El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.
Vivir sin chinches de las camas fue un espejismo (otro)
Las chinches de las camas han acompañado a las personas durante milenios y hasta hace no demasiado tiempo las había por doquier. En 1927, la gran Bessie Smith grabó la canción Mean old bed bug blues, en la que se quejaba amargamente de que las chinches parecían creerse pájaros carpinteros y verla a ella como un trozo de madera. En 1930 se estimaba un tercio de los habitantes de Londres se veían afectados por chinches, y la proporción era similar, si no mayor, en otras ciudades europeas. La prensa histórica española está repleta de anuncios de productos milagrosos para la eliminación de chinches. Que el formato de los anuncios se mantuviese prácticamente inmutable durante siglos es prueba irrefutable de lo poco milagrosos que esos productos eran. Como seguía cantando Bessie Smith, “la chinche, grande como un burro, te pica y sonríe, luego se bebe todo el veneno para chinches y vuelve para picarte otra vez”.
Pero a mediados del siglo XX llegaron los productos realmente milagrosos, en forma de DDT y otros insecticidas altamente eficaces, disponibles en grandes cantidades y relativamente baratos (además de malísimos para muchas cosas). Entonces, de repente, el insecto que había estado chupando sangre de generaciones de personas desapareció. Podemos imaginar que para quien vivió ese cambio el alivio debió ser maravilloso. Pero nos acostumbramos pronto a lo bueno, y en poco tiempo habíamos olvidado a las chinches de las camas. Parecía que no las había por ninguna parte y dejamos de preocuparnos por ellas.
Origen profundo
Las chinches de las camas forman parte de la familia Cimicidae, en la que se han descrito más de 100 especies. Muchas de ellas parasitan murciélagos, aunque las hay asociadas a otros mamíferos y a aves. Dos especies de esta familia son las que generan los mayores problemas a los humanos. En ambientes templados, como los europeos, domina Cimex lectularius, mientras que en áreas más cálidas aparece también Cimex hemipterus. La primera de las especies estaba originalmente asociada a murciélagos, y se supone que inició su relación con las personas aprovechando que éstas y murciélagos convivían en cuevas. En cambio, Cimex hemipterus estaba más bien ligada a aves, y no hay una hipótesis clara para explicar su asociación a las personas. Sea como fuere, ninguna de las dos especies de Cimex se alimentan en exclusiva sobre seres humanos, como sí ocurre con piojos (Pediculus humanus) y ladillas (Pthirus pubis).
Volviendo a donde lo dejamos, nos encontramos, desde mediados del siglo XX, casas libres de chinches. Esto ocurre principalmente en países ricos, pero es en realidad un patrón generalizado en el mundo. Sin embargo, en algún lugar o lugares, que no hemos llegado a conocer, quedaron agazapadas poblaciones de las dos especies de Cimex. Es probable que usasen fundamentalmente fuentes de alimento no humanas, lo que habría facilitado que pasasen desapercibidas.
Y de repente, cuando nadie se lo esperaba, volvieron.
El resurgir
Durante los años 90 se produce la reaparición de las chinches de las camas. Un regreso espectacular, pues ocurre simultáneamente en todo el mundo, con un incremento exponencial en la presencia de estos animales que parece haberse mantenido hasta el presente. No hay una explicación clara para este retorno estelar, pero hay al menos dos factores que lo habrían favorecido. Uno es el incremento desenfrenado del turismo en todas sus formas, incluyendo movimientos internacionales que habrían favorecido la rápida expansión de las chinches de las camas por todo el mundo. Otra es la resistencia adquirida por las chinches a muchos insecticidas, tanto a los de uso generalizado actualmente (sobre todo, piretroides) como a los ya prohibidos (DDT y otros).
Durante lo que llevamos de siglo XXI la incidencia de chinches de las camas ha seguido creciendo en todo el mundo. De vez en cuando, como ocurrió en Nueva York en 2008 y ocurre estos días en París, hay burbujas informativas sobre este fenómeno. Pero en ninguno de los dos casos parece que hubiese infestaciones excepcionales, siendo simplemente reflejos de un patrón global. Eso quiere decir que no deberíamos asustarnos por estar en un lugar en el que las chinches se hayan hecho noticia, pero en cambio sí tenemos que estar alerta, en cualquier lugar, ante la posibilidad de servir de alimento a estos animales y, sobre todo, el riesgo de llevarlos a casa. Esa posibilidad se da fundamentalmente en hoteles y alojamientos turísticos, en los que las camas que son utilizadas por muchas personas. Existen consejos sobre qué podemos examinar ara comprobar que la cama que ocuparemos y el espacio que la rodea esté libre de chinches.
La ventana de tiempo en la que vivimos sin chinches de las camas ha sido muy corta, en general de no más de 50 años. La vuelta de estos animales a nuestras vidas recuerda al regreso de otros problemas de salud, como las enfermedades transmitidas por mosquitos. Adaptarnos a la nueva situación va a requerir que hagamos algunos cambios en nuestras costumbres y comportamientos, introduciendo precauciones que teníamos olvidadas. Nada que no hiciese todo el mundo hasta prácticamente ayer, en realidad. Las chinches han vuelto a las camas para ya quedarse.
Las chinches de las camas han acompañado a las personas durante milenios y hasta hace no demasiado tiempo las había por doquier. En 1927, la gran Bessie Smith grabó la canción Mean old bed bug blues, en la que se quejaba amargamente de que las chinches parecían creerse pájaros carpinteros y verla a ella como un trozo de madera. En 1930 se estimaba un tercio de los habitantes de Londres se veían afectados por chinches, y la proporción era similar, si no mayor, en otras ciudades europeas. La prensa histórica española está repleta de anuncios de productos milagrosos para la eliminación de chinches. Que el formato de los anuncios se mantuviese prácticamente inmutable durante siglos es prueba irrefutable de lo poco milagrosos que esos productos eran. Como seguía cantando Bessie Smith, “la chinche, grande como un burro, te pica y sonríe, luego se bebe todo el veneno para chinches y vuelve para picarte otra vez”.
Pero a mediados del siglo XX llegaron los productos realmente milagrosos, en forma de DDT y otros insecticidas altamente eficaces, disponibles en grandes cantidades y relativamente baratos (además de malísimos para muchas cosas). Entonces, de repente, el insecto que había estado chupando sangre de generaciones de personas desapareció. Podemos imaginar que para quien vivió ese cambio el alivio debió ser maravilloso. Pero nos acostumbramos pronto a lo bueno, y en poco tiempo habíamos olvidado a las chinches de las camas. Parecía que no las había por ninguna parte y dejamos de preocuparnos por ellas.