‘Una isla de libertad’: cuando Torremolinos se convirtió en el oasis hedonista del tardofranquismo
Hubo un tiempo en el que Torremolinos y la Costa del Sol fueron un oasis de libertad. Una franja de terreno junto al mar donde era posible vivir la sexualidad sin las ataduras de la moral del nacionalcatolicismo y podían verse las películas más rompedoras de su tiempo. John Lennon y Brian Epstein miraban a los muchachos pasar desde una terraza del Pasaje Begoña y al lugar acudían jóvenes huyendo de las sombras de la dictadura, que hacía la vista gorda. De golpe, el oasis se secó, y durante años la imagen de libertad quedó arrumbada en una caja, sustituida por la estampa del turismo barato de sol y playa, encarnado por un subtipo español que inmortalizó el landismo.
Un documental reivindica ahora la relevancia histórica de Torremolinos y la Costa del Sol en el contexto del tardofranquismo. Una isla de libertad. La Costa del Sol durante la dictadura, está dirigido por Rafael Robles Rafatal, con la participación de Canal Sur y el apoyo de la Diputación de Málaga y los ayuntamientos de Torremolinos y Benalmádena. “La película dibuja un mapa de lo que ocurrió en la Costa del Sol en unos años muy concretos en los que gozó de una libertad que no existía en otras partes”, afirma el director malagueño.
Por la pantalla desfilan una treintena larga de protagonistas de aquellos años que reivindican la contribución de Torremolinos y la Costa del Sol a las libertades en España.
Bohemios, artistas e intelectuales en la Costa del Sol
La película traza una ruta histórica con salida en la inauguración del Hotel Pez Espada, en 1958, y destino en la redada del Pasaje Begoña, en 1971. “En esa horquilla ocurren gran cantidad de cosas relacionadas con la cultura”, cuenta Rafatal. Se ruedan grandes producciones de Hollywood; se impone un desarrollismo urbanístico que aporta también las joyas singulares del llamado “estilo relax” (algunas ya protegidas, como el Palacio de Congresos o el Pez Espada); e incluso se reivindica Torremolinos como vía de entrada de la triunfante música yeyé.
Con estas expresiones culturales viajaba también la modernidad. A Málaga llegan bohemios, bon vivants, transexuales, aristócratas, intelectuales y demás heterodoxos. Coccinnelle, Edgar Neville y Ángeles Rubio Argüelles, Jean Cocteau y los Bowles, que huyen de Tánger, y tantos otros. Todo generó un caldo de cultivo para la modernidad: “Lo nuevo, lo foráneo, todo lo que viene de fuera que a España no llegaba. La modernidad trae la cultura, y la cultura trae la libertad”, resume Rafatal.
La historia es rica en anécdotas. De Frank Sinatra, que había llegado a España persiguiendo a Ava Gardner, se cuenta que tuvo que pagar 25.000 pesetas por desórdenes públicos tras intentar partirle la cara a un fotógrafo. También, que acabó escupiendo ante el retrato del mismísimo dictador que colgaba del despacho del gobernador de Málaga. Anthony Quinn bailó sobre un tablao flamenco. Dicen que Rachel Welch se tiró en paracaídas y que Brigitte Bardot tomó el sol desnuda.
Fruto de aquel clima de libertad, surgió también la Semana Internacional de Cine de Autor de Benalmádena (SICAB), nacida en 1969 de la mano de Mamerto López-Tapia e impulsada de forma definitiva por Julio Diamante a partir de 1972. Allí pudieron verse, antes que en ningún sitio en España, obras que al franquismo debían saberle a aceite de ricino: Johnny cogió su fusil (Dalton Trumbo, 1971), Muerte en Venecia (Luchino Visconti, 1971) o Las amargas lágrimas de Petra Von Kant (Rainer Werner Fassbinder, 1973). Para El Imperio de los sentidos (Nagisa Oshima, 1976) hubo que esperar a 1977, después de un primer intento censurado en 1974.
