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El festival que burló al franquismo: medio siglo de la Semana de Cine de Autor de Benalmádena

Luis Mamerto López-Tapia, en 1969 | Fondo Local de la Biblioteca Pública Arroyo de la Miel, Benalmádena

Néstor Cenizo

Hace 50 años hubo en la Costa del Sol una especie de Perpignan, un pueblecito español casi desconocido al que acudían jóvenes melenudos buscando el cine, la cultura (la libertad, en definitiva) que no había en el resto del país. Aquello fue Benalmádena, que a partir de 1969 organizó varias ediciones de un festival que el franquismo se planteó como un reclamo turístico, mientras un puñado de ácratas lo transformaba en un espacio de libertad por donde se colaban los cineastas más transgresores. Fue un experimento del régimen, que cuando quiso darse cuenta tenía una ventana a la libertad abierta de par en par en la Costa del Sol.

El Festival de Málaga está rindiendo homenaje a la Semana Internacional de Cine de Autor de Benalmádena (SICAB). También a alguno de los espíritus libres que la hicieron posible, como Julio Diamante, escritor, dramaturgo, director y muchas cosas más. Diamante comandó la nave de la SICAB desde 1972 hasta su desaparición, en 1989, y el pasado sábado recibió una biznaga especial en reconocimiento a su trabajo. El documental de Eduardo Trías Una historia de cine y libertad y la exposición Una ventana a la libertad completan los actos en recuerdo de aquel hito en España, sobre el que cayó un inexplicable manto de olvido.

La SICAB trajo cine que de otra forma no se habría exhibido en nuestro país hasta pasados muchos años. Eran tiempos en los que se pensaba que el arte y ensayo podría llegar a un público amplio. Lo hizo con una vocación no elitista, abierta incluso al público familiar y despegando de la Costa del Sol una pegajosa etiqueta que nunca se ha quitado del todo: “Había gente que pensaba que lo que correspondía era una cosa ligera y que vinieran starlets, que eso de la reflexión y la profundidad no era para aquí. Yo pensaba que sí”, explica Julio Diamante.

Eran días en los que en Torremolinos, justo al lado, se vivía una desconocida libertad sexual, tolerada por el régimen hasta que el gobernador civil ordenó una redada de homosexuales que se saldó con cientos de arrestados. La redada de Torremolinos coincidió con el relevo forzoso al frente de la SICAB de Luis Mamerto López-Tapia, quien pagó los platos rotos de un escándalo político: Ricardo Franco recogió un premio por El desastre de Annual y aprovechó para levantar el puño, mientras muchos asistentes alzaban el brazo y cantaban el Cara al Sol. Aquello acabó con un encierro en el Hotel Alay y con la destitución de López-Tapia, un intelectual de la época.

Tras José Luis Guarner (1971), Diamante llegó a la dirección de la SICAB en 1972 y dio al festival un sello propio: “Si acepté ser director fue porque amaba el cine, la cultura y la libertad. Quería hacer un festival que en su clase no tuviera nada que envidiar al mejor. Creo modestamente que lo conseguí y que hasta al final mantuvo la coherencia”. Fue “una ventana abierta al mundo y al ansia de libertad y democracia”, según Carlos F. Heredero, crítico y director de la revista Caimán, cuadernos de cine, y en su día jefe de prensa del festival.

La “batalla de Benalmádena” contra la censura franquista

Dicen muchos de quienes la vivieron que la SICAB les abrió los ojos a otra forma de hacer cine y de ver la vida. Durante años, aquel pueblito se transformaba durante una semana en referencia del cine europeo. No era esa la idea de los hoteleros cuando impulsaron el proyecto, ni de Fraga cuando lo aprobó. “La SICAB fue un proyecto del Ayuntamiento con un enfoque claramente turístico. La idea era poner a Benalmádena en el mapa internacional”, resalta María Sánchez, comisaria junto a Candela Montero de una exposición que traza un completo recorrido por la historia del festival a partir de documentos rescatados del archivo local.

