A sus envidiables 92 años, Pere Portabella da muestras de una vitalidad poco común. Impecablemente enchaquetado, toma asiento, cruza las piernas con cierta agilidad y, a pesar de quejarse discretamente de la agenda de entrevistas que le han preparado, cuando su discurso echa a rodar no hay quien lo pare: anécdotas, reflexiones, digresiones, ocurrencias, todo lo que es capaz de generar la cabeza de un gran creador nutre profusamente la conversación.
Nacido en Figueres, la patria del mismo Dalí al que dedicó algunos cortometrajes, se inició en el séptimo arte con la productora Films 59, con la que estrenaría algunos de los títulos fundamentales del cine español, empezando por Los golfos (1960), de Carlos Saura, y El cochecito de Marco Ferreri, del mismo año. “Un día, Antonio Saura me cuenta que tiene un hermano con una película en mente, pero que no logra sacar adelante, titulada Los golfos. Bueno, le digo, que venga a verme. Yo tenía ganas de meterme en algo, y acepté. Era una película hecha en la periferia de Madrid, sobre el mundo de la picaresca, de la delincuencia común, un poco hija de El jarama de Ferlosio. Y cuando estaba para hacer la película con él, me encuentro allí, justo en la entrada de un ascensor, con Luis Buñuel, que no tenía ni idea de que estaba allí. Luego, a solas, le propuse: ¿Por qué no hacemos una película tú y yo juntos? Allí nace la conspiración”, recuerda.
Pero entre una cosa y otra, se cruza Ferreri. “Viene Azcona y me dice que hay un realizador en Canarias que tiene un guion que no estaba mal, que estaba vendiendo material sanitario y ópticas. Le mandamos el dinero para que viniera, y empezamos a rodar El cochecito, que fue a Venecia y ganó el premio de la Crítica Fipresci. Engañé a la censura, me retiraron la subvención… pero Pepe Isbert envenena a toda la familia. Los mata a todos”, ríe.
Quedaba por hacer la obra magna de Buñuel, Viridiana, que junto con las anteriores supuso para Portabella un revulsivo radical. “Yo soy una síntesis de cine, arte y política”, se autodefine. “Con aquellas tres películas puse en evidencia la censura franquista, los intereses de los estados en cuanto al control ideológico y las imposiciones de las multinacionales. Esto lo impugné de una tacada”.
“A Buñuel le puse como condición que la película se hiciera en España, asentar un guion que resistiera a la censura, con el compromiso de que, donde se estrenara, se pasaría entera. Y así fue, y obtuvo en Cannes la Palma de Oro. L’Osservatore Romano, indignado con razón, exclamó que cómo era posible que un país ejemplar como era España, con el cual tenían un concordato, hubiera hecho esa ‘inmundicia’, entre otros insultos tremendosL’Osservatore Romano. Al día siguiente, el ministro de Asuntos Exteriores de nuestra dictadura contesta que esa película jamás ha sido rodada en España. Todo el material estaba puesto a salvo en París, se lo llevaron a México, y la película, con una mordida se vuelve mexicana. O sea, que el éxito es total. Desde entonces, lo que siempre he pensado es que hay que tener una impugnación, una posibilidad de salida que no sea solamente imaginativa”.
Usuarios, no espectadores
Poco tiempo después, Portabella arrancaría su propia obra cinematográfica, de la que estos días se exhibirán en Sevilla copias restauradas de Vampir-Cuadecuc, El sopar y El silencio antes de Bach. “Me construyo la respuesta, codifico, hago una relación entre poesía, música, arquitectura , cine… No hago argumentos, sino un tránsito de ideas, de sugerencias, en el cual puedo hacer propia una experiencia a partir de sus contradicciones. No tiene nada que ver el cine de hoy, no compito con ellos. Hay una ruptura total, aunque a algunos los he ayudado, como a Albert Serra”.
Algo escéptico con los tiempos que corren, Portabella lamenta que “el espectador de cine ha desaparecido, solo quedan los residuos, que van manteniéndose con los seriales en las grandes cadenas. Ahora hay muchos que son usuarios, no espectadores”.
