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La tierra canta por 'granaínas': la melodía de los terremotos

Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA/CSIC) —
25 de febrero de 2021 20:03 h

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El 26 de enero muchos granaínos salieron a la calle en pijamilla a charlar con los vecinos durante algunas horas hasta que pasó el miedo por los temblores perceptibles que se sucedieron en pocos minutos. No hubo que lamentar daños personales, aunque sí en lo material. Durante los días siguientes, los medios locales se llenaron de la misma noticia repetida, gasolina para el miedo de muchos y acicate para el hartazgo de unos pocos, que veíamos como se desvanecía una ocasión natural para traer a la primera plana conceptos de ciencia básica y promover una experiencia de descubrimiento intelectual.

Ciencia en el Bar, desde la barra su parroquial bar Soria, decidió a la tercera cerveza ponerse a tarea de intentar meter una cuña de humor y música para, paradójicamente, poder traer de una vez la información científica relevante a pie de calle.

El resultado, para los 17 terremotos de grado tres o más, entre el 23 y el 31 de enero es éste:

Pesábamos que sería una melodía caótica atonal, pero hay cierta conexión entre las notas. Primero, que empieza como Lucy In The Sky With Diamonods de The Beales. Habría tenido gracia hacer el ejercicio muy al principio y pensar que podríamos predecir lo que va a hacer mañana la naturaleza bajo el suelo escuchando lo que cantaban The Beatles en los 60 sobre el cielo. Además, se puede tocar un acorde de acompañamiento con una guitarra debajo: sol sostenido mayor. Hasta para eso tiene arte Granada.

Un terremoto no es un sonido, pero contiene uno. Primera cosa que recordar del colegio: las ondas P y las ondas S. Son las dos componentes del temblor que se propaga. La S es una vibración de lado a lado. Es la onda destructiva que hace tambalearse los edificios y puede volcarnos la cerveza. La P comprime hacia adelante y hacia atrás el material que atraviesa, como hace el sonido de una guitarra con el aire. No es una cuerda de guitarra lo que está produciendo esa vibración unos kilómetros debajo de nuestros pies, sino algo más grande, pero la onda P es, literalmente y por definición, una onda acústica. Esa vibración llega un poco antes que la que nos mueve de lado a lado, medio segundo aproximadamente para terremotos poco profundos como los que están ocurriendo en Granada.  Por eso algunos animales notan los terremotos y reaccionan antes que nosotros. Por eso y porque nosotros no escuchamos ese sonido con el que ruge la Tierra, ya que tiene un tono muy grave, situado por debajo del umbral de percepción de nuestro oído. El tono o la nota musical de un sonido viene codificado en una propiedad de la onda acústica: la frecuencia. Es simplemente en número de idas y venidas en el vaivén de esa vibración que ocurren en un segundo. Para estos terremotos están entre 0 y 20, y nosotros no podemos oír frecuencias tan bajas. Son notas musicales más graves que las que da un trombón o un contrabajo, están a la izquierda de todas las teclas del piano, así que se nos escapan. ¿Solución? Subir de octava. ¿El qué? Una niña de diez años y un adolescente con barba pueden cantar a la vez cumpleaños feliz. El adolescente lo hará en un tono más grave y la niña en una tesitura mucho más alta, pero la canción es la misma. Pasar de niño a adolescente es bajar de octava, y subir es dibujar con los dedos el mismo camino en las teclas blancas y negras de piano, pero moviéndonos a una zona situada más a la derecha. ¡O lo que hace Jota en Cumpleaños Total de Los Planetas! Dato matemático curioso: Pitágoras ya se dio cuenta de que si doblas una cuerda por la mitad y la haces vibrar, subes una octava el tono que produce con respecto a la vibración de la cuerda original. Y eso, físicamente, se traduce en que la cuerda vibra con el doble de frecuencia. Ah, ¿sí? Pues si subiéramos las frecuencias de los terremotos 7 octavas (multiplicar por 128), nos situaríamos en las teclas del centro del piano, que se escuchan perfectamente. ¡Adelante! Con eso y haciendo corresponder las duraciones de los terremotos y los sonidos, y la magnitud de cada seísmo con el volumen al que suena cada nota, sale una canción. No es como para presentarla a un concurso de talentos, pero es lo que canta la madre Tierra.

Aquí os dejamos un tutorial de parte de Ciencia en el Bar para hacer vuestra propia canción de los terremotos:

La broma para hablar de ondas, terremotos, frecuencias, Pitágoras… y para desmentir bulos.

