El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.
Acoso sexual en ciencia
La Directiva 2002/73/CE, define el acoso sexual como “la situación en que se produce cualquier comportamiento verbal, no verbal o físico no deseado de índole sexual con el propósito o el efecto de atentar contra la dignidad de una persona, en particular cuando se crea un entorno intimidatorio, hostil, degradante, humillante u ofensivo”. El acoso sexual en el ámbito laboral se inscribe en tres grandes ejes: la violencia contra las mujeres, un entorno laboral sexista, y un marco de abuso de poder (tanto jerárquico como de género).
Un reciente estudio realizado por dos grandes universidades en EEUU en 36 campus revela el impacto del acoso sexual y agresiones de género o por razón de sexo en ciencia. Un 20% de las mujeres participantes experimentaron acoso sexual por profesores y trabajadores en estas universidades. La academia en este país se encuentra en segundo lugar, después del ejército, en las tasas de acoso sexual. El estudio, además, concluye que no hay evidencia de que las actuales políticas, procedimientos y enfoques, que a menudo se centran en el cumplimiento simbólico de la ley, hayan dado lugar a una reducción significativa del acoso sexual.
A falta de un estudio sistemático a gran escala como el de EEUU, según informes del Instituto de la Mujer, los datos en España apuntan a que las situaciones de discriminación, desigualdad y violencia son frecuentes, y ocurren de manera visible o invisible en los centros de trabajo de manera que una de cada cuatro mujeres dice haber observado algún tipo de acoso sexual en su entorno laboral.
En este contexto, se desarrollan en el ámbito de la ciencia los movimientos del 11 de Febrero, el 8 de Marzo y el #MeToo de este año 2018. Estos han servido para visibilizar los datos, discutir las problemáticas, darle el protagonismo perdido a las mujeres y para que mujeres científicas compartan sus experiencias. A nivel local estos movimientos han germinado en redes de igualdad y contra el acoso sexual en diferentes centros de investigación. Estas redes de trabajo buscan dar espacio al debate, visibilizar y concienciar, pero se enfrentan a múltiples retos.
Conductas que resultan claramente violentas para la mujer, y que cualquier profesional con formación de género percibirá como tales, pasan a ser desestimadas o consideradas de menor gravedad de la que realmente tienen
Desde las organizaciones que trabajan el acoso sexual y la violencia contra las mujeres, psicólogas y trabajadoras sociales alertan que muchas mujeres que son violentadas sexualmente no lo son de forma consciente. Se sienten incómodas pero no acaban de percibir esa conducta como una agresión. Cuesta mucho identificarlo, ponerle nombre y sobre todo, saber dónde está la línea, ya que este tipo de conductas están muy normalizadas y toleradas.
Cuando por fin una mujer es capaz de identificar este tipo de conductas, se encuentra con otra barrera. La difusa línea “legal” y “penal” que existe entre acoso sexual, acoso laboral, abuso y agresión, que lleva a una categorización, simplificación y reducción al absurdo: SI/NO, culpable e inocente, como si de un circo romano se tratara. De esta manera, conductas que resultan claramente violentas para la mujer, y que cualquier profesional con formación de género percibirá como tales, pasan a ser desestimadas o consideradas de menor gravedad de la que realmente tienen.
Un ejemplo es la reciente sentencia sobre “la manada”. El descrédito que sufre la víctima en este caso es devastador y actúa de forma perversa como disuasorio para futuras denuncias. Este engranaje se alimenta con la puesta en duda automática de cualquier tipo de declaración que se haga a este respecto, asumiendo una doble intención, que se materializa en comentarios como “y por qué lo cuenta ahora” o “seguro que busca algo”, culpabilizando a la víctima desde el inicio de forma perversa.
