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Los diarios de Norman Bethune sobre 'La Desbandá': “¿Dónde está la clemencia de un mundo que enferma sin remedio?”

Alejandro Luque

9 de febrero de 2022 20:34 h

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“Me rodearon, arrancándome la ropa”, recuerda el médico en un momento dado. “Un pensamiento amargo me quemaba la mente: ¿dónde están esta noche los comprometidos ministros del dios cristiano, representantes en la tierra de su amor y salvación? ¿Dónde están, que ignoran estos gritos que claman a su Señor? ¿Dónde están la clemencia y la conciencia de un mundo que enferma sin remedio?”, escribe Norman Bethune en sus diarios. Es Andalucía. Es 1936.

Aunque el líder popular Pablo Casado ha declarado recientemente que España vive sus horas más oscuras, es posible que algún historiador le lleve la contraria sin necesidad de remontarse muy atrás en el tiempo. No fueron precisamente luminosos, desde luego, los días en los que la población andaluza, huyendo de la guerra, tuvo que desplazarse en masa bajo la amenaza –terriblemente cumplida– de la aviación fascista italiana y alemana que apoyaron el golpe de estado. Ese episodio conocido como La Desbandá tuvo un testigo excepcional, el médico canadiense Bethune, que plasmó su experiencia por escrito. Ahora, la editorial Pepitas de calabaza reúne esos textos en un volumen titulado con aquel gráfico nombre, junto a otros recuerdos de su estancia en China, donde acabaría sus días.    

Nacido en Ontario en 1890, había servido como camillero durante la Primera Guerra Mundial y fue herido por metralla. Adquirió una conciencia política vinculada a su profesión, convirtiéndose en defensor de la medicina socializada. Cuando, afiliado ya al Partido Comunista, la Comisión de Ayuda a la Democracia Española le invita a acudir a España tras el estallido de la Guerra Civil, acepta y se incorpora de inmediato al Batallón Mackenzie-Papineau. Era noviembre de 1936.

En España, salvaría miles de vidas con la organización de un servicio de recogida y transporte de sangre de donantes, y fue pionero en la creación de unidades médicas móviles. Pero el suceso que le marcó para siempre fue el éxodo multitudinario de la población malagueña –“una ciudad entera huyendo”, escribe– hacia Almería, a pie y expuesta a la violencia de “las legiones de italianos y alemanes, los moros y los Tercios” en los primeros días de febrero de 1937.

“Camaradas, los niños”

Bethune describe desde su camión el terrible espectáculo de 150.000 personas -aunque hay quien eleva la cifra a 300.000- recorriendo más de cien kilómetros a pie por la única ruta posible. “Treinta kilómetros de seres humanos serpenteaban como una oruga gigante, con sus innumerables miembros elevando una nube de polvo, moviéndose con lentitud”. A su paso, son muchos los caminantes exhaustos que piden ayuda, sobre todo los que temen por la vida de sus hijos. “Camaradas, los niños”, les imploran. Llegan a ser tantos, que toca decidir quién y quién no puede subir.

La situación se repite pronto, y la angustia de Bethune se hace patente en sus cuadernos, tomando conciencia de que el asunto todavía puede empeorar. “Al segundo día decidí que ya no se podía llevar únicamente a los niños. La visión de los padres separados de sus hijos se convirtió en algo espeluznante de sobrellevar. Empezamos a movilizar a familias enteras, dando preferencia a las que tenían niños. Al segundo día nos tocó probar lo que otros habían probado durante cinco días –hambre–. No había de dónde sacar comida en lugar alguno en Almería”. A ello se sumaban las temperaturas extremas de esas fechas. “De noche el frío se hacía insoportable, de modo que añorábamos de nuevo el torturante calor”. Se calculan entre 3.000 y 5.000 las personas que fallecieron en ese éxodo. Entre los que permanecieron en la ciudad se registraron 8.000 fusilados, que fueron arrojados a fosas comunes.

La “garra del fascismo”

Pero lo peor estaba por llegar. Cuando los refugiados lograron alcanzar el puerto de Almería y hacinarse en él, se perpetró otra masacre con una crueldad muy particular. “La alarma sonó treinta segundos antes de que cayera la bomba. Dichos aviones [italianos y alemanes] no se molestaron en alcanzar a los acorazados del Gobierno en el puerto o bombardear los barracones”

“Ahora que la caminata desde Málaga había terminado, ahora que los refugiados se aglomeraban en unas pocas manzanas de la ciudad donde el asesinato en masa únicamente exigía un mínimo de bombas… ahora Franco saciaba su sed de venganza”, explica Bethune. “El puerto le importaba poco. Un puerto no puede pensar, ni desafiar el fascismo, ni sangrar. Solo la gente tenía cerebro, corazón, valor. A matarlos, a mutilarlos, a mostrarles la inclemente garra del fascismo”.  

“La calle era una devastación sembrada de muertos y moribundos, iluminados tan solo por los destellos anaranjados de los edificios en llamas. En la oscuridad, los gemidos de los niños heridos, los chillidos de las madres angustiadas, las maldiciones de los hombres se levantaron en un llanto masivo, cada vez más alto, hasta alcanzar un tono de una intensidad insoportable”. El saldo contabilizado por Bethune fue de medio centenar de civiles muertos y otros tantos heridos, así como dos soldados muertos.

Una imagen empañada

La figura de Bethune, según explica la prologuista de La Desbandá, Natalia Fernández Díaz-Cabal, no estuvo ajena a la controversia. Aunque su valor fue unánimemente reconocido y regresó a Canadá como un héroe, su afición a los alcoholes empañó su buena imagen. Arturo Barea lo describe como un “jefe dictatorial que irrumpía en la habitación con su cohorte de colaboradores torpes y avergonzados”, y a Hemingway, que también lo conoció, no le cayó muy bien.

En 1938, el médico se marcha a China a petición de la Cruz Roja. Allí, antes de fallecer por una septicemia contraída por un corte mientras operaba, fue recibido por Mao y pudo confirmar la crueldad de la guerra, en la que reconoció el sacrificio de vidas humanas en aras del beneficio de unos pocos. Sus palabras permiten pensar, también, en el conflicto español: “¿Es posible que unos pocos ricos, una reducida clase de hombres, haya persuadido a un millón de hombres más que ataquen e intenten destruir a otro millón de hombres, tan pobres como ellos, de tal suerte que esos rucos se harán aún más ricos?”.       

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