del 78 es una especie de sucedáneo del régimen franquista me parece una estafa intelectual. Creo que esos dos discursos son, a nivel intelectual, muy débiles. Creo que es evidente, leyendo el libro, que vivimos en un régimen mucho mejor que el de antes, que las libertades son mayores y que ser estudiante en el 68 no tenía nada que ver con serlo en 2018. Ahora podemos hacer lo que queramos a nivel político. El libro me ha venido bien para tener un discurso más complejo sobre la Transición, que no fue una estafa, pero sí tuvo momentos muy oscuros y no bien resueltos.