El “Cinema Paradiso” de Sevilla, una historia de amor por el séptimo arte basada en hechos reales
Rafael Cansino lleva el cine “en la sangre”. Comparte apellido y una lejana relación de parentesco con la icónica Rita Hayworth, llamada en realidad Margarita Carmen Cansino. Heredó de su padre - “un cinéfilo tremendo” - la pasión por el celuloide y creció entre bobinas de película de 35 milímetros. Como el gran clásico de Giuseppe Tornatore, la suya también es una historia de “cariño y amor” por el séptimo arte.
Por algo se identificó con Salvatore, “el chiquillo de Cinema Paradiso”. Y todavía hoy, a sus 76 años, este funcionario de correos jubilado se sigue reconociendo en él cuando rememora - con una sonrisa infantil por inocente y sincera - el día en que acompañó a su padre al teatro Álvarez Quintero de la capital hispalense para ver La túnica sagrada (1953). La primera película en cinemascope y la que marcaría para siempre su vida de culto al cine.
Cuatro años después, alentado por un técnico de radio amigo de la familia, el padre de Rafael Cansino decidió llevar al extremo su afición y abrió su propia sala de proyección en Tomares. Ya no había vuelta atrás. La devoción por la cinematografía que ya germinaba en el joven Rafaelito se fue avivando a medida que descubría los entresijos del séptimo arte, al igual que lo hizo Totó junto a Alfredo en el citado film italiano. Al cine de invierno le siguió el de verano. En 1964 compró la parcela de casi mil metros cuadrados que Rafael se encargaría de regentar bajo el nombre de Cinema Tomares. Convirtió este terreno en su hogar y en el de todos aquellos que llevan años pasando las noches de junio a septiembre junto a su ambigú y sus butacas. Porque este enamorado del cine es, en palabras de su hermana Toñi, el “alma mater” de un negocio familiar que tras casi seis décadas de historia, ya se considera un emblema en el Aljarafe sevillano.
Un cine en el patio de su casa
Es la quintaesencia de un clásico de la temporada estival en peligro de extinción. Mientras otros cines al aire libre han tenido que echar el cierre por toda España, el de Tomares resiste al paso del tiempo, al progreso que llega demasiado pronto (concretamente en 2015 con el salto al digital) y hasta a una pandemia mundial. “El secreto es la unión de la familia”, confiesa Rafael. Y cuando llega el verano, la suya se reparte los papeles y cada miembro asume una función: “Uno de operador, otro de taquillero, de portera o con los montaditos”, cuenta horas antes de que se llene el patio encalado del cine, que también es su casa.
Hace más de medio siglo, cuando se casó con Fina - aquella niña que ganó un concurso a la mejor Marisol organizado por el padre de Rafael para promocionar el estreno de Un rayo de luz (1960) - “como era tan grande la parcela, aprovechamos para hacer la casa aquí también”, explica entre risas. “Se da la coincidencia de que el patio de mi casa es el del cine de verano”, por eso está presidido por una imponente pantalla de 72 metros cuadrados. Y así, entre las paredes de su casa y en los rincones de su memoria guarda tantas anécdotas como películas se han proyectado durante las noches de verano desde hace 58 años.
A primera hora de la mañana, desde la ventana de su habitación, contempla el escuadrón de sillas azules de hierro en primera fila, los veladores inmediatamente detrás y, al fondo, el puesto de chuches y los mostradores todavía vacíos. Pero sabe que a medida que se vayan apagando las luces del día, comenzará el ritual que transforma la quietud del hogar en ese ambiente “tan especial” que inunda cada noche el patio de vida. A las nueve y media ya se habrá formado la cola al otro lado del muro, los familiares ya estarán en sus puestos, los niños entrarán corriendo para coger su sitio delante del todo - “eso de toda la vida de dios” - y los padres se acercarán al ambigú antes de que se encienda la pantalla para dotarse de las provisiones que van a consumir durante la película.
Quienes lo frecuentan aseguran que el Cinema Tomares “mantiene todavía el sabor de los cines de verano que ya han desaparecido”. Es la opinión de Manuel, vecino tomareño y espectador asiduo que reconoce que “es el único que hay” y por eso “se ha echado mucho en falta” las dos temporadas que ha tenido que cerrar a causa de la crisis sanitaria. “El año pasado valoramos abrir”, recuerda la hermana de Rafael, “pero aquí viene la gente como al patio de su casa” por lo que imponer medidas de seguridad se antojaba difícil, de ahí que optaran por esperar otro año.
La fuerza de la tradición
Al otro lado de la puerta de entrada, Toñi reconoce que tras el parón “es como si empezaras de nuevo”. Pero los integrantes de la familia Cansino no son los únicos que han “vuelto con mucha ilusión”. “Todo el mundo llega con una sonrisa de oreja a oreja, contentos por la reapertura y por mantener esta tradición que también es de la gente”, comenta agradecida entre saludos a los asistentes que acceden al interior del patio para disfrutar de la función. “El verano no es lo mismo sin el cine”, garantiza Charo, una vecina que lleva muchos años viviendo en Tomares y acudiendo al “mítico” cine de los Cansino con sus amigas desde que iba al instituto. Es la primera vez que vuelve desde que abrieron tras la pandemia y ahora lo hace acompañada de sus hijas.
