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Ordine y los exoplanetas

Emilio J. Alfaro Navarro

Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA/CSIC) —
29 de junio de 2023 21:06 h

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El reciente fallecimiento de Noccio Ordine, crítico de arte y literatura, filósofo y divulgador, ha puesto otra vez en el escaparate a uno de sus –nuestros– personajes favoritos, Giordano Bruno. Todos sabemos que murió en la hoguera en el Campo de’ Fiori, hoy en día una preciosa plaza romana, durante el invierno de 1600. Cada vez que la inquisición está por medio los hechos históricos y sus causas se distorsionan sobremanera.

Giordano no fue condenado por su ciencia, ya que no fue un científico, ni por su filosofía, maestría que ejerció con gran liberalidad e imaginación, sino por su propuesta teológica de un panteísmo dual más cercano a los epicúreos que al catolicismo trentino de los dominicos donde profesaba sus votos. Para Bruno los dioses no se preocupan de los detalles cotidianos de la vida de los hombres. Lo argumentó  al relatar con gran ingenio algunos episodios domésticos de su pueblo, Nola, donde la intervención divina en asuntos nimios daba lugar a situaciones ridículas. Bruno muestra en La cena de la ceniza un mordaz sentido del humor que nos regocija pero que no debió ayudarle mucho frente al Santo Oficio.

Giordano, por boca de Teófilo, nos invita a no acudir a las Sagradas Escrituras para desentrañar el funcionamiento del universo: …creedme que si los dioses se hubieran dignado enseñarnos la teoría de las cosas de la naturaleza, como nos han hecho el favor de proponernos la práctica de las cosas morales, me atendría a la fe de su revelación antes que regirme por la certidumbre de mis propias razones y sentimientos.

Un universo eterno e infinito

El gran legislador solo nos proporciona en su libro un código moral, unas normas para vivir la vida terrena en paz y buen gobierno, y alcanzar la salvación. El resto corre de nuestra cuenta. Para eso tenemos memoria, entendimiento, voluntad y el libre albedrío. Como Teófilo nos recuerda de nuevo: …en los libros divinos no se tratan en beneficio de nuestro entendimiento las demostraciones y especulaciones acerca de las cosas naturales, como si fuese filosofía, sino que, en favor de nuestra mente y sentimientos, se ordena, por medio de las leyes, la práctica de las acciones morales. Esta separación de las fuentes de conocimiento respecto a cómo es el mundo y cómo debemos comportarnos en él abre las puertas a una filosofía natural sin la rémora de los libros sagrados, ni, por supuesto, de los filósofos clásicos.

Giordano borra de un plumazo todo lo anterior y en esa extensa llanura intelectual erige un universo eterno e infinito donde no hay diferencia entre el mundo sublunar y las esferas de los planetas. La sustancia de la que está hecha el universo es la misma en todas partes y el firmamento, la esfera de las estrellas fijas, no es otra cosa que una infinitud de soles rodeados de mundos como el nuestro. Se apoya en Copérnico  pero construye un nuevo cosmos que coincide en muchos aspectos con lo que hoy consideramos la mejor descripción del universo. Pero no fue una respuesta científica sino meras conjeturas filosóficas influidas por, y asentadas en, la propuesta copernicana. Giordano fue el primer gran apóstol de Copérnico aunque el polaco jamás hubiera estado de acuerdo con la mayoría de las osadas propuestas del italiano. El nolano revoluciona la filosofía natural y postula nuevos conceptos teológicos donde Copérnico solo proponía una hipótesis heliocéntrica para simplificar los cálculos de los matemáticos.

En 1610, poco después de la muerte de Bruno, Galileo parece confirmar una de la suposiciones del nolano, la Vía Láctea no es más que una ingente multitud de estrellas arracimadas. El cosmos de las esferas se desvanece y las estrellas se desparraman por el espacio. Sin embargo hubo que esperar casi cuatrocientos años, a 1995, para confirmar que otros mundos estaban girando alrededor de otros soles.

Michel Mayor y Didier Queloz, astrónomos suizos, estaban analizando las variaciones temporales de la velocidad radial de la estrella 51 Pegasi. La amplitud de la variación era de pocos metros por segundo y su período de 4 días. La hipótesis que mejor explicaba este comportamiento era la presencia de un cuerpo con la masa de medio Júpiter girando alrededor de la estrella a una distancia seis veces inferior a la de Mercurio al Sol. Una distribución de materia muy diferente a la de nuestro sistema solar. Se había descubierto el primer planeta extrasolar.

Las variaciones periódicas de la velocidad de las estrellas

El método de las variaciones periódicas de la velocidad de las estrellas se convirtió así en uno de los procedimientos más utilizados para la búsqueda de nuevos planetas en otros soles. Sin embargo esta metodología está sesgada hacia planetas gigantes en la vecindad de la estrella, los llamados júpiteres calientes. Para aumentar la sensibilidad de detección y ampliar el rango de masas y radios orbitales de los posibles planetas se diseño el espectrógrafo CARMENES instalado en la base del telescopio de 3.5 m del observatorio de Calar Alto en Almería. El proyecto CARMENES, que reúne a un equipo de casi 150 científicos e ingenieros de 11 instituciones distintas, ha sido el resultado de una colaboración entre Alemania y España.

Este consorcio ha desempeñado un papel crucial en el diseño, desarrollo, integración y aprovechamiento científico del instrumento. Se aseguró la igualdad de participación entre ambos países miembros, con cinco instituciones alemanas, cinco españolas y una institución mixta (en aquel momento): el Observatorio de Calar Alto. El Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC) asumió la responsabilidad final del diseño, desarrollo, integración y operación del canal NIR (infrarrojo cercano), mientras que el canal VIS (visible) fue gestionado por instituciones alemanas. Calar Alto es, hoy en día, el mayor observatorio europeo en suelo continental. Es copropiedad del CSIC y de la Junta de Andalucía y sus antiguas siglas CAHA pueden seguir inalterables ya que ahora nombran al Centro Astronómico Hispano Andaluz. Este año se conmemora el quincuagésimo aniversario del acuerdo fundacional del observatorio, pero esa es otra historia que merece ser contada aparte.

El reciente fallecimiento de Noccio Ordine, crítico de arte y literatura, filósofo y divulgador, ha puesto otra vez en el escaparate a uno de sus –nuestros– personajes favoritos, Giordano Bruno. Todos sabemos que murió en la hoguera en el Campo de’ Fiori, hoy en día una preciosa plaza romana, durante el invierno de 1600. Cada vez que la inquisición está por medio los hechos históricos y sus causas se distorsionan sobremanera.

Giordano no fue condenado por su ciencia, ya que no fue un científico, ni por su filosofía, maestría que ejerció con gran liberalidad e imaginación, sino por su propuesta teológica de un panteísmo dual más cercano a los epicúreos que al catolicismo trentino de los dominicos donde profesaba sus votos. Para Bruno los dioses no se preocupan de los detalles cotidianos de la vida de los hombres. Lo argumentó  al relatar con gran ingenio algunos episodios domésticos de su pueblo, Nola, donde la intervención divina en asuntos nimios daba lugar a situaciones ridículas. Bruno muestra en La cena de la ceniza un mordaz sentido del humor que nos regocija pero que no debió ayudarle mucho frente al Santo Oficio.