El día de los pijamillas corrió esto por las redes: “¡A la una viene el terremoto gordo!”. FALSO. No se puede predecir un terremoto. Los movimientos de las placas tectónicas conforman un sistema complejo, como el meteorológico. “Complejo” no significa “difícil”, en física significa que hay que conocer muy, muy bien las condiciones ahora mismo para calcular con precisión las que habrá mañana o en un rato. En meteorología, a más de tres días vista, las predicciones son casi al azar y todos nos cabreamos porque el hombre del tiempo nos chafa las vacaciones de Semana Santa. Pero por lo menos en meteorología hay ecuaciones no lineales (raras) con las que se pueden hacer esas predicciones tan sensibles a las condiciones iniciales. ¡Para los terremotos no hay ecuaciones! No se puede calcular nada, no se pueden predecir los terremotos, punto. Sólo podemos sospechar que después de un terremoto puede venir una réplica por el acomodo de las placas después de un movimiento, y sí se puede establecer algunas relaciones entre seísmos y posterior actividad volcánica allá donde la haya. Dato matemático curioso: eso de sistema físico no lineal es lo mismo que sistema caótico. ¡Sí, el caos, lo del efecto mariposa!

A la mañana siguiente, las redes y las fruterías se llenaron de un segundo bulo muy clásico: “en Granada no va a haber un terremoto grande nunca porque hay muchos pequeños”. FALSO. Segunda cosa que recordar del colegio: los logaritmos. La escala de los terremotos es logarítmica. Eso, además de ser una tecla de la calculadora que nunca usamos, significa que un terremoto de grado cuatro no es sólo un poco más destructivo que uno de grado tres, sino mucho más: tiene treinta y tantas veces más energía. Y lo mismo el de grado cinco respecto del de cuatro, y así con todos los grados. Eso significa que para compensar un terremoto de grados seis, que es al que tememos porque podría producir derrumbes, se necesitan unos treinta mil terremotos de grado tres, y no llevamos ni cien. Dato matemático curioso: nuestros sentidos funcionan logarítmicamente. Cuando una luz brilla el doble, no tenemos la sensación del doble de intensidad, sino sólo de un poco más. Igual con los sonidos o el tacto. Es un truco de nuestra naturaleza evolucionada para que podamos ver desde luces muy tenues hasta otras que brillan muy intensamente. ¡Ya quisieran las cámaras! Y por eso el sonido se mide en decibelios: cuando la intensidad del sonido se multiplica por dos, sólo subimos tres decibelios.

Pero volviendo a los temblores: la razón por la que hasta ahora nunca se ha registrado en Granada un terremoto de grado seis no es que haya muchos de grado 3, sino que la falla tiene una fractura compleja: en lugar del choque de dos continentes, se produce el de muchos islotes. Lo sabemos porque los terremotos están repartidos en un área geográfica extensa: hay un epicentro en Santa Fe, otro en Churriana, etc. Si viviéramos en un Tokio fantástico en el que King Kong y Godzilla luchan en mitad de una gran avenida, al primer puñetazo caerían varios edificios. Pero si cambiáramos a esos dos contrincantes por dos ejércitos equivalentes de hormigas, cuando se enfrentasen, ni escucharíamos el murmullo. Esto no significa que no vaya darse un seísmo de grado 8 en Granada en el futuro. La falla puede extenderse y se puede dar la situación.

La ciencia nos dice que no se pude predecir un gran seísmo para la una de la mañana de hoy. Y también nos dice que no se puede descartar para el futuro. Sería conveniente que fuéramos legislando para construir con materiales elásticos y tecnologías de absorción los edificios que estén situados sobre una falla.

Los ciudadanos atemorizados no van a aceptar nunca la información desde un plano racional, analítico y objetivo. ¿O es que los científicos se paran a hacer cálculos cuando los persigue un oso? Ante una situación emocional, como el miedo o la crispación, sólo cabe el chiste, la caricia o cualquier forma de emoción para comunicar. ¡En todos los velatorios se ríe! Y sólo entonces se abrirán las aguas de la razón que puedan traernos tranquilidad y prepararnos para un futuro mejor. La información no es más un montón de cuentas lanzadas al azar sobre una mesa, y sólo cuando se ensartan en el hilo emocional se convierten en un collar con forma y belleza, que puede llevarse, ser útil y disfrutarse.

 

El 26 de enero muchos granaínos salieron a la calle en pijamilla a charlar con los vecinos durante algunas horas hasta que pasó el miedo por los temblores perceptibles que se sucedieron en pocos minutos. No hubo que lamentar daños personales, aunque sí en lo material. Durante los días siguientes, los medios locales se llenaron de la misma noticia repetida, gasolina para el miedo de muchos y acicate para el hartazgo de unos pocos, que veíamos como se desvanecía una ocasión natural para traer a la primera plana conceptos de ciencia básica y promover una experiencia de descubrimiento intelectual.

Ciencia en el Bar, desde la barra su parroquial bar Soria, decidió a la tercera cerveza ponerse a tarea de intentar meter una cuña de humor y música para, paradójicamente, poder traer de una vez la información científica relevante a pie de calle.