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José A. Valverde, el científico que salvó Doñana

José Antonio Valverde, primer director de la Estación Biológica de Doñana, y principal impulsor de la Reserva.

Benigno Varillas

4 de agosto de 2023 22:29 h

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Era un hombre de ciencia. Pasó su vida investigando. Empezó estudiando a los 18 años los sotos del río Pisuerga y del Duero, en su ciudad natal de Valladolid, y cumplidos los 70, fue a Marruecos a estudiar las cobras y otras serpientes. Todo le interesó: la ornitología, la herpetología, los cetáceos, el oso, los lobos y la especie humana.

Tres viajes marcaron su vida. El primero, en 1952 para estudiar Doñana en compañía del catedrático de zoología Francisco Bernis. Tenía 26 años. Su anfitrión, Mauricio González, bodeguero gaditano amante de la naturaleza, les abrió las puertas de su finca en Doñana, espacio que durante milenios fue paraíso de vida salvaje como cazadero de los españoles paleolíticos que pintaron cuevas como La Pileta en Málaga. A los pocos meses de regresar de esa su primera expedición científica, Valverde conoció a Félix Rodríguez de la Fuente. No le hablaba de otra cosa durante sus paseos por las afueras de Valladolid, donde Félix estudiaba Medicina, y escribió sobre aquella época: 

“Era Valverde entonces un muchacho con insólitas aficiones, que aún no había comenzado la carrera de Ciencias Naturales, y me hablaba de un paraíso que había conocido aquella primavera, repitiéndome con entusiasmo que aquel paraje privilegiado debía quedar a salvo de cualquier peligro. Para dos personas sensatas, todo eso hubiera parecido demasiado difícil, mas al estudiante de Medicina que pretendía resucitar el medieval arte de cetrería que era yo le resultaba reconfortante y tranquilizador escuchar a aquel amigo que pretendía nada menos que crear una reserva ornitológica en el coto donde unos buenos señores le habían invitado a pasar unos días”. 

En aquella época, Doñana estaba sitiada por proyectos como plantar árboles para producir caucho, cultivos de eucaliptos para pasta de papel, desecación agrícola y planes de urbanizar su costa. Bernis y Valverde publicaron en 1952 una descripción de Doñana, en la que decían: 

“Las pajareras son, sin disputa, joyas supremas de la fauna ibérica. El interés científico que encierran estas colonias es enorme por ser lugares ideales para estudiar biología y psicología animal y para practicar el anillamiento a gran escala. Pero mayor es aún la belleza y emoción que despiertan su contemplación extasiada. Se trata de verdaderos monumentos nacionales –vivos, en vez de muertos– que deberían merecer también toda la consideración por parte del Estado español. Desde hace casi un siglo, científicos y turistas extranjeros acuden casi anualmente a nuestros cotos con la sana intención de contemplar estas magníficas aglomeraciones animales, mientras que en España apenas se tiene noticia de su misma existencia. Cuando escribimos estas líneas, pesa sobre los famosos cotos del Guadalquivir la amenaza de la colonización e industrialización. ¿No será posible dejar intacto para siempre un rincón siquiera de esta naturaleza bravía? ¿Se llegará a tiempo de evitar la destrucción definitiva de aquellas maravillosas colonias animales? ¿Quedarán reducidos a recuerdos docenas de especies de hermosos mamíferos y preciosas aves?”. 

Viaje iniciático 

El segundo viaje iniciático de Valverde fue en 1954, esta vez al humedal de la Camarga, becado por la universidad de Toulouse. El joven quedó deslumbrado de la reserva ornitológica La Tour du Valat que Luc Hoffman, dueño de la multinacional Hoffmann–Laroche, había creado poco antes en ese Luc incitó a Valverde a crear una Estación Biológica en las marismas del río Guadalquivir a su paso por las provincias de Sevilla, Cádiz y Huelva, al desembocar en el océano Atlántico. Durante toda su vida, Hoffmann fue su mayor mecenas y apoyo. Aquel verano Valverde organizó una tercera expedición de anillamiento a las marismas del Guadalquivir y publicó en el diario ABC un artículo sobre aves migratorias. 

