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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Camarón, 25 años después: un icono mucho más allá del flamenco

“A mucha gente se le pregunta si le gusta el flamenco y dice que no. Pero se le pregunta si le gusta Camarón y dice que sí”. Así lo entiende Patricia Cavada, alcaldesa de San Fernando, que durante este fin de semana celebra el vigésimo quinto aniversario de la muerte de José Monje Cruz. La media naranja musical del gran Paco de Lucía, con quien parió un estilo nuevo llamado canastera, también genial intérprete de La leyenda del tiempo, la voz desgarradora del Dicen de mí o de Potro de rabia y miel.

Desde que llegó a la alcaldía isleña hace dos años, Cavada trabaja con su equipo, con la Junta de Andalucía y con los familiares de José, en la idea de abrir el museo Camarón de la Isla en San Fernando, una ciudad ligada desde siglos a la marina y a la construcción naval pero que ha alcanzado dimensión internacional por la irresistible ascensión del cantaor a la categoría de mito mundial y de icono del pop.

El rostro de José, a la manera de Andy Warhol, se solapa en el imaginario kistch de la actualidad con el del Ché Guevara fotografiado por Korda o incluso con el de Jesucristo. Su célebre fotografía junto a Curro Romero engalana a menudo las furgonetas de los mercadillos ambulantes, por no hablar de un sinfín de merchandisings, vinilos silueteados, posters, camisetas, mochilas o llaveros, que celebran el semblante del cantaor. O los tatuajes: como él llevara una luna y una estrella, muchos seguidores han impreso sobre su piel la impronta de su efigie. Dolores Montoya Chispa, su viuda, también se tatuó en la espalda otro camarón, pero en forma de marisco.

“¿Qué saca su familia de todo esto?”, suele preguntarse ella, que a lo largo del último cuarto de siglo ha intentado rentabilizar para sus hijos el legado de su padre, en un largo laberinto de contratos discográficos, viejos y nuevos, pero que suele lamentar que no haya podido crear una marca o un mecanismo legal que impida la sobre explotación del nombre o de la figura de su esposo. El pasado jueves, Chispa inauguraba en el Museo Cruz Herrera de La Línea, junto con la directora del Instituto Andaluz de Flamenco, María Ángeles Carrasco, una exposición Camarón vive, 25 años, mito, leyenda y revolución. Se trata de una muestra de cinco paneles de gran tamaño, fundamentalmente gráficos, que exploran a partir de imágenes potentes y pocas palabras la relación de Camarón con Chispa, con la guitarra, con el toreo, con Paco de Lucía y con su propia leyenda cantaora.

Tatuajes, fotos y cintas de vídeo

A Camarón le incomodaba posar, pero tenía carisma sobrado para que pareciera todo lo contrario. José Lamarca le dedicó una larga serie junto con Paco de Lucía, aunque tuvo que prestarle su propia camisa a uno de ellos porque habían aparecido ambos vestidos con el mismo color y el heroico blanco y negro con el que les impresionó no admitía estéticamente tales semejanzas.

Quizá uno de los fotógrafos que contribuyó como nadie a acuñar la imagen contemporánea y postrera de José fuera Alberto García Alix, sobre todo en una serie de instantáneas para un legendario número de la revista El Europeo, en 1990. En una entrevista concedida al escritor Montero Glez reconoció que la foto aparecía reproducida en muchos lugares sin su permiso o el del cantaor. Algo extrañamente normal en el mainstream contemporáneo. Cuando quiso fotografiar su tatuaje, Camarón se negó porque decía que los artistas no llevaban tatuajes: “¿Y entonces qué soy yo?”, afirmó García-Alix desabrochando su camisa y dejando ver su torso profusamente dibujado.

