ENTREVISTA
Javier Valenzuela: “Ahora la mayoría de la información de sucesos se hace copiando y pegando los comunicados policiales”
La última novela de Javier Valenzuela (Granada, 1968), Demasiado tarde para comprender, tiene un título tomado de una canción de Nacha Pop que le transporta a otro tiempo. “Antonio Vega contaba que había compuesto La chica de ayer cuando estaba haciendo la mili en Valencia y echaba de menos las noches madrileñas”, explica el periodista y escritor. “Le salió una canción preciosa, una de las más líricas y elegantes del pop español, si no la más. Yo la asocio de inmediato con ese sentimiento que llamamos nostalgia. Nostalgia de un amor, de un tiempo, de un lugar… Y el verso que he tomado de ella para titular mi quinta novela, Demasiado tarde para comprender, siempre me ha parecido sugerentemente noir”.
Desde la primera línea, Valenzuela tuvo claro que quería llamar así a una novela negra ambientada en el Madrid de la Movida. Un tiempo “oscuramente luminoso o luminosamente oscuro, como se prefiera. Convivían la explosión juvenil de libertad, ganas de vivir y creatividad con la tremenda inseguridad ciudadana de los atracos de los quinquis, las muertes por sobredosis de heroína y la brutalidad policial”. Y con todos esos ingredientes ha cocinado su obra.
Después de ambientar varias novelas en Tánger, una de sus ciudades predilectas, cabe preguntarse si Madrid es en el fondo tan distinta. “Quiero muchísimo a las dos ciudades, pero, aunque tengan conexiones interesantes, son bastante diferentes”, explica. “Tánger es una ciudad femenina, Madrid es masculina. Tánger es marítima, húmeda y sensual, Madrid mesetaria, seca y competitiva. Tras mi trilogía Tánger Noir, he abordado lo que hasta ahora es la duología Madrid Noir, con Pólvora, tabaco y cuero y Demasiado tarde para comprender, como una muestra de agradecimiento a una capital que me recibió con los brazos abiertos y me permitió hacer la carrera profesional con la que soñaba. Madrid es un sitio bastante duro, como ya cantó Joaquín Sabina en su célebre canción sobre los años de la Movida, pero se hace mucho de querer”.
Disfrute y salvajismo
La ficción está protagonizada por una joven periodista que cubre en Diario 16 las informaciones culturales y cae de improviso en la sección de Sucesos. En su inmersión en los 80, el lector dudará si la calle era más salvaje que las fuerzas del orden, o viceversa. “Los dos eran salvajes. Lo decía la canción de Ilegales: Tiempos nuevos, tiempos salvajes. Salíamos de la siniestra dictadura de Franco y los jóvenes queríamos vivir sin restricciones. No aceptábamos límites para disfrutar a tope del sexo, las drogas y el rock & roll. Pero la Policía era exactamente la misma que la del franquismo. Su salvajismo era el de las porras, las pistolas y los calabozos. Fue