Políticamente comprometido desde su temprana juventud, el productor fue amigo de nombres como Josep Tarradellas o Santiago Carrillo, pero también ha tratado de cerca a Pedro Sánchez o Ada Colau, entre otros. Y aprecia la diferencia entre ambas generaciones de políticos. “El problema hoy es que el contexto ha llevado a una degeneración del lenguaje. Por ejemplo, Trump. Es la liquidación de los discursos articulados para tratar de convencer al otro. Y en este sentido, se generan ese tapón de mediocridad. No hay discursos articulados, son réplicas de réplicas y contrarréplicas. Es igual aquí que en Estados Unidos, hay una especie de embotellamiento entre ellos, y es muy difícil salir de ahí. ¿Qué pasa? Que ha accedido gente que no era conflictiva. ¡Nada de pensar! Esto ha arruinado el panorama, han accedido a la política personas muy indocumentadas. No es que no nos haga falta otra cosa, es que lo prefieren así quienes nos controlan”, y añade: “Un error de los partidos democráticos es que tenían que tener una base de militantes, y militante significa fidelidad. ¿A quién? A la cúpula. Un sistema democrático es todo lo contrario”.
Facilitar la política
El compromiso político de Portabella se canaliza ahora a través de la Fundación Altrenativas, el think tank que preside. “Hacemos trabajos, celebramos una convención, pero no damos consejos a nadie”, comenta. “Resolvemos, desde un prisma progresista. Las limitaciones las ponemos nosotros. Y nada de encargos que puedan servir para tapar otras cosas, ya sabes cómo funcionan a veces estas historias”.
Una de sus actividades favoritas es organizar suquets, encuentros de personalidades “en una casa de mi padre que he heredado, una masía”, explica. “No accede en absoluto la prensa, no es un acto público. Se trata de que se puedan frotar, que haya un vis a vis del todo. Genera una proximidad, se llegan a dar formas de contacto por encima de protocolos. Esto es facilitar la política”.
Uno de esos encuentros reunió a Pedro Sánchez con Carles Puigdemont. “Me pidieron estar un rato a solas, y fue estupendo. Vinieron empresarios, intelectuales de mucho nivel, pero luego la cosa se deterioró entre ambos partidos. Habría que entrar en muchas particularidades, pero el Partido Popular acentuó una situación de confrontación”, asegura.
¿Pronóstico para la situación catalana? “Estamos ante una derecha emergente, pero con el componente de ultraderecha de Vox que lo intoxica todo. Es un binomio letal, en un tiempo complicadísimo, de elecciones y de las sentencias. ¿Cuál es la salvación? Ninguna. Cuando hay un tapón fuerte, cuando en una autopista de cuatro carriles hay un accidente de coche que invalida todas, hay que intentar abrir una vía para buscar una salida y atender a los heridos”.
Reconocimiento internacional
“Hace un mes, en Cataluña, hubo una iniciativa de los ciudadanos desde los cuatro puntos del territorio, para hacer un recorrido de 100 kilómetros para terminar ocupando el centro de Barcelona. Y fue ejemplar, intergeneracional. Toda la diversidad del mundo y el pluralismo que quieras, con una solidaridad, por donde pasabas, fantástica. Y a las siete, cuando llegaba la noche, empezaron los actos de violencia tanto por un lado como por otro. Ahora en Barcelona tienen ocupada la plaza de la Universidad. La salida es esta: que los ciudadanos tomen la iniciativa. Ahora toca llenar las urnas hasta los topes. Y cuanto más cabreados, votar más”.
Reconocido casi más en el extranjero que en España, Pere Portabella ha sido homenajeado desde el Moma hasta el Documenta de Kassel o el Pompidou. “Ahora mismo tengo en Cambridge una agenda que ocupa tres meses de proyecciones, y ocurre igual en Francia, en Brasil…”, enumera satisfecho. “Hay un chino, de nombre muy complicado, que dice que el artista es, en primer lugar, alguien muy comprometido con lo que hace, pero que no se lo apropia, sino que lo deja para quien quiera lo utilice, y haga su recorrido con su experiencia, y complete el final. Segundo, no pide nada a cuenta. Tercero, no presume de méritos. Por eso el cine de Portabella perdurará”, apostilla.