Simon Hanselmann suspira al principio de la entrevista: acaba de llegar a Sevilla procedente de Madrid, y parece que la juerga de anoche no fue pequeña. Su fama le precede, pero en la conversación se muestra sereno y sensato, muy lejos de algunas excéntricas puestas en escena de otras ocasiones. Cabello revuelto, camiseta serigrafiada con sus propios personajes y aire adolescente, este joven de 38 años nacido en Launceston, Tasmania, se ha convertido en una figura de culto en el ámbito del cómic gracias a Megg y Mogg, una depravada serie llena de sexo, drogas y guiños autobiográficos cuya última entrega, El mal camino, acaba de ver la luz en el sello Fulgencio Pimentel.
Usted sigue dibujando con lápices, pero en cierto sentido su éxito es un producto de internet. ¿Voy bien?
Sí, me hice popular en internet, pero no me gustan los webcómics, en general no me gusta leer en pantalla. Crecí siendo muy pobre, nunca tuve un ordenador hasta el 2011. Eso era cosa de ricos, no de gente normal. Nunca llegué a manejarlos bien, photoshop me aterroriza… además, lo que dibujas por ordenador no es una obra real: si tu disco duro muere, todo tu trabajo muere. Así que todo mi trabajo es físico, puedo mostrarlo en galerías, y gano muy buen dinero exponiéndolo y vendiéndoselo a un montón de coleccionistas ricos. Muchos amigos hacen bonitos trabajos digitales, muy bien hechos, pero lo digital me parece menos vivo. En la obra física, lo inmundo es todavía más sucio, más real.
Hace años, ser underground era publicar en fanzines. ¿Qué significa ahora? ¿Publicar en Tumblr?underground
Uf, nada es underground ahora con internet, puedes hacer todo lo que quieras ahí. Mi obra está traducida a 14 idiomas pero en su día hice mi dinero publicando fanzines, vendiéndolos directamente a la gente, y sigo publicando yo mismo mis cosas. Tengo seguidores, es muy rápido, muy directo. De otro modo solo ganas el diez por ciento, tienes que contar con el editor, el distribuidor… Con el fanzine físico, la ganancia es del cien por cien.
Lo decía porque todavía se le etiqueta como underground, sin que sepamos muy bien qué quiere decir eso…
Sí, soy más bien mainstream, aunque tampoco vendo cantidades demenciales de libros… Alguna salí por la tele pero bueno, soy tan mainstream como se puede llegar a ser haciendo cómics alternativos o underground.
¿Recuerda cómo empezó a dibujar?
Empecé a publicar mis cosas con ocho años, en el 89. No sé por qué se me ocurrió. Tenía un amigo cuyo padre tenía una copistería. Tenía seis o siete años y fotocopiaba libros para colorear y venderlos, y ganaba algo con eso. Descubrí que podía reproducir mis cómics y hacer lo mismo.
Vio la oportunidad de negocio desde el principio, ¿no?
Creo que sí. Éramos pobres y quería ganar algo de dinero. No había un ambiente fanzinero, pero luego me di cuenta, estupefacto, de que otra gente hacía lo mismo. Empecé con Garfield y la revista Mad, luego me puse a hacer mis propios personajes.
¿Empezó al mismo tiempo a disfrazarse, a travestirse?
No, no, era un niño atraído por los vestidos de las mujeres, muy confundido. Tasmania es un lugar terrible para eso, muy homófobo. No era legal ser gay hasta que cumplí los 16. Me daba mucha vergüenza, era algo muy secreto. La sociedad lentamente se hizo poco a poco más tolerante y había más apertura para los trans, más visibilidad. Hace seis años me plantée si tomar hormonas y hacerme mujer, pero me siento bien siendo un hombre o una mujer, lo que sea, fluyendo entre ambos.
¿Era un modo de cruzar una barrera?
