La vida de Florence Delay (París, 1941) cambió el día en que, siendo apenas una quinceañera, el gran poeta René Char, amigo de su familia, le regaló las obras completas de Federico García Lorca y le dijo: “Tú tienes que leerlo y traducir lo que quieras”. Fue el comienzo de una trayectoria que la llevó a traducir a Fernando de Rojas, Lope de Vega, Calderón de la Barca o Bergamín, entre otros. Para los cinéfilos siempre será la chica que hacía de Juana de Arco en el filme Procès de Jeanne d’Arc, bajo las órdenes del director Robert Bresson, pero los lectores avisados conocen bien una personalísima obra que cuenta en España con títulos como Llamado Nerval, A mí señoras, me parece, Mis ceniceros o Puerta de España.
A esta bibliografía viene a sumarse ahora Alta costura, recién publicado por Acantilado. Un breve pero apasionante ensayo en el que esta miembro de la Academia Francesa –sillón número 10– reafirma su querencia por España y, muy especialmente, por la figura de Francisco de Zurbarán. “El proyecto parte de un recuerdo de juventud, de mi primer viaje a Sevilla y el descubrimiento, en el Museo de Bellas Artes, de las santas pintadas por Zurbarán”, recuerda la escritora.
Y la primera impresión, antes incluso de conocer quiénes eran esas mujeres o a qué hechos milagrosos remitían, fue el poder atractivo de las telas que vestían. Vestidos bordados, faldones de tafetán, pellizas de piel, sobretodos de seda, túnicas briscadas con flores de oro y plata, camisas de hilo, puños plisados, peinados sofisticados, corpiños, corsés, orlas, borlas, brazaletes… “Las santas de Sevilla me parecían vestidas de forma extraordinaria, y sobre todo mundana, que no correspondía ni a la época en la que vivieron, ni a sus vidas, como fui descubriendo conforme iba escribiendo el libro”, señala Florence Delay. “De ahí la idea según la cual la pintura, a la hora de imaginar estos vestidos, suponía en cierto modo una obra de costura, la obra de un modisto”.
Así, quienes tengan un conocimiento de la obra del pintor de Fuente de Cantos limitado a sus célebres y austerísimos monjes, se verán sorprendido con una explosión de color –y, si se permite la expresión, de glamour– sorprendente. “Zurbarán pinta los monjes blancos de las órdenes que existían ya y que han existido siempre. Mucha gente le identifica por ello con la túnica de los hermanos franciscanos. Pero sus santas y mártires, que no pertenecen a ninguna orden, son vestidas según su imaginación”, explica la académica.
Las desobedientes
Claro que, como contrapunto a esa extraordinaria elegancia, están las difíciles vidas, y las no menos terribles muertes, de las mujeres que sirvieron de inspiración al artista. Casi todas ellas fueron objeto, según las fuentes que nos informan de su final, de espantosas torturas, mutilaciones, violaciones y violencias que se traducen sobre los lienzos en símbolos sutiles. “Los maltratos que soportan recuerdan la ignominia de la tortura, y su vanidad cuando se tiene fe”, comenta Delay. “Pero son inverosímiles, ¡ningún cuerpo humano puede soportar lo que imagina el proselitismo cristiano! Así que sí, digamos que es una forma de demostrar que el alma es invencible”.
¿Y cuál es el motivo de esos tormentos que ponen la piel de gallina? A veces se trata de negarse a convertirse a otra religión, otras veces se deben al rechazo de algún varón. Pero si hay un denominador común de esas mártires, es que, quien más y quien menos, son desobedientes. “Sí, desobedecen a su ambiente pagano, generalmente romano. Desobedecen también a un padre, a un esposo. Son testimonio de una conversión milagrosa al mensaje cristiano de amor y caridad”, subraya la autora.
Tal vez por eso, cuando se le pregunta a Florence Delay si podemos entender algo de nuestra sociedad actual en el ejemplo de las patronas de Sevilla, Justa y Rufina, de Margarita de Antioquía, de Águeda de Catania, de Lucía de Siracusa, de Engracia de Zaragoza, Eulalia de Mérida, Eufemia de Calcedonia o las hermanas Inés y Emerenciana, parece sorprendida. “¿De nuestra sociedad? ¿La nuestra? ¡Pero nada en absoluto! Aparte de escapar, y encontrar un camino propio hacia arriba, hacia lo alto”.
De Zurbarán a Balenciaga
No olvida Delay deslizar un capítulo en el que recuerda el expolio de estos y otros muchos cuadros por parte de las tropas napoleónicas, especialmente bajo la responsabilidad del mariscal Jean-de-Dieu Soult, de tan ingrata memoria entre los amantes del arte andaluces y españoles. Un saqueo que no revirtió tampoco en los fondos del Louvre, pues los herederos de Soult malvendieron aquel ingente patrimonio en una subasta en 1852. ¿Es también esa figura una herida abierta para los franceses? “Lo ignoro”, sonríe. “Sólo puedo confesar que hay una avenida Mariscal Soult en Versalles, ¡y en Bayonne , por donde pasó!”.
El libro no concluye expresamente con Zurbarán, sino con Balenciaga. Según Delay, aquel recuerdo del Museo de Bellas Artes de Sevilla regresó cuando visitó en Getaria, en julio de 2016, el museo dedicado al célebre creador, el mismo que llegó a afirmar: “Un buen modisto debe ser arquitecto para los patrones, escultor para la forma, pintor para el color, músico para la armonía y filósofo para el sentido de la medida”. En palabras de la escritora, “si acabo con Balenciaga es precisamente porque él se inspiró en Zurbarán –como demuestra la actual exposición en el museo Thyssen-Bornemisza–… y porque era el modisto preferido de mi madre”, apostilla.