Ese mismo año de 1954, entre Bernis, Valverde y otros naturalistas, fundaron la Sociedad Española de Ornitología, hoy SEO/BirdLife. El acta de constitución la firmaron Félix Rodríguez de la Fuente y otras 70 personas. En otoño, Valverde pidió ayuda a Jaime de Foxá, jefe del Servicio Nacional de Pesca Fluvial y Caza del Ministerio de Agricultura, para crear un centro inspirado en La Tour du Valat. Anotó en su diario: “Foxá me dice que se hará la Estación Ornitológica que le propongo y que seré el Director de la Estación de Anillamiento”. 

Su tercer viaje clave lo hizo en 1956 –en sustitución de Bernis, que rechazó la invitación– para acompañar a la mítica expedición al Coto de Doñana de los británicos Huxley, Nicholson, Mountfort –que publicó un libro sobre la misma– y otros afamados naturalistas. Cuatro años más tarde, este mismo grupo crearía el Fondo Mundial para la Vida Salvaje (WWF) con el fin de proteger el Serengueti, en Tanzania; y Doñana, en España. Aquel otoño invitaron a Valverde a recorrer las reservas del Reino Unido para planificar la conservación de la naturaleza española. Mientras, Luc Hoffman le introdujo a su vez en círculos académicos y conservacionistas de Francia y Alemania. 

Una fulgurante carrera 

Entre 1953 y 1970, al tiempo que impedía la destrucción del humedal andaluz, Valverde revolucionó las investigaciones sobre la naturaleza con el estudio del Sáhara y con su tesis doctoral sobre la estructura de las comunidades de vertebrados. El libro que hizo en 1956 sobre el Sáhara abrió a Valverde las puertas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que le contrató en 1957 como ayudante de laboratorio en el Centro de Estudios de las Tierras Áridas, en Almería (la actual Estación Experimental de Zonas Áridas). Era el puesto que podían darle por no tener una titulación. Así que el fundador y primer Secretario General del CSIC, José María Albareda, impuso a Valverde la tarea prioritaria de cursar los estudios de Biología y hacer el doctorado para poder nombrarle director del centro de zoología que, con entusiasmo contagioso, le planteaba crear aquel naturalista vallisoletano. 

Valverde hizo la carrera a distancia, desde Almería, yendo a la universidad de Madrid solo a examinarse. Estudiaba con apuntes que le pasaba Fernando González Bernáldez, compañero de curso al que los catedráticos consideraban el mejor alumno de su promoción, así como los de una estudiante de Biología de Almería, María Rosa Albacete, con la que contrajo matrimonio. 

En alguna asignatura, Valverde negoció con el profesor entregar un trabajo en lugar del examen. En Paleontología redactó su original teoría sobre el origen granívoro del proceso de hominización. Y causó tal sensación que, cuando un grupo de catedráticos de la Universidad de Madrid hizo en 1964 el primer tomo que abordó la Evolución en la España creacionista de la dictadura, solicitó a Valverde uno de los capítulos. 

