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David Monthiel, autor de 'Historia general del Carnaval de Cádiz': “Siempre ha habido ese aliento de denuncia y también mucha ironía”

Alejandro Luque

12 de septiembre de 2021 22:11 h

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Después de inspirarse en el Carnaval gaditano para escribir novelas como Carne de Carnaval o Las niñas de Cádiz, David Monthiel (Cádiz, 1976) se ha decidido a contar, a su manera, la evolución de un fenómeno que hoy trasciende sus fronteras originales. El resultado es Historia general del Carnaval de Cádiz (El Paseo), un recorrido desde las primeras noticias de la fiesta en el siglo XVI hasta su apogeo actual.

“Fue un encargo de la editorial, que me ha llevado aproximadamente un par de años”, comenta Monthiel. “Mi intención era hacer un libro riguroso, pero a la vez divulgativo y que tuviera mi estilo. Aunque en realidad yo le dije a mi editor que lo que quería era hacer un libreto, con su pasodoble de presentación, sus cuplés picantones y su popurrí. Que convenza a la gente del Carnaval y sea a su vez una herramienta para los que se acercan a la fiesta”.

Misión que el autor ha culminado apoyándose en la ingente bibliografía existente, “cada vez más, sobre todo con las últimas aportaciones de Santiago Moreno o las actas del congreso de Carnaval”, dice, y que le ha deparado no pocas sorpresas. “Estudiando la Historia del concurso ves que todo está inventado desde antiguo. Hasta el Juan de El Selu porque ya El Tío de la Tiza sacó una agrupación que le cantaba a un muñeco”, señala.

De Las Viejas Ricas al cielo

Son muchos los hitos que marcan, a juicio de Monthiel, la historia del febrero gaditano, pero entre ellos destacan Las Viejas Ricas, agrupación de 1884 que llegó a viajar a Montevideo; las aportaciones del propio Tío de la Tiza, “con aquellos tangos que se incrustaban en las zarzuelas, y nadie sabía de quién eran, y que Pío Baroja recordaba haber oído cantar ¡en Pamplona!”, evoca. También está la noche oscura del Franquismo, la llegada de la democracia y la explosión mediática del concurso del Gran Teatro Falla, el cambio generacional que se produce con la eclosión de la comparsa de Martínez Ares y la proyección exterior de las agrupaciones.

“Teniendo por delante la big picture del Carnaval, como dicen los ingleses, queda patente que la mayoría de los carnavaleros han sido trabajadores, y ahí va implícito el espíritu crítico de las letras”, subraya el autor. “Es cierto que desde 1861 el Ayuntamiento controla lo que se canta en la calle, lo que ha permitido que tengamos muchas letras y tipos desde aquella época. En todo caso, si buceas en ellas descubres que hay letras super cañeras, siempre ha habido ese aliento de denuncia y también mucha ironía. En los últimos años el carácter mediático del concurso ha generado la idea de que las letras localistas no son atractivas. Pero lo seguro es que de siempre, incluso durante el Franquismo, las agrupaciones han dicho más de lo que se podía decir”.        

También gravita siempre la idea de que la calle es el espacio donde las letras son más libres. Monthiel lo admite, y agrega que “la calle se ha dotado de cierto toque intelectual, tiene un humor más sofisticado, mientras que en el teatro está lo más popular. Al revés de lo que sucedía antes, cuando el teatro era la fiesta privada y la calle lo vulgar. En todo caso, me gusta subrayar que el carnaval va más allá del teatro. En la calle dices lo que quieres, donde quieres, a la hora que quieres. Y es un territorio de experimentación, donde puedes ver una chirigota de dos componentes, un romancero que lleva cuplés… No es que el teatro sea más complaciente sino que está más encorsetado por las normas y los temas generales”.

Faltan mujeres

Otro asunto digno de mención es el papel de la mujer en el Carnaval. Una participación que Monthiel califica de “un poco desoladora”, al menos en el aspecto creativo. “En las primeras noticias del Carnaval se habla de cuadrillas de hombres y mujeres, desde el minuto uno. Luego, a raíz del concurso, se da un proceso de estetización que llega al súmun con Paco Alba, y la presencia de la mujer pasa a ser un exorno, o alguien que se dedica a los cuidados, a estar detrás. Y con el Franquismo queda relegada al papel de ninfa o de diosa de las fiestas”.

Por suerte, añade el escritor, en la democracia cambió esa tendencia de la mano de figuras como Adela del Moral –creadora del coro mixto y concejala socialista en el Ayuntamiento gaditano– y La Coqui, y en la última etapa con las hermanas López Segovia y las Ginesta. “Se habla de las mismas cosas, pero con un tratamiento femenino”, dice. “Pero todavía faltan autoras. El Carnaval cambiará mucho, y para bien, cuando se incorporen más”.

Más controversias: ¿es el Carnaval solo de Cádiz, de Cadi-Cadi, como dicen los recalcitrantes, aunque su expansión parezca imparable? “Soy de los que piensa que el Carnaval es de Cádiz, es una expresión de aquí. Este debate empezó en los 80, cuando se eliminó la división entre agrupaciones locales y provinciales, y se ha extendido con la pujanza de Sevilla. Las esencias carnavalescas pueden variar, pero lo que hace la chirigota de El Canijo, sevillano con una agrupación de gaditanos, es Carnaval de Cádiz. Algún día Cádiz se rendirá a una chirigota de Sevilla o de Córdoba, y no pasará nada”.

“Por otra parte”, prosigue Monthiel, “esta es una fiesta muy loca, que exige mucho nivel en el repertorio si quieres llegar fuerte a la final. Hay quien piensa que el parón pandémico ha venido bien para los autores, como un descanso a la creatividad, porque no se ha parado nunca”.     

Un talento malogrado

Historia general del Carnaval de Cádiz llega hasta el fenómeno de Juan Carlos Aragón, el talento malogrado de la chirigota y la comparsa. “Su muerte ha sido una tragedia curada con el carnaval, porque el grupo ha seguido cantando su legado. Es una figura que se acrecienta por la edad y la forma tan rápida de morir. Para el Carnaval ha sido un golpe, pero se convertirá en un hito por el punto de vista literario, intelectual y poético que imprimió a sus propuestas”.

¿Y el futuro, las páginas por escribir de esta Historia? “El Carnaval va a ir tirando hacia la profesionalización porque es un motor económico de muchas cosas”, apuesta David Monthiel. “El esperado Museo del Carnaval será una forma de turismo carnavalesco y las agrupaciones se irán convirtiendo en pequeñas compañías. Ahora no hay un patronato y no podemos saber cómo será el porvenir del concurso, pero la calle seguirá con su tendencia a la masificación. Y el Carnaval en general seguirá siendo, como digo siempre, más que una fiesta, una forma de vida”.  

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