Al igual que Jaime Chavarri convirtió a José en protagonista de una controvertida biopic que también lleva su nombre, Montero Glez le convirtió en personaje para su novela Pistola y cuchillo. El autor de Sed de champán utiliza como narrador de la historia a un entrenador de gallos de pelea que se cita en la Venta de Vargas con él para amañara una riña: “En los seis años que seguí por toda España a Camarón sólo crucé con él un 'buenas noches' pero fue suficiente. No quería hacer una biografía sino revivirle a partir de una mentira, de una fábula”, afirmó Montero al publicarla. En su portada, en la edición de El Aleph y Mario Muchnik, volvía a contemplarse la foto de la mano tatuada de José, fumando un cigarrillo.

Quien le conoció de cerca fue otro escritor, Gonzalo Torrente Malvido -Nadal por Hombres varados, Goya por El rey pasmado-, el hijo bohemio de Torrente Ballester, que le hizo las veces de manager, le acompañó a que le sacaran una muela y protagonizara uno de los primeros implantes de este país, o terminó heredando un chaquetón heroico que al parecer regaló al cantaor el mismísimo Keith Richards pero que heredó este autor heterodoxo, héroe del Oliver madrileño, que también incorporó a José como protagonista de un relato.

Qué lejos Camarón de las aulas universitarias y en La Sorbona se oyó leer una tesis sobre su figura, a cargo de Mercedes García Plata, que mereció los mayores parabienes por su trabajo. Sobre José han aparecido numerosas biografías, incluyendo La Chispa de Camarón, a partir de las entrevistas mantenidas por Alfonso Rodríguez con la viuda del genio y con una decena de allegados. Pero quizá la que refleje mejor la relación de José con su entorno y su tierra sea Camarón, vida y muerte del cante, de Enrique Montiel, aparecida en 1993 y recientemente editada y ampliada por la Diputación de Cádiz. En sus páginas, ahora esclarece las injustas acusaciones de que Paco de Lucía, su padre o su hermano Pepe, se incautaran de derechos que pertenecían al cantaor: “Fue una auténtica canallada, sin justificación, que alguien pudiera sostener semejante patraña”, asevera Montiel, que aporta datos sobrados de lo que afirma.

Camarón, por derechos

El celebérrimo productor, músico y compositor estadounidense, Quincy Jones, fue el responsable de llevar a Camarón al Festival de Jazz de Montreux, en un cartel compartido con su escudero Tomatito, Lole y Manuel, El Pele y Manolo Sanlúcar. El pintor Miguel Vallecillo, por su parte, le llevó dos años consecutivos, a finales de los 80, hasta Le Cirque d'Hiver de París colgando el “no hay entradas” en las taquillas.

Jones, que trabajó con numerosos intérpretes de músicas diversas, desde Gil Evans a Michael Jakcson, engolosinó a este último, que ya había adquirido los derechos de los Beatles, o a Stevie Wonder, con la posibilidad de adquirir por una cantidad millonaria los de Camarón. Pero el cantaor tan sólo tenía registradas en la SGAE las letras de 18 cantes, porque como intérprete sólo tenía derecho por lo común a los royalties discográficos. La operación fracasó y dejó con la miel en los labios a José, al borde de la muerte, y a su familia, dando pie a un equívoco injusto que agravó el dolor que a Paco de Lucía le provocó el prematuro fallecimiento de su amigo.

El indiscutible amor del guitarrista hacia José quedó patente en numerosas ocasiones, desde su discurso al recoger el Premio Príncipe de Asturias a las declaraciones a su propio hijo, Curro Sánchez, en el prodigioso documental La búsqueda, que mereció un Goya de la Academia.

El mundo más cercano de Camarón puede percibirse a través de diversos documentales, como el que hoy domingo estrenará Canal Sur TV, o como el que ahora preparan Alexis Morante (director de Blablacar o los vídeos de Enrique Bumbury) con Raúl Santos (La roca), por no hablar de los de Isaki Lacuesta o José Sánchez Montes. Camarón sólo protagonizó, en vida, dos películas, una secuencia de Sevillanas de Carlos Saura y otra -a bordo de una moto, cantando Seré serenito en play back-, en Casa flora, dirigida por Ramón Fernández en 1973, a mayor gloria de Lola Flores.

Los buscadores de tesoros andan detrás de otra, que no fue estrenada nunca en salas comerciales: un pasatiempo casero que, según Francisco Perejil en su libro Camarón, el dolor de un príncipe, fue rodado en Tarifa por el naviero Juan Luis Bandrés -a la sazón asesinado a tiros años más tarde-, con José Monge luciendo un penacho de plumas al estilo sioux. Hay otras imágenes que han ido saliendo a partir de la pesquisa de Ricardo Pachón, el productor por antonomasia del nuevo flamenco, incluyendo a José. Pero otras permanecen en los cajones esperando quizá una oferta millonaria. Desde fiestas rocieras a Camarón, aquel cantaor que quiso ser guitarrista, interpretando un sitar o una mandolina.

En los últimos 25 años, la estela internacional de Camarón ha crecido largamente: si en su día el buen flamenco llamado Niño de los Brezos ganó un concurso como un clon de José, en el rincón flamenco de Nanas, en el corazón de Tokyo, pude asistir a la pintoresca interpretación de Como el agua, por un cantaor japonés que se hacía llamar El Komoron de Tokyo. A José Monje pude preguntarle, a finales de los 80, qué opinión le merecía que la prensa francesa le comparase con Joe Cocker o con Mick Jagger a partir de sus actuaciones parisinas: “Al principio, yo no sabía quiénes eran esos señores, pero cuando me explicaron que eran unos monstruos, me pareció bien”, repuso con su habitual timidez monosilábica.

Mientras su corazoncito hierva

Aunque le gustaba el toreo más que el fútbol, seguro que no le hubiera parecido mal que Sergio Ramos luciera en 2013 en la Copa Confederaciones unas botas con su nombre en un par y el de Michael Jackson en el otro. José Monje siempre fue flamenco pero fue mucho más que un flamenco. Bastaría con pasear por las páginas del número 9 de la revista La Caña, aparecido en 1993, con un índice que incluye textos del propio Paco de Lucía, pero también, entre otros, del actor Peter Coyote, Santiago Auserón, Javier Krahe, Pedro Calvo o Joaquín Sabina, Manolo Tena, Javier Ruibal, Martirio y Kiko Veneno. Y es que hasta Julio Iglesias confesó en una ocasión a Jesús Quintero que “yo tuve la idea absurda de cantar con Camarón hace siete, ocho o nueve años. Y aunque parezca absurda la idea era factible en aquellos momentos”.

“Después Camarón cayó, como tú sabes, muy enfermo y ya se perdió esa idea”, añadió, mientras revistas internacionales equiparan a José, por su temprana muerte, con Kurt Cobain o Freddie Mercury. Aquí y allá, sigue despertando pasiones: Camarón, que llegó a cantar para los presos en 1990 y que fue condenado a un año de prisión tras un accidente mortal (aunque nunca entró en prisión), probablemente se sentiría identificado con V.V.M., un recluso del centro penitenciario de Valladolid al que se le añadió una pena de seis meses a su condena, por un delito de atentado a un funcionario. Y es que, durante un registro en su celda en 2016, le requisó un CD de Camarón de la Isla, por lo que terminó propinándole una acometida. “¡Me quitan las cosas por la cara, me cago en mi raza, esto es mío, siempre pasa igual en esta puta cárcel!”, gritó sin atender a que nadie le quitaba nada, sino que sus efectos le quedaban retenidos, mediante un resguardo, hasta que saliera de prisión.

La huella de Camarón perdura en una larga relación de intérpretes, que incluyen voces tan rotundas como la de Duquende, El Potito o José Parra, pero también ha dejado impronta en otras celebridades del flamenco contemporáneo, como José Mercé o Arcángel, que hoy domingo le rendirán tributo en San Fernando. Por no hablar de sus propios hijos que hoy, en el Conde Duque, abrirán los Veranos de la Villa de Madrid con un espectáculo titulado Camarón, más allá de la leyenda, con Jorge Pardo, Rubem Dantas, Tino di Geraldo o Carles Benavent en escena: “Mientras mi corazoncito hierva, yo seguiré vivo”, cantaba él. Y, 25 años más tarde, sigue hirviendo.