Los eucaliptos del dictador Franco 

El 18 de abril de 1953, Franco visitó Doñana y le mostraron las actuaciones del Ministerio de Agricultura en la zona. Tras pasar revista al cultivo de 2.500 hectáreas de eucaliptos que se había comenzado a plantar allí, el dictador preguntó a uno de los dueños del coto, Manuel González-Gordon, padre de Mauricio González, que en 1952 había acompañado a Bernis y a Valverde en su primera expedición a Doñana: “¿Cree usted que la repoblación podría suponer algún peligro?”. El dueño del coto se sorprendió de la pregunta y no tuvo reflejos ni valor para decir lo que pensaba. Consciente del valor de Doñana, no paró de darle vueltas. ¿Y si era una incitación para presentarle argumentos y detener los desatinos? Tardó siete meses en darle su parecer. Lo hizo de forma contundente. Bernis redactó un memorándum sobre Doñana que pedía paralizar los proyectos forestales y crear una reserva nacional. González-Gordon se lo entregó a Franco, en una breve audiencia que le concedió. No hubo respuesta, pero la repoblación de Doñana se redujo. Los bodegueros de Sanlúcar jugaron un papel importante para detener la destrucción de la marisma del Guadalquivir y consolidar iniciativas como la estación biológica de Valverde, la fundación de SEO/Bird-Life o los rodajes de Rodríguez de la Fuente en Doñana. Entre otras iniciativas, Mauricio tradujo del inglés la primera guía de aves de Europa, la famosa ‘Peterson’. A partir de la experiencia de 1953, recurrir a Franco para impedir desatinos fue utilizado más veces por los naturalistas de los años 50 a los 70. Los altos cargos y los funcionarios no querían, ni hubieran podido, contradecir las políticas oficiales del momento, ni los intereses creados alrededor de las actuaciones que originan la destrucción de la naturaleza. A finales de 1954, en la revista científica ‘Alauda’, el ornitólogo galo Heim de Balsac informó de sus recorridos por los bordes orientales de la colonia española del Sáhara, después de explorar la zona francesa, y despertó en Valverde un nuevo sueño. “Estudiar aquellas tierras, las últimas del desierto ornitológicamente desconocidas, era para mí, desde hacía años, un sueño dorado. Viendo la urgencia, y sin saber cómo arreglármelas para organizar una expedición, pasé por momentos febriles hasta que me decidí a dar el gran paso: le escribiría a Franco”, comenta Valverde en sus memorias.

La respuesta fue inmediata. Valverde fue al Sáhara del 3 de abril al 30 de junio de 1955. En seis meses redactó el libro ‘Aves del Sáhara, un estudio ecológico del desierto’. Diez revistas científicas extranjeras alabaron la obra como pionera de la ecología terrestre. El Instituto de Estudios Africanos nunca envió tantos libros fuera de España. Una obra maestra, escrita por un naturalista de 29 años que aún no tenía estudios universitarios, convertida en obra científica de fama mundial. 

En 1955 Francisco Bernis envió a Franco la memoria del primer año de la SEO, titulada: ‘La ornitología, sus problemas nacionales y generales’, en la que reclamaba la necesidad del equilibrio entre naturaleza y desarrollo. En agosto de 1960, Max Borrell, enlace de Valverde y de Félix Rodríguez de la Fuente con Franco les comunicó “Le he pasado en el Azor a Franco la película de Doñana dos veces”. Maximiliano Rodríguez Borrell era íntimo del Caudillo en pesca y cacerías. Borrell fue uno de los firmantes del acta de fundación de la SEO en 1954. Era pescador empedernido, afición que contagió a Franco en sus vacaciones en el Pazo de Meirás, en la Coruña, provincia de la que fue Gobernador Civil. Valverde le había dado una copia del documental rodado por la Coto Donana Expedition británica, para que lo viera el dictador, con el fin de obtener su apoyo para proteger las marismas y crear la estación biológica. 

En agosto de 1960, Valverde envió a Albareda un informe pidiendo permiso para iniciar una cuestación internacional y comprar la finca en la que establecer la reserva de Doñana. Luc Hoffmann, nada más enterarse, entregó un cheque a Valverde por valor de medio millón de pesetas. En 1961 sus amigos de la Coto Donana Expedition crearon el WWF, Fondo Mundial para la Naturaleza, con el objeto de recaudar dinero para la conservación. Uno de sus proyectos era proteger Doñana. Valverde amplió entonces su plan y remitió copia a Franco y al presidente del WWF, el Príncipe Bernardo de Holanda. 

Movilización internacional 

Entre 1959 y 1964 Valverde movilizó a la comunidad conservacionista internacional para reunir fondos y comprar la finca de Doñana en la que ubicar su estación biológica. La foto de niños noruegos recorriendo las calles, hucha en mano, solicitando una corona para proteger la zona de invernada de los gansos que crían en su país, dio la vuelta al mundo. El dinero colectado fue ofrecido al Ministerio de Educación y Ciencia para que, añadiendo el Estado español lo que faltaba, adquiriese las 6.000 hectáreas que Valverde había negociado con sus propietarios. El Presidente del WWF, el príncipe Bernardo, esposo de la reina Juliana de Holanda, escribió al jefe de Estado español, el dictador Francisco Franco, anunciándole el deseo del WWF de colaborar en la protección de las marismas de Doñana e instaurar allí una reserva. Un cruce de cuatro cartas que hizo llevar a buen término la operación, con la anécdota de que los dos mandatarios pidieron a Valverde que redactara sus respectivos borradores, ignorando haberlos encargado a la misma persona.

