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El Inca Garcilaso de la Vega: una vida entre dos mundos

“A los hijos de español y de india, o de indio y española, nos llaman mestizos, por decir que somos mezclados de ambas naciones (…) y por ser nombre impuesto por nuestros padres y por su significa­ción, me lo llamo yo a boca llena y me honrro con él” (Garcilaso de la Vega, el Inca: Comentarios Reales de los Incas, libro IX, cap. XXXI).

El autor de las palabras que anteceden, conocido internacionalmente como el Inca Garcilaso de la Vega y de cuya muerte se cumplen ahora 400 años, es considerado normalmente como el prototipo del mestizo peruano y, además, uno de los escritores más significativos de la literatura hispanoamericana. Nacido en el Cuzco el 13 de abril de 1539, es decir, pocos años después de que los españoles llegaran a la capital del imperio incaico (1533), fue uno de los numerosos niños nacidos de la relaciones surgidas entre un hombre español y una mujer indígena y a los que a partir de un momento se les empezó a denominar mestizos –como él bien dice-.

En su caso, fueron sus padres el capitán Sebastián Garcilaso de la Vega, un hidalgo extremeño emparentado con ilustres linajes de la época, y la palla (“princesa”) Chimpu Ocllo, sobrina del Inca Huayna Cápac y bautizada como Isabel. No sabemos en qué circunstancias se inició esta relación, si –como en otros casos- Chimpu Ocllo le fue entregada al capitán por Francisco Pizarro a modo de “botín de guerra” o si surgió de un encuentro menos violento, pero lo cierto es que vivieron juntos al menos once años, hasta que en 1549 el capitán Garcilaso optó por realizar lo que posiblemente consideró un “buen matrimonio” y se casó con una española venida de Panamá, lo mismo que hicieron muchos de sus compañeros de armas. A su vez, Isabel Chimpu Ocllo se casó también con un español de rango desconocido.

Tras el matrimonio de sus padres, Gómez Suárez de Figueroa -nombre con el que fue bautizado- siguió viviendo con su padre hasta su muerte. A comienzos de 1560, cumpliendo con una disposición de su testamento, por la cual le legaba 4.000 pesos para que viniera a estudiar a España, el joven mestizo abandonó el Perú y emprendió el viaje. A su llegada y tras visitar a los parientes de Badajoz, se dirigió a Montilla, donde residía don Alonso de Vargas, hermano de su padre, por quien fue muy bien acogido y que, posteriormente, le dejó en herencia la mitad de sus bienes, lo que le proporcionó un relativo bienestar económico, y allí vivió durante los siguientes treinta años. Hacia 1590 se trasladó a Córdoba, donde vivió hasta su muerte, en 1616, y en cuya Mezquita-Catedral fue enterrado.

Al poco tiempo de llegar a Montilla, y tras viajar a Madrid con la intención de conseguir alguna merced del rey en recompensa por los servicios del capitán Garcilaso en el Perú, en cuyo intento no solo fracasó sino que tuvo que escuchar cómo se ponía en duda la lealtad de su padre, Gómez Suárez de Figueroa decide pasar a llamarse Garcilaso de la Vega, igual que su progenitor, y como tal empieza a figurar en los documentos desde 1563. Comenzaba así un proceso de construción de la propia identidad, que se completará tiempo después al añadir al nuevo nombre el término Inca, unas veces a manera de apellido (Garcilaso Inca de la Vega) y otras antepuesto a manera de título (el Inca Garcilaso de la Vega), engarzando de este modo el mundo paterno y el materno.

Si los años turbulentos de infancia y juventud vividos en el Cuzco le permitieron acumular información y experiencias que verterá más tarde en sus escritos, exprimiendo sus recuerdos, los vividos en Montilla, dedicados a la lectura y en estrecho contacto con prestigiosos humanistas cordobeses, le permitieron adquirir los instrumentos intelectuales necesarios para abordar con éxito su obra historiográfica. Sus libros, comenzando por su traducción al castellano de los Diálogos de Amor de León Hebreo (1590) y por La Florida del Inca (1605), y siguiendo por sus dos obras de mayor envergadura, los Comentarios reales de los Incas (1609) y la Historia general del Perú (1617), obtuvieron reconocimiento y fama internacionales, siendo traducidas desde muy temprano a diferentes idiomas. La visión que Garcilaso ofrece en su obra sobre el imperio de los Incas no sólo impregnó enormemente la historiografía posterior sobre el incario, sino que jugó un importante papel en las representaciones y discursos políticos del Perú de ayer, e incluso de hoy.

“A los hijos de español y de india, o de indio y española, nos llaman mestizos, por decir que somos mezclados de ambas naciones (…) y por ser nombre impuesto por nuestros padres y por su significa­ción, me lo llamo yo a boca llena y me honrro con él” (Garcilaso de la Vega, el Inca: Comentarios Reales de los Incas, libro IX, cap. XXXI).

El autor de las palabras que anteceden, conocido internacionalmente como el Inca Garcilaso de la Vega y de cuya muerte se cumplen ahora 400 años, es considerado normalmente como el prototipo del mestizo peruano y, además, uno de los escritores más significativos de la literatura hispanoamericana. Nacido en el Cuzco el 13 de abril de 1539, es decir, pocos años después de que los españoles llegaran a la capital del imperio incaico (1533), fue uno de los numerosos niños nacidos de la relaciones surgidas entre un hombre español y una mujer indígena y a los que a partir de un momento se les empezó a denominar mestizos –como él bien dice-.