La muestra, diseñada por Álvaro Carrillo, es una estupenda oportunidad para constatar cómo la pesada maquinaria burocrática de la censura a veces quedaba desnuda ante el ingenio de quienes pretendían burlarla. Los impulsores de la SICAB se valieron de la doble condición de Manuel Fraga como ministro de Información (responsable de la censura) y de Turismo para colar un festival que cuestionaba el orden político y moral. Además, los impulsores nombraron a Fraga presidente de Honor, una forma de comprometerlo.

Cada año debía renovarse el permiso para celebrar el festival. También cada año, Aduanas debía emitir un permiso para dejar pasar las películas que iban a proyectarse en Benalmádena. Una de las estrategias era proponer muchas películas polémicas. “Una dictadura puede censurar una película, pero si censuras quince da muy mala imagen en la prensa internacional”, explica Sánchez. A aquel juego para burlar al censor la prensa lo llamaba “la batalla de Benalmádena”. Por si fuera poco, la SICAB instauró un sistema de votaciones puramente democrático. De esta forma se explican el premio a Ricardo Franco o a El proceso de Burgos [Imanol Uribe, 1979].

“Si tenía más presupuesto la lucha por la libertad se perdía”

Es así como pasaron por Benalmádena cintas nunca vistas en España. Obras profundamente antibelicistas como Johnny cogió su fusil (Dalton Trumbo, 1971), escandalosas para la castradora moralidad del franquismo, como Las amargas lágrimas de Petra Von Kant (Rainer Werner Fassbinder, 1973) y mitos del cine experimental como La Jetée (Chris Marker, 1972) o Andrei Rublev (Andrei Tarkovski, 1966), reestrenada en la SICAB de 1972.

“Había temáticas que cuestionaban el género binario o ponían sobre la mesa la transexualidad”, destaca Candela Montero. De El Imperio de los Sentidos (Nagisa Oshima, 1976) se dice que debe su título original (Ai no korîda) a un juego de palabras que se le ocurrió al director japonés después de ver su primera corrida de toros en Benalmádena, en 1970.

La SICAB descubrió cinematografías exóticas y la obra de directores de referencia desconocidos hasta entonces en España, como Ken Loach, Agnes Varda, Arturo Ripstein, Fernando Birri o Patricio Guzmán. La exposición muestra una carta de Martin Scorsese para presentar su opera prima, Who's knocking at my door. Con Scorsese la SICAB no estuvo fina: le dejó fuera.

Diamante logró situar la SICAB como referencia del cine en Europa, aunque soportase titulares poco amables. “Decían: ”Julio Diamante vuelve con las mierdecillas de siempre“, cuando estábamos pasando a [Theo] Angelopoulos o [Andrei] Tarkovski, o la retrospectiva de [Shohei] Imamura, que por entonces era muy desconocido. Al año siguiente le dieron la Palma de Oro en el Festival de Cannes” [La balada de Narayama, 1983]“, recuerda el director.

Poco a poco, el festival fue perdiendo su sentido originario. Benalmádena se convirtió en destino turístico internacional, mientras decaía el interés por el arte y ensayo. Con el tiempo, la SICAB se convirtió en la semilla de otros festivales. Diamante recuerda con amargura cómo las instituciones se desvincularon del proyecto. Llegaba una nueva censura, que ya no se hacía con tijeras sino cancelando el apoyo financiero. “Costaba poquísimo dinero. Yo no pedía joyería, porque sabía que si tenía más presupuesto la lucha por la libertad se perdía. El problema es que querían aprovecharse de aquello, tomar su prestigio y convertirlo en otra cosa”.

Diamante recibió la biznaga muy emocionado. Después de una extraña amnesia colectiva, la SICAB y él mismo están recibiendo el tratamiento de lo que fueron: una referencia en el panorama cinematográfico del continente. “La lucha por el cine, la cultura y la libertad creo que deben continuar”, dijo: “Yo invito a cualquiera a que entre en la lucha por la libertad de expresión. Y luego me cuenta la experiencia”.

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