El Concurso de Cante Jondo de Granada, del que se cumplían 100 años el pasado lunes, tuvo una gran trascendencia, con réplicas y ecos en muchos otros lugares. Y Cádiz, patria chica del impulsor del certamen, no podía ser una excepción. Ahora, un siglo después, un espectáculo recrea aquellos días en los que la Real Academia de Santa Cecilia celebró un concierto flamenco de espíritu similar a la cita granadina, y solo cuatro días después de ésta. Se podrá ver este sábado en el Gran Teatro Falla de la capital gaditana, con figuras como Jesús Méndez y David Palomar encabezando el cartel.
La historia comienza con la cruzada emprendida por Manuel de Falla para evitar que la pureza del flamenco se perdiera bajo la contaminación de nuevos palos y modos de interpretar. Mientras se organizaba el Concurso de Granada, el compositor se puso en contacto con un buen amigo suyo, Álvaro Picardo, bodeguero y hombre instruido, para que le busque un par de cantaores no profesionales en Cádiz y alrededores, ya que pensaba que solo entre los amateurs podían conservar las esencias.
En un primer momento, Picardo declina la invitación, aduciendo que su tía Micaela Aramburu, la gran benefactora de Cádiz junto a su marido, Moreno de Mora, está muy enferma; y de hecho, fallecería el agosto siguiente. Y, por otro lado, le explica por carta que los cantaores aficionados que conoce no son dignos de figurar en el concurso, aunque sí conoce a dos profesionales muy interesantes, ambos hijos del pionero Enrique El Mellizo: Antonio Jiménez y Enrique Jiménez Hermosilla.
Fiesta y jondura
“Entonces empieza a tomar forma la idea de hacer en Cádiz algo parecido a lo de Granada, aunque con algunas diferencias”, explica Javier Osuna, creador del nuevo espectáculo. “Por ejemplo, en este caso no es un concurso, y sí intervienen profesionales. Detrás de todo ello estaba don Antonio Chacón, que tenía una deuda grande con El Mellizo, ya que había conseguido librarse de quintas gracias a un festival al que lo había invitado. En aquel tiempo, la mili duraba ocho años, con el riesgo de que te mandaran a Cuba o a Filipinas a pegar tiros, pero existía la exención en metálico, y Chacón la logró gracias a aquel festival”.
Lo más interesante de la investigación previa a este montaje ha sido descubrir qué se cantaba en la trimilenaria villa hace cien años. Para ello, el equipo ha contado con la sabiduría del estudioso malagueño Ramón Soler, y las conclusiones han sido asombrosas: Cádiz y los Puertos, a menudo reducidos a territorio de cantes festeros –bulerías, alegrías, tanguillos…–, tenía el mayor espectro de seguiriyas –el cante grave por excelencia– de la Baja Andalucía.
Pero no acaban ahí las sorpresas: en el repertorio del festival de 1922 los palos interpretados son, además de cuatro estilos de seguiriyas (los de El Mellizo, Andrés El Loro, Curro Dulce y Tomás El Nitri), la soleá, la serrana, el polo, la caña, el martinete de El Mellizo, las saetas viejas, la nana moruna y la giliana. Ni rastro de los cantes considerados ligeros que para muchos constituyen el corpus más característico del cante gaditano.
En el templo de la clásica
¿Por qué se acabó creyendo que Cádiz no cantaba –por usar la distinción cara a Falla– jondo? Osuna cree que es una idea “difundida posteriormente por el grupúsculo encabezado por Antonio Mairena y el poeta cordobés Ricardo Molina, que en su libro Mundo y formas del cante flamenco ya proponen esta división: Sevilla y Jerez son profundis, Cádiz es ligero. Luego Fernando Quiñones intentó poner las cosas en su sitio en De Cádiz y sus cantes, pero el cliché ya había cristalizado”.
El cantaor David Palomar asegura que “todo tiene su porqué, y en el tiempo se han ido perdiendo cosas muy importantes. Pero Cádiz es el inicio de todo, y debe enterarse el mundo de que aquí se hicieron las cosas muy bien”.
Los impulsores del espectáculo que llega este sábado al Falla creen que se han olvidado otros muchos datos reveladores, como el hecho de que en 1903, 19 años antes de Granada, se hubiera celebrado en Cádiz otro concurso de cante y baile, o la trascendencia, ya en los años 50, del Concurso Nacional de Flamenco, y en los 60 del de la Cueva del Pájaro Azul, por la que desfilarían un Camarón niño y un Santiago Donday adolescente, La Perla de Cádiz, los Sordera y otros muchos nombres mayores de este arte. “Regresando a 1922, no se puede pasar por alto el lugar donde se celebra el festival, la Real Academia de Santa Cecilia. Mientras que Granada celebra el concurso en el patio de los Aljibes, según el cliché, en Cádiz el flamenco abre las puertas del templo de la música clásica”, subraya Osuna.
¿Qué pasó?
También es curioso comprobar cómo la cita gaditana mimetiza la filosofía de la granadina, en especial el pánico –ya formulado entre otros por Antonio Machado Álvarez, Demófilo– de que el flamenco era algo muy frágil que se estaba muriendo por culpa de incorporaciones espúreas. “Ni siquiera se canta la malagueña doble de El Mellizo, que naturalmente sus hijos conocían a la perfección. Se las vetaron”, asevera Osuna.
Por otro lado, la recreación de aquella cita corría el riesgo de resultar demasiado indigesta para los oídos de hoy, por lo que el equipo ha teatralizado la propuesta. Junto a los citados cantaores, pisarán las tablas el guitarrista Rafael Rodríguez El Cabeza, el pianista Javier Galiana, Juan Antonio Álvarez, Luci Vera, Juan José Jaén El Junco y Paco Reyes. La puesta en escena y dramaturgia corre a cargo de Antonio Castaño, para quien “hemos apostado por una escenografía minimalista, para que la protagonista sea la música, contando los entresijos de lo que ocurre entre Granada y Cádiz. Nos hemos permitido ciertas licencias, pero refleja muy bien lo que ocurrió en 1922, todo documentado en cartas y archivos”.
“Había que dulcificar, y lo hemos hecho con los artistas interpretando a los protagonistas de aquel tiempo”, concluye Osuna. “El aficionado más cabal se levantaría de la silla al cuarto cante si lo hacemos como entonces. Lo que también nos invita a preguntarnos: ¿Qué nos ha pasado en estos cien años?”.