El papel de Félix Rodríguez de la Fuente 

En 1965, al ver que, a pesar de la reserva biológica, el Ministerio de Agricultura seguía desecando la marisma, Valverde pidió ayuda a su amigo de juventud Félix Rodríguez de la Fuente para salvar Doñana. Hacía un mes que había empezado a colaborar en TVE, donde le dejaban hablar siete minutos cada 15 días sobre la naturaleza.

El Ingeniero de Montes Juan Aizpuru, que tenía entre sus competencias las marismas del Guadalquivir, le comunicó: “Rápidamente, apasionadamente, angustiosamente, te escribo. Necesitamos ayuda. Intentan desecar totalmente las Marismas y el proyecto va avanzado. Hemos reaccionado Tono Valverde y yo. Y contamos contigo. Programa: si quieres escribir algo, donde sea, hazlo y comunícalo. Tengo preparada una conferencia tuya en el Ateneo de Sevilla”. A lo que Félix contestó: “Inmediatamente me pongo a tu disposición para defender la integridad biológica de las Marismas. En mi próxima charla de televisión dedicaré todo el espacio a defenderlas. Para ello necesito buenas fotos y datos concretos: tanto en lo que se refiere a la riqueza de la fauna como a las características y móviles del proyecto de desecación. Escribiré un artículo en ABC y con mucho gusto iré a Sevilla para pronunciar una conferencia”.

El divulgador nunca cejó en la defensa de este espacio. En 1967 dedicó dos reportajes a Doñana en una serie que hizo para la revista ‘Blanco y Negro’, suplemento del diario ABC, y en Radio Nacional de España dedicó diez capítulos a los problemas del humedal. En 1973 inició en Doñana el rodaje de la serie ibérica del mítico programa ‘El Hombre y la Tierra’, de TVE.

La Estación Biológica y el Parque Nacional de Doñana, instituciones que creó en 1965 y 1969, tuvieron a José Antonio Valverde como única plantilla, además de media docena de guardas y un par de administrativos. Por falta de presupuesto no contaban con plazas de investigadores ni técnicos ambientales. Y fue aprovechando una donación privada, como consiguió que la Administración aportara más recursos para el proyecto.

En 1971 la viuda de Luis Bolín se presentó en el despacho de Valverde para comunicarle que su marido había dejado en testamento 25.000 dólares para proteger Doñana. Bolín fue el corresponsal del periódico ABC que se encargó de alquilar la avioneta Dragon Rapide en Londres, con dinero de Juan March, para trasladar a Franco de las islas Canarias a Tetuán. Un movimiento estratégico que le permitió ponerse al mando de las tropas africanas que dieron el golpe de Estado contra la II República el 18 de julio del 36. Tras la Guerra Civil, Bolín fue destinado a la embajada de España en Estados Unidos, visitó los parques nacionales norteamericanos y vio su interés para el turismo. Valverde trasladó a las autoridades españolas que la donación de Bolín era para construir un laboratorio en la marisma que llevaría su nombre, pero que el Estado debía aportar fondos que faltaban. Nadie en la dictadura se opondría a la última voluntad del héroe del Dragon Rapide. La donación del periodista se vio incrementada en 40 millones de pesetas que puso el Gobierno para hacer el laboratorio, remodelar el caserón de Doñana, construir un chalet al lado para alojar visitas VIP –empezando por los Príncipes de Asturias, Don Juan Carlos y Doña Sofía, invitados a inaugurar el laboratorio–y dos plazas de investigadores, que ocuparon Javier Castroviejo y Fernando Álvarez, que Valverde coló al pasar a limpio el acta de la reunión con los altos cargos que acordaron remodelar la EBD.

