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Antonio Rodríguez Almodóvar: “La corrección política, aplicada a los cuentos, es destructiva”

Antonio Rodríguez Almodóvar, en una imagen de archivo.

Alejandro Luque

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Los Cuentos al amor de la lumbre, la recopilación de cuentos populares españoles realizada por Antonio Rodríguez Almodóvar que ha acompañado a tres generaciones de lectores, cumple 40 años. 135 relatos, entre ellos algunos tan populares como Garbancito o Juan sin Miedo, que han conocido a lo largo del tiempo medio centenar de ediciones, y que ahora vuelven a los anaqueles de novedades de la mano de Alianza Editorial en un solo volumen de 672 páginas en busca del público del presente y del futuro.

“No siento el paso del tiempo más que en algunas derivadas morfológicas”, comenta con buen humor Rodríguez Almodóvar (Alcalá de Guadaíra, Sevilla, 1941) quien asegura que este largo recorrido de los Cuentos “me ha dado la vida”, con sorpresas como ver salir a la luz una o dos ediciones anuales. Toda una “rareza filolófica o editorial” que el autor solo se explica por el hecho de que “la gente lo ha hecho suyo y ha entendido que, a través de la recopilación, muchas de estas historias se estaban salvando de una muerte segura”.

Para localizar el origen de los Cuentos al amor de la lumbre habría que remontarse a sus tiempos de estudiante del sevillano. “En la facultad tuve la suerte inmensa de ser alumno de Agustín García Calvo, tan distinto de la mugre que había entonces entre los profesores. García Calvo impartía entonces un seminario de mitología comparada, y en él nos habló de un libro prácticamente prohibido, el Juan de Mairena de Antonio Machado, que hacía una apología del folklore magistral. ‘Si vais de poetas, cuidad de vuestro folklore’, decía Machado, y no era una metáfora ingeniosa, lo pensaba igual que su padre. Y en Abel Martín añadía que hay que conservar el folklore ‘para poder enseñar bien a las clases adineradas’, ¡agárrate! Fue ahí cuando empecé a entender que la cultura letrada y la letrada eran absolutamente independientes”.

Memoria afectiva

Rodríguez Almodóvar empezó a hacer trabajo de campo, y nunca ha olvidado el nombre de su primera informante, de Carmona para más señas, Ángeles Salgado, ni el primer cuento que le confiaron: Juan el Oso. Eso fue en 1976, y tenía todavía años por delante para trasegar toda Andalucía y parte de España en busca de más historias: Menorca, el País Vasco, Galicia... “Nunca he dejado de buscar, incluso cuando me metí en la aventura política. Cuando en el 82 aparecen mis Cuentos maravillosos españoles, mis compañeros se preguntaban de dónde sacaba el tiempo. ¡Estábamos poniendo en pie la primera corporación democrática en Sevilla! Pero nunca lo dejé”. De hecho, recientemente Rodríguez Almodóvar donó al Museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla todas sus cintas, una fonoteca de 76 horas en total donde permanecen las voces de todas las personas que quisieron contribuir a su proyecto.

Pero, ¿cuál fue el secreto de que este libro se mantuviera en el tiempo, hasta el punto de que, según cifras facilitadas por la editorial, ya ha superado el medio millón de ejemplares vendidos? “Creo que a muchos les tocó la fibra al recordar a su abuela o a su abuelo, esos recuerdos rotos que la lectura venía a recomponer. Eso me lo han dicho muchos lectores, que les he ayudado a recuperar esa parte afectiva de su memoria”, asegura el escritor.

Perrault, Disney y los Grimm son la muerte de la narrativa popular

“Yo insisto mucho en que este libro no es mío”, agrega. “Cuando empecé había un patrimonio que estaba en su fase final, pero me atreví a hacer una cosa que no es normal en la etnografía, y es reconstruir cuentos a base de retazos de muchas versiones distintas, pero con una guía segura que es el esquema de Vladimir Propp, al que tuve la suerte de descubrir cuando salía de la facultad. Las ediciones de folkloristas son académicas y poco legibles, llenas de vacilaciones, pérdidas, mezclas de cuentos… Era un galimatías al que yo quise poner orden”.

¿Cuentos sexistas?

Por otro lado, Rodríguez Almodóvar levanta una ceja cuando se le pregunta por las lecturas actuales de muchos de estos cuentos, que derivan en denuncias de sexismo u otras acusaciones similares. “¿Son cuentos sexistas? Si miras solo los estereotipos, puede que sí. Pero si atiendes a la forma oral, no. Tienes cuentos tanto de héroes como de heroínas, de príncipes encantados como de princesas encantadas, ¡hasta hay un bello durmiente y una chica que escala un palacio para despertarlo!”

“Lo que no puedes hacer es fiarte de las versiones modernas. La verdadera historia de Caperucita Roja y de Blancanieves no tienen nada que ver con el estereotipo que nos ha llegado”, subraya. Y pone una vez más en guardia al lector sobre esas lentes actuales, que pueden deformar más de la cuenta. “Yo llamo a eso culturalismo. La corrección política, aplicada a los cuentos, es destructiva. Y no olvidemos que Perrault, Disney y los Grimm son la muerte de la narrativa popular. Aunque los Grimm hicieron un trabajo descomunal, fueron limando los cuentos, quitando las cargas que pudieran molestar a la burguesía de su tiempo. No hicieron trabajo de campo, y sí de poda intensiva. Afortunadamente, en España tuvimos a un rescatador, Aurelio Espinosa, que en los años 20 hace una recopilación que nadie ha superado de 200 y pico cuentos sin apenas moralina, tal y como venían”.

40 años después, con esa nueva edición que reúne los tres prólogos realizados hasta la fecha (de José Manuel Caballero Bonald, José María Merino y Ana María Matute), Rodríguez Almodóvar confía en que estos cuentos “sobrevivan y pervivan. Mi objetivo siempre fue rehabilitarlos en la sociedad, con los instrumentos de hoy, ya sean libros, casettes, películas... No tiene ningún sentido echar a pelear estas historias con la tecnología, sino apoyarse en ella para que sigan llegando al nuevo público”.          

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