Incluso la Iglesia colaboraba. Cuenta Rafael Pérez Pallarés en la película que el monseñor Bocanegra pensaba que algo de aperturismo no le venía mal a Málaga. “El bikini estaba prohibido, pero había un pacto tácito: la Guardia Civil paseaba por la playa, la gente se echaba la toalla encima y cuando pasaban se la volvían a quitar”, relata el director.
La redada del Pasaje Begoña
Durante mucho tiempo, el franquismo no se dio por enterado. Aquel lugar cosmopolita y hedonista generaba divisas, y eso bastaba. Hasta que algo hizo saltar la espita. El 24 de junio de 1971 Víctor Arroyo, gobernador civil de Málaga, ordenó una redada en el Pasaje Begoña, lugar de encuentro de homosexuales y transexuales. 114 personas fueron arrestadas y 300 identificadas por “atentar contra la moralidad y las buenas costumbres”. Los extranjeros fueron deportados, a todos se les advirtió de que les estarían vigilando y varios locales fueron clausurados.
A partir de entonces, Ibiza o Benidorm recogieron la bandera de la tolerancia sexual, y en Torremolinos el turismo de masas sustituyó al cosmopolitismo desprejuiciado y vividor. En adelante, Torremolinos iba a ser la aspiración veraniega de una nueva clase media española, definida por películas como El turismo es un gran invento, El abominable hombre de la Costa del Sol o Pepito Piscina. Otras, como El puente (Juan Antonio Bardem, 1977) exploraron otros caminos.
Durante algunos años no estuvo de moda reivindicar el pasado. Novelas como La guía secreta de la Costa del Sol (Antonio Olano, 1974), Torremolinos Gran Hotel (Ángel Palomino, 1976) o The drifters, del premio Pulitzer James Michener, dan cuenta de un tiempo y un lugar en el que el municipio (por entonces, un barrio de Málaga) era el tercer vértice de un triángulo de libertad que completaban Tánger y Gibraltar.
Pero más allá de ellas, todo parecía haberse desvanecido. “La catetización, si es que existe esta palabra, fue extendiéndose lenta pero inexorablemente y llegó a imponerse definitivamente en 2002 con el descubrimiento a todo boato del inefable Monumento al Turista”, escribe Javier Ojeda, vocalista de Danza Invisible, en Torremolinos, de pueblo a mito, una edición especial de la Revista Litoral publicada en 2017.
Un legado que ahora se reivindica
En los últimos años, sin embargo, se ha despertado el interés por reivindicar el legado. El ayuntamiento ha apostado de forma decidida por su pasado, financiando una ruta de murales que retratan algunas de las grandes estrellas que pasaron por el pueblo, de Ava Gardner a Brigitte Bardot, pasando por Frank Sinatra. El Pasaje Begoña, símbolo del movimiento LGTBI, ha sido declarado Lugar de Memoria Histórica por el Congreso de los Diputados y el Parlamento de Andalucía. Y aún puede verse en La Térmica una exposición dedicada al rodaje de Los joyeros del claro de luna (Roger Vadim, 1958), protagonizada por la musa francesa.
En este afán han tenido también un papel fundamental esfuerzos altruistas, como el de José Luis Cabrera y Lutz Petry, autores de la web Torremolinos Chic, un espacio fascinante donde se recopilan fotografías, historias y anécdotas con una vocación casi arqueológica. “Toda España tiene una deuda histórica con Torremolinos. Aquí se inició la transición cultural, con la entrada imparable de nuevos hábitos y costumbres que revolucionaron la moral”, explicaba Cabrera en una entrevista con eldiario.es/Andalucía.
Medio siglo después, una cinta recoge los testimonios de los que lo vivieron, en un afán de reivindicar que sí pervivió un legado. “Lo importante es ver el poso, la semilla para que hoy sigamos siendo la ciudad más cosmopolita de España, acostumbrada a lo ecléctico y la heterogeneidad. No hay nada más ecléctico que la Costa del Sol”, zanja Rafatal.
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