En el Cinema Tomares el olor que envuelve el ambiente no es el de las palomitas, sino el de los montaditos, pinchitos y serranitos que prepara la familia Cansino antes de que empiece la película. Esa que Rafael ha escogido después de pasar “todo el año pendiente” de la cartelera, como declara su cuñado Manolo con admiración. Se traen cintas “familiares, divertidas, comedias, románticas, dibujos animados”, relata el artífice de la elección. En definitiva, “películas que te alegren la vida, no que te amarguen la existencia que ya bastante tenemos!, señala. ”No quiero películas de las que estás tomándote tu serranito y empiecen los crímenes a echar sangre, ¿tú crees que eso pega?“, subraya con una expresión en señal de repulsa.
El aroma de esta tradición no solo atrae a los vecinos del Aljarafe, sino también a habitantes de otros lugares, como Manuel Salas y Rosa Domínguez. Calculan que llevan unos siete años cogiendo el coche para venir directamente desde la capital andaluza. “Pero es que nos gusta mucho”, se sinceran. Para Manuel, el secreto es “la clave de los cines de verano de toda la vida”: “está al aire libre, para los niños es muy agradable, los botellines están muy fresquitos, las tapitas están muy buenas y tiene unos precios muy asequibles”, argumenta con entusiasmo. Rosa lo confirma y añade: “se está muy a gusto, es un plan muy recomendable porque te rompe la rutina del día y además es muy económico”.
Sin embargo, también hay un porcentaje considerable de público que acude por primera vez, movido por las ganas de “hacer algo nuevo”. Este no es exactamente el caso de Carmen, pero como si lo fuera. Ha vuelto después de treinta años. Recorre el recinto con la nostalgia clavada en la mirada. “Mi abuelo me traía de chica”, explica. Ha pasado años viviendo fuera de esta localidad y actualmente reside en el municipio vecino de Castilleja de la Cuesta. “Una de mis amigas me lo propuso - niña qué calor, vamos a un cine de verano - y me acordé de este”, detalla. “Lo busqué pensando que estaba cerrado y como lo vi abierto hemos venido con las niñas”. Dice que guarda “muy buenos recuerdos en familia” y que ella “también correteaba por aquí”, señalando a los pequeños que pasan por su lado a toda velocidad.
Una pasión contagiosa
Rafael transmite el amor que siente por el séptimo arte con su mirada, su forma de hablar y sus gestos. Lo hace cuando abre las puertas de la sala de proyección y enseña la “reliquia” que alberga en su interior: dos proyectores de carbón e incontables rollos de películas de 35 milímetros, “la esencia del cine”. Sostiene en sus brazos las bobinas como quien sujeta a un hijo, pues también a ellas les ha dedicado largas horas de su vida para dejarlas listas de cara a la proyección.
Esa pasión que le inculcó su padre, se la ha contagiado él a toda la familia. Al otro lado de la barra, Cristina, sobrina de Rafael e hija de Toñi, confiesa: “El cine es mi vida”. Lo dice con los ojos brillantes. Dice que le cuesta encontrar palabras para expresar lo que significa para ella. Pasó su infancia corriendo por el cine de su “tito” - como se refiere a Rafael - como si fuera su “patio de recreo”. Esos veranos han tenido mucho que ver con que decidiera cursar la carrera de actriz. “Un negocio así realmente no te da mucho dinero, pero ves a la gente contenta y trabajas con tu familia y es lo que llevas haciendo toda la vida... es muy gratificante, es muy bonito”, dice con emoción. Recuerda que de pequeña se pasaba el día planeando junto a sus amigas el baile con el que iban a entretener al público mientras se iba sentando. “Ya no bailamos, ya tienen niños y esas cosas”, bromea. Sin embargo, una de sus amigas está sentada junto a sus hijos y su marido en el velador.
Quienes han visitado el cine de verano, dicen que aquel que prueba esta tradición, la termina incorporando para siempre en sus planes estivales. Pero Cristina está convencida de que no es el ambigú, ni los botellines, ni el ambiente familiar lo que hace tan especial al Cinema Tomares. “Es mi tito, la pasión que le pone a todo esto”, admite al tiempo que se le eriza la piel al recordar momentos épicos del Cinema Tomares como la proyección de La furia del dragón (1976), que repitió durante 14 sesiones. “Aquí estaremos hasta que mi hermano quiera”, asegura Toñi. “Sin él no sé si esto seguiría adelante, es el pilar”, reafirma su hija.
No obstante, el protagonista tomareño de esta historia ha hecho suya una reflexión de Kirk Douglas y defiende que “en esta profesión no se jubila uno, te jubila la muerte”. Cuando eso ocurra, quiere que lo entierren con una película de 35 mm alrededor del cuello “porque eso es lo que me ha gustado a mí toda la vida”. Ni en la taquilla, ni en la puerta, ni en la barra saben qué será del cine de Tomares en un futuro. Pero la estela que dibuja en el aire la imagen del proyector conduce al piso de arriba, donde se encuentra a su cargo uno de los cuatro hijos de Rafael. El que lleva su nombre y “el único que sigue su saga”. Por sus venas circula el mismo celuloide que sembró su abuelo en su padre y que riega y mantiene con vida la semilla del cine de los Cansino.
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