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¿Qué hace una arqueóloga como yo en un sitio como este?

Instituto de Arqueología de Mérida (IAM) —
14 de noviembre de 2024 21:09 h

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Aunque habitualmente mi papel como divulgadora está ligado a la difusión del conocimiento en torno a Tarteso, y más concretamente a los resultados alcanzados en la excavación e investigación del yacimiento protohistórico de Casas del Turuñuelo (Guareña, Badajoz), la historia que hoy les traigo no tiene como objetivo presentar los resultados alcanzados en algunas de las líneas de investigación a las que dedico parte de mi labor profesional como investigadora del Instituto de Arqueología (CSIC-Junta de Extremadura). En esta ocasión, me gustaría aprovechar estas líneas para dar a conocer una de las grandes oportunidades que nos brinda la carrera de investigación, que no es otra que la posibilidad de viajar a diferentes rincones del mundo, con el enriquecimiento personal y profesional que eso conlleva.

Junto a nuestra capacidad de producción científica y de liderazgo, la internacionalización es uno de los pilares fundamentales dentro de una carrera de investigación; una palabra, “internacionalización”, que nos persigue desde el día en el que una toma la decisión de embarcarse en la realización de una tesis doctoral. Si bien es cierto que este término podría analizarse desde diversos puntos de vista, pues podríamos adentrarnos en el jardín de evaluar la continua fuga de cerebros que sufre la investigación en nuestro país y los sacrificios personales que esto supone; hoy nos detendremos a valorar uno de los puntos más valiosos, al menos desde mi perspectiva, que tiene nuestra obligada trayectoria internacional como investigadores.

Así, a lo largo de nuestra carrera tenemos la posibilidad de realizar estancias de investigación, más o menos largas, en diferentes países e instituciones. Este enriquecedor ejercicio nos brinda la oportunidad de conocer, de primera mano, otros métodos de trabajo, al mismo tiempo que nos sumergimos en otros sistemas universitarios y educativos que nos permiten analizar, con perspectiva y conocimiento de causa, las fortalezas y debilidades de nuestro propio sistema de investigación.

Como complemento a nuestra propia formación, existen en todo el mundo programas de intercambio enfocados en la creación de espacios que favorecen la colaboración entre investigadores. Su objetivo es abordar desafíos sociales desde diferentes perspectivas y disciplinas

Gracias a ello, somos muchos los que tenemos la oportunidad de incorporarnos a proyectos internacionales donde la creación de equipos multidisciplinares permite a la ciencia avanzar mucho más rápido, nutriéndonos de otras metodologías y del empleo de equipos e instalaciones que, lamentablemente, están lejos de nuestro alcance en nuestros centros de origen.

Es en este contexto en el que aterricé, hace algo más de un mes, en la Universidad de Chicago, de la mano del Neubauer Collegium for Culture and Society y del proyecto ‘Negotiating Identities, Constructing Territories: pre-roman Iberia (900-200 BCE)’, coordinado por los Drs. Carolina López Ruiz y Michael Dietler, ambos profesores en la citada universidad.

Llegados a este punto del relato se preguntarán: ¿qué hace una arqueóloga como tú en su sitio como ese? Ni mucho menos resulta necesario cruzarse todo un océano, en este caso el Atlántico, y hacerse 6615 km para aterrizar en Chicago y estudiar arqueología. Por suerte, en España contamos con una amplia formación y tradición en el estudio de esta disciplina, lo que nos convierte en un referente para su conocimiento.

Sin embargo, y como complemento a nuestra propia formación, existen en todo el mundo programas de intercambio enfocados en la creación de espacios que favorecen la colaboración entre investigadores. Su objetivo es abordar desafíos sociales desde diferentes perspectivas y disciplinas. En este sentido, el Neubauer Collegium es un buen ejemplo de ello al perseguir la creación de sinergias entre investigadores dedicados al estudio y desarrollo de las Ciencias Humanas.

Este modelo de trabajo nos permite a los investigadores adentrarnos en sistemas de investigación completamente distintos al nuestros, aprendiendo de sus virtudes y sus carencias, al mismo tiempo que nos facilita un altavoz para que los resultados de nuestra investigación, y el papel de las instituciones que nos arropan, lleguen a otras latitudes. Desde mi positiva experiencia personal, creo que deberíamos promover e incentivar la creación de dichos modelos, no para que vayamos nosotros siempre, sino para que también otros vengan a visitarnos y conocernos.

Pero la relevancia de las estancias de investigación no solo está en su carácter internacional, y la trascendencia que eso pueda tener en el desarrollo de nuestro perfil curricular. Desde mi punto de vista, una de sus grandes fortalezas está en su papel como trampolín para divulgar, más allá de nuestro entorno más inmediato, los resultados de nuestra investigación, dando así a conocer nuestra labor e incluso posicionándonos como referentes en diversos campos de estudio e investigación.

En este sentido, no quería terminar sin reivindicar, más en un contexto como el que nos atañe esta semana, donde instituciones como el CSIC celebran la Semana de la Ciencia, el deber de los investigadores en la difusión de los resultados de nuestro trabajo, una labor con la que he estado siempre concienciada desde los inicios de mi carrera. Mi ejemplo no es un caso aislado, aunque hoy me permitan a mí tener voz, pues buena parte de la investigación participa de estos intercambios no sin hacer, en muchas ocasiones, grandes esfuerzos económicos y personales, pues no son pocos los retos a los que nos enfrentamos a la hora de incorporarnos a otras instituciones, en otros países y con diferentes idiomas. No obstante, y todo aquel que lo haya experimentado bien me entenderá al leer estas líneas, creo que todos esos retos nos permiten aprender muchas y diferentes lecciones en la vida. Entre ellas está la valentía de afrontar miedos, como la soledad, o de vencer barreras, como el sentido del ridículo que a veces experimentamos a la hora de soltarnos a hablar una lengua que no es la nuestra. También se aprende a echar de menos y a construir redes, pues una de las cosas más enriquecedoras de las estancias de investigación es la cantidad de amigas y amigos que uno tiene repartidos por el mundo.

Aunque habitualmente mi papel como divulgadora está ligado a la difusión del conocimiento en torno a Tarteso, y más concretamente a los resultados alcanzados en la excavación e investigación del yacimiento protohistórico de Casas del Turuñuelo (Guareña, Badajoz), la historia que hoy les traigo no tiene como objetivo presentar los resultados alcanzados en algunas de las líneas de investigación a las que dedico parte de mi labor profesional como investigadora del Instituto de Arqueología (CSIC-Junta de Extremadura). En esta ocasión, me gustaría aprovechar estas líneas para dar a conocer una de las grandes oportunidades que nos brinda la carrera de investigación, que no es otra que la posibilidad de viajar a diferentes rincones del mundo, con el enriquecimiento personal y profesional que eso conlleva.

Junto a nuestra capacidad de producción científica y de liderazgo, la internacionalización es uno de los pilares fundamentales dentro de una carrera de investigación; una palabra, “internacionalización”, que nos persigue desde el día en el que una toma la decisión de embarcarse en la realización de una tesis doctoral. Si bien es cierto que este término podría analizarse desde diversos puntos de vista, pues podríamos adentrarnos en el jardín de evaluar la continua fuga de cerebros que sufre la investigación en nuestro país y los sacrificios personales que esto supone; hoy nos detendremos a valorar uno de los puntos más valiosos, al menos desde mi perspectiva, que tiene nuestra obligada trayectoria internacional como investigadores.