No, no trataba de atravesar líneas conscientemente. Había una frontera que tenía que cruzar, mi cuerpo, mi cerebro, me obligaban a ello. A veces quiero ser una mujer. Ahora me siento más cómodo en masculino, pero ha sido un viaje duro. El tema de pertenecer a un sexo es algo realmente duro si la sociedad no lo respeta, si te tiene miedo. Es una batalla que hay que librar a favor del respeto.
Mucha gente piensa que es más fácil escribir poesía o hacer música bajo el efecto de las drogas. ¿Fue su caso, con el dibujo?
Sí, puede ayudar a cruzar a otra dimensión, abrir las puertas de la percepción, descorrer las cortinas de la realidad. Pero creo que las drogas son malas. Mi madre ha sido drogadicta toda su vida, está física y mentalmente destruida. Eso está mal. Todo hay que tomarlo en moderación. Decididamente, no hace falta tomar drogas para crear grandes obras de arte, aunque muchas grandes obras las ha creado gente que estaba muy colocada.
¿Lleva usted limpio mucho tiempo?
Bueno, así así. La marihuana es legal en Seattle, donde vivo, aunque no a nivel federal. Como inmigrante, no debería fumarla... En el pasado tuve problemas de adicción, aunque nunca me metí con drogas duras, ya vi lo que le pasaba a mi madre. Tengo una bonita vida, con mis conejitos, mi familia, trabajo, no bebo demasiado, solo para socializarme…
¿Fue difícil dibujar a una madre yonqui?
Sí, es algo que atrasé durante mucho tiempo, porque era duro, sabía que heriría a mi madre, se enfadaría mucho, pero es un trabajo emocional para mí.
De algún modo, página tras página, uno siente que sus personajes tienen una vida de mierda, entre otras cosas, porque son completamente improductivos.
Así crecí yo. Mi madre y sus amigos consumían drogas, las tomaban, las vendían, todo lo que hablaban, todo lo que les interesaba era el próximo chute. Yo he visto a gente muy deprimida por las drogas. Tienen su música, intentan hacer cosas, pero las drogas los consumen a ellos.
Megg y los demás no hacen nada, solo consumen, pero no aportan nada a la sociedad. ¿Era esta su idea?
Sí, pero yo estoy en la postura opuesta. También estoy centrado en algo, pero en crear. Yo soy un adicto a dibujar cómics, cuantos más mejor.
Es también muy interesante el modo en que habla del Estado, que sostiene el modo de vida de estas personas, pero no hace nada por ayudarlas a salir de ahí. ¿Es así?
Sí, recibes ayuda social del Estado, es algo muy australiano. Y es verdad que eso puede volver a la gente vaga, porque se acostumbran al dinero gratis, sin hacer nada. Yo estuve viviendo durante años de ayudas sociales, como adolescente. Estaba deprimido, fui diciendo que estaba triste, y me daban el dinero. Para mí era bueno, porque podía dedicarme al arte y crear cómics mejores. Pero sabía que la sociedad me odiaba por eso. Los llamamos chupamuñecas en australiano. La gente cogía el dinero y se iba a hacer surf todo el día sin contribuir a la sociedad. Es fácil caer en este modelo, es un mundo peligroso en el que te puedes estancar. Necesitamos sentirnos parte de una comunidad que funciona.
Es curioso, porque nuestra idea de Australia es la de un lugar bastante próspero y desarrollado, y usted lo pinta siempre como un poco infernal.
Sí, hay mucha pobreza en Tasmania, mucho paro, abusos de drogas, violencia… En toda Oceanía hay gente que vive mal.
Usted asegura que allí no hay cultura alguna, ¿por qué?
En mi ciudad, Launceston, en Tasmania, no hay galerías de arte, no hay grupos de música. Para la juventud no hay nada, el Gobierno no ponía nada que no fuese un parque para patinar. Allí los adolescentes iban para patinar, romper botellas, mear en todas partes, pegar a los demás, dar vueltas con el coche para gritar a la gente.... Era horrible. La gente no tiene aspiraciones de salir, no hay planes, no hay creatividad… En Tasmania, si quieres hacer algo, te vas a la Australia continental. Pero yo muy fui más al sur, y allí sí teníamos un gran ambiente, hacíamos música, cómic, arte, espectáculo. Hacíamos cultura. Si te juntas con unos amigos puedes hacer un ambiente artístico en tu propio pueblo. Nosotros lo hicimos, y era fantástico.
