Carmen Camacho: “En un mundo en el que nos pasamos el tiempo mirando el móvil, levantar la vista es descubrir la vida”

Alejandro Luque

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Un extendido lugar común afirma que los poetas solo pueden inspirarse bajo estímulos como la pasión amorosa, los paisajes deslumbrantes o los cambios de estación. Sin embargo, quienes actualmente ejercen esta disciplina refutan esta idea constantemente. El último caso es el de Carmen Camacho (Alcaudete, Jaén, 1976), cuyo último poemario, publicado por Maclein y Parker, ilustrado por Pepe Benavent y titulado La mujer de enfrente, tiene como sorprendente punto de partida la contemplación de las vecinas que tienden la ropa frente a su ventana.

Afincada en Sevilla desde hace ya muchos años, Carmen Camacho señala como germen de este poemario su interés por lo que ella llama “la parte de atrás del mundo, como los edificios tienen su parte de atrás. ¿Quién la sujeta? Yo me asomé a la parte de atrás de mi propia casa, y vi que quienes la sujetan son, sin excepción, las mujeres. Luego reparé en sus tendederos, y me parecieron un autorretrato de estructura ausente que contaba un montón de cosas”.

En efecto, poco a poco el simple cordel del patio se fue revelando algo más, hasta convertirse en una suerte de símbolo mitológico, “la Creación microcósmica de una diosa, la creación efímera de una artista y la recreación semiótica de la vida en un barrio de clase trabajadora en una ciudad de Andalucía”, enumera la autora. “Esta es la obra, cotidiana y nunca valorada, de la mujer de enfrente, quienquiera que sea”.

Un traje de rociera

En ese escenario aparentemente pobre desde el punto de vista estético, Camacho iba descubriendo cada día elementos sorprendentes y los iba consignando en sus cuadernos. “Un día amanecía y veía colgados unos almohadones, como si estuvieran levitando, o una bata rociera colgada boca abajo. Señales que hablan de la vida de los que habitan ese lugar, de una clase trabajadora que se manifiesta también así”, agrega.

La autora de títulos como Deslengua, Vuelo doméstico, Letra pequeña, Campo de fuerza, La mujer del tiempo, 777 o Arrojada confiesa, no obstante, que nunca tiene del todo claro lo que quiere decir cuando empieza un libro de poemas. Pero, añade citando a María Zambrano, “el secreto se revela mientras se escribe”.

“Hay dos cosas que corren paralelas en el libro, una desde un lugar más metafísico y simbólico, y otra desde un lugar más personal”, prosigue Camacho. “Hablo de las diosas que hay en cada mujer, y también de que no tienen que ser necesariamente como las imaginamos. Las representaciones clásicas de la Magna Dea o de la Pachamama han ido decayendo en nuestra sociedad capitalista y patriarcal. Pero la diosa que habita dentro de nosotros se resiste a caer del todo, resucita, todavía la puedes reconocer”.

Humanas y divinas

De hecho, el libro tiene entre sus citas iniciales unos versos de la poeta cordobesa Juana Castro que rezan así: “No es Pomona. Ni, como las Danaides,/ una daga dorada oculta entre los senos./ Ella no es Calíope, aunque sea la voz y la belleza./ Y, aunque, como las Náyades, ame fuente y bosques,/ no es Estigia, ni Dafne,/ ni es la bella Afrodita/ ni el sueño de los héroes./ Pero Ella ha nacido”.

Esa es la parte “más simbólica y arquetípica” del volumen, como ella misma la define, mientras que en “la más humana” ese mismo tendedero “lo convierto en un espejo donde ves tus propias muertes y resurrecciones, donde verme a mí misma. Bajo a tierra esa deidad”.

En esa operación ha contado la poeta con el arte de Pepe Benavent, que ha traducido en imágenes ese universo humano y divino. “Pepe me conoce muy bien, me intuye muy bien. Hemos trabajado siempre sobre la misma idea, la ventana y el tendedero, pero ha sabido darle su punto, dejándose llevar por lo que le iba sugiriendo el texto. Ha sido una colaboración en la que nos hemos retroalimentado, Ha desplegado una mirada super amorosa hacia mi poesía, y cuatro o cinco textos han ido surgiendo a partir de matices que él me ha ido dando”, afirma Camacho.

Abrir la mirada

Cuando se le pregunta si ha tenido la tentación de ponerse en contacto con sus vecinas de enfrente y mostrarles el resultado de sus observaciones, su respuesta es negativa. “No he querido cruzar esa barrera, porque creo que, si lo hiciera, al día siguiente tal vez empezarían a tender de otra manera”, explica. “Es algo muy delicado y no he querido abrir ese juego. Además, mi propósito era todo lo contrario de concretar e individualizar. Solo quería contar que esto pasa en el envés del universo, en el sitio donde estoy, en la Sevilla de ahora mismo, y aparece de forma muy específica. Puedo ver tendidas unas bufandas del Sevilla FC o unos capirotes de Semana Santa, pero se trata de llegar a un espíritu que nos reúne, sin señalar a nadie en concreto”:

En definitiva, La mujer de enfrente es “una invitación a abrir la mirada. Desde que terminé el libro, voy por la calle y ya no puedo evitar fijarme en los tendederos. Por otro lado, hay una tradición en la poesía española de reparar en este motivo, con poemas de Claudio Rodríguez, de Juan Vicente Piqueras o de Isabel Escudero. En un mundo en el que pasamos el tiempo mirando el móvil, levantar la vista es descubrir la vida”.

El poemario está terminado, pero Camacho no da por cerrada su exploración de los tendederos. “Este libro podría tener alguna secuela, por qué no. Con una amiga, Reyes, no paramos de hablar de ello. El tema sigue, como sigue la vida”.