Comentarios sexistas, bromas constantes y alusiones que degradan o humillan a las mujeres en el ámbito personal o profesional están normalizadas en nuestro día a día en el ámbito de la ciencia
En el ámbito de la ciencia, los problemas que nos encontramos son similares. La existencia de protocolos y la siempre referida tolerancia cero es importante, pero no es suficiente. La prevención no consiste, solamente, en la elaboración de dichos protocolos de actuación. El problema y el contexto es mucho más complejo y profundo. Estos protocolos en muchas ocasiones se centran en abordar las agresiones sexuales y las situaciones de acoso sexual más grave, una vez se han denunciado. Desgraciadamente, estas son solo la parte visible del “iceberg de la violencia de género”, una fracción poco representativa de toda la parte sumergida e invisible. Comentarios sexistas, bromas constantes y alusiones que degradan o humillan a las mujeres en el ámbito personal o profesional están normalizadas en nuestro día a día en los centros.
Para trabajar sobre lo visible y lo invisible, es necesario contar con comités asesores independientes y dotar a las personas que trabajen por la igualdad de los instrumentos y la formación, y hacerlas partícipes en el diseño de planes de igualdad y la toma de decisiones. Es necesario también crear entornos y espacios donde se facilite la normalización y la denuncia y evitar comentarios y acciones que deslegitiman a las denunciantes. Pero con el convencimiento de que ese ideario “feminista”, no ataca a nadie sino que repercutirá en el bien de todos. Recordemos que el feminismo no es lo contrario de machismo. Mientras que el feminismo es la búsqueda de la igualdad entre sexos, el machismo supone una preponderancia del varón. Tener esto claro es fundamental porque en nuestro ambiente científico y académico aún estamos en la fase en el que el movimiento #MeToo se percibe como una amenaza y parte de una guerra de sexos, y no como una oportunidad para visibilizar y prevenir cualquier agresión sexual.
Pese a los retos, miramos al futuro en positivo. Las voluntarias y voluntarios que formamos estas redes de igualdad estamos Ilusionados con las nuevas ideas, fantaseando sobre “salas de bienestar” para la lactancia, servicios de guardería en nuestros centros de trabajo, puertas con un símbolo violeta que indican ayuda, empatía y asesoramiento, cartas de recomendación libres de sesgo, talleres de asertividad, etc. Estamos convencidas y convencidos de que el cambio está ahí, se palpa y se respira, y que caminamos hacia una sociedad con equidad de género. Citando a Begoña Marugán, socióloga: “Ponerse las gafas de género no es solo tener en cuenta a la mitad femenina de la humanidad, es percibir que esa mitad femenina está dando la vuelta a la historia”.
Elena Gómez-Díaz ha realizado este artículo con ayuda de María Lucena y Miguel Jacome, que forman parte igualmente del grupo de igualdad de la Estación Biológica de Doñana (EBD), así como Gloria Brea del Centro Andaluz de Biología del Desarrollo (CABD).
La Directiva 2002/73/CE, define el acoso sexual como “la situación en que se produce cualquier comportamiento verbal, no verbal o físico no deseado de índole sexual con el propósito o el efecto de atentar contra la dignidad de una persona, en particular cuando se crea un entorno intimidatorio, hostil, degradante, humillante u ofensivo”. El acoso sexual en el ámbito laboral se inscribe en tres grandes ejes: la violencia contra las mujeres, un entorno laboral sexista, y un marco de abuso de poder (tanto jerárquico como de género).
Un reciente estudio realizado por dos grandes universidades en EEUU en 36 campus revela el impacto del acoso sexual y agresiones de género o por razón de sexo en ciencia. Un 20% de las mujeres participantes experimentaron acoso sexual por profesores y trabajadores en estas universidades. La academia en este país se encuentra en segundo lugar, después del ejército, en las tasas de acoso sexual. El estudio, además, concluye que no hay evidencia de que las actuales políticas, procedimientos y enfoques, que a menudo se centran en el cumplimiento simbólico de la ley, hayan dado lugar a una reducción significativa del acoso sexual.