¿Ha cambiado su manera de trabajo desde que se fue a EEUU?
No, no ha cambiado nada, desde que tengo ocho años. Utilizo una mesa que vale diez dólares, dibujo sentado en el suelo, utilizo el mismo papel desde que tengo doce años, los mismos lápices.
Y llevó consigo toda esa memoria, ¿cierto?
Todo se funde cuando trabajo. Es solo yo y el trabajo. Me gusta, porque tengo muchos traumas en mi vida y me gusta centrarme en dibujar, no pensar en lo demás.
Su dibujante favorito es Oliver Schrauwen, cuyas historietas, como las suyas, tienen siempre algo divertido y algo desagradable en el fondo. ¿Es un objetivo sacudir al lector burgués con vómitos o escenas de fist-fucking?
Todo eso es real, no es chocante. Todos los días cagamos, vomitamos, vemos cosas horribles... Para mí es real. Mira el porno de internet, hay demasiado, destruye a la gente sexualmente. Mis personajes son sexualmente libres, pueden explorar nuevas forma de sexualidad sucia que arruinan sus relaciones. Pero nunca pienso en los lectores, no intento sorprender ni impactar a nadie. Aunque puede ser que tenga ese efecto. Mi director favorito es Todd Solondz. Hizo una película con una mirada simpatética sobre los pédofilos. Es algo terrible, pero subraya cómo se tiene que sentir uno. Es una película brillante. Solondz es una inspiración para mí.
¿Tiene algún tabú, algo que sienta que no pueda o deba contar en sus viñetas?
Nada. Creo que no hay fronteras. He metido material horroroso en mis obras, pero si alguien se ofende por algo que me ha pasado a mí, que se vaya a tomar por culo. Es un libro de cómics.
Se ha encontrado por segunda vez con sus fans españoles, ¿tienen un perfil determinado?
No, son gente normal, agradable, hay de todo, y el mismo número de chicas que de chicos, y de todas las edades.
¿Qué cree que buscan en sus libros?
Me dicen que a veces los libros les hacen sentirse mejor en su propia vida. Se identifican con los personajes, creo que por eso se ha traducido tanto, le gente se reconoce. Y también es divertido, es una comedia, una comedia dramática sobre la vida. Hay horror, diversión, estupidez, belleza, la vida misma. Es feliz, es terrible, es bello.
¿Ser adaptado en una serie es el sueño de un dibujante?
Para muchos sí, para mí no demasiado, soy un historietista. No quiero trabajar en un espectáculo, ni con un gran equipo. Me gusta el cómic porque tengo plena autonomía, soy yo y nadie más. Me publico yo mismo. En TV tienes que confiar en que otros aporten su experiencia, mejoren lo que uno mismo ha hecho... lo estropeen. Igual sí me gustaría tener un show en TV, pero todavía no ha llegado nadie al que decirle que sí, estando seguro de que haría un buen producto, sin estropear nada. Sí he firmado un contrato, pero las cosas van despacio. No quiero ser un personaje de televisivo. Muchos dibujantes lo han intentado, y nunca han vuelto a hacer cómic. Me parece triste, se convierten en parte de una maquinaria. Son como insectos, hormigas que trabajan para la reina, haciendo un producto para las masas. No es lo suyo. Aquí [señala su libro] todo es mío, cada línea soy yo. No quiero que Hollywood me absorba.
¿Le sorprende que España fuera de los primeros países que acogieran a Megg y Mogg?
He pasado tiempo aquí, sé que los españoles adoran la fiesta, las drogas, quedarse KO, por eso os gusta mi obra. Tiene sentido, si estás con gente joven aquí.