En 1959 Valverde movilizó a la comunidad conservacionista internacional. Incluso los niños noruegos, hucha en mano, pedían una corona por Doñana

La inauguración del laboratorio Bolín contó con la presencia del entonces Príncipe de Asturias, Don Juan Carlos, presidente de Adena WWF-España. En aquel acto, además estuvo presente Félix Rodríguez de la Fuente, vicepresidente de Adena, que dio un discurso en nombre de esa organización. Algo que disgustó a Valverde por esa fecha, ya que en sus memorias omite su presencia. En esa época, una empresa había nombrado a Rodríguez de la Fuente como asesor ecológico del proyecto de urbanización de la Punta de las Marismillas, zona de Doñana situada en el margen del río Guadalquivir frente a Sanlúcar. Félix pensaba en ‘lodges’ como los de las reservas africanas. Pero realmente el plan consistía en urbanizar 2.000 hectáreas con 4.000 chalets. En 1975, Félix se declaró contrario tanto a urbanizar Doñana como a la construcción de la carretera costera Huelva-Cádiz por 30 km de dunas móviles de la playa virgen de Matalascañas, a la que los especuladores arrebataron finalmente cuatro kilómetros con una infame urbanización.

Valverde cumplió el plazo para inaugurar la remodelación de la Reserva Biológica de Doñana (EBD) con personalidades cuyas agendas no admitían aplazar la fecha anunciada. Acabar la obra le causó tal estrés que al poco de inaugurarla sufrió un infarto. Estaba tan grave que dos ingenieros de ICONA – el Instituto para la Conservación de la Naturaleza–, uno de ellos del Opus Dei, se colaron en su habitación del hospital, y al verle tan mal, sin poder hablar, le dieron la extremaunción y le colocaron un escapulario, a pesar de que con los ojos Valverde les indicaba su rechazo a aquel humillante acto para un ateo convencido.

Una mala salud de hierro 

No era la primera vez que el biólogo era desahuciado. Con 18 años, no pudo ingresar en la Academia Militar por cojear tras una caída de una bicicleta. Se fue entonces a Madrid, a matricularse en Ciencias Naturales, donde un médico familiar suyo, que le oyó toser, le examinó y acabó ingresado en el hospital de tuberculosos de Carabanchel. Al cabo de un año, le mandaron a casa considerando que su cama podía aprovecharla alguien con más oportunidades de sobrevivir. Postrado, con una pierna escayolada, decidió ilustrar un libro de ornitología. Empezó a dibujar y disecar las aves que le llevaban sus amigos, afición que transformó en profesión cuando montó un taller de taxidermia con el que ayudó a su familia a salir adelante en la posguerra. Abriendo estómagos de animales para naturalizarlos, Valverde vio la importancia de la alimentación en la distribución de las especies, lo que le proporcionó mente de ecólogo terrestre. Años después, superó la enfermedad gracias al medicamento contra la tuberculosis que le envió Luc Hoffman cuando aún no se comercializaba. Luego sufrió otras dolencias. Fue operado de úlcera de estómago y en 1993 le diagnosticaron cáncer de riñón: le daban seis meses si no se operaba y decidió no hacerlo porque calculó que tenía más probabilidad de morir en quirófano a causa de su débil corazón. Estábamos trabajando en la edición de sus memorias y viéndome afectado por la noticia, me dijo: “Varillas, prometo no morirme hasta que acabemos lo que hemos empezado”. Y en efecto, vivió 10 años más. “Al cuerpo no hay que hacerle caso, hay que doblegarlo”, repetía. 

En el homenaje que le hicieron en 1975, al abandonar la dirección de la EBD y del Parque Nacional de Doñana se le aclamó como el más brillante de los biólogos de campo. Pero su renuncia no supuso su retiro. Liberado de la gestión, volvió al estudio de la naturaleza. Empezó por la colonia de espátulas de las Pajareras de Doñana, continuó con el estudio de la distribución histórica del oso pardo en España y acabó investigando las cobras en Marruecos, entre otros temas que le ocuparon hasta su muerte, en abril de 2003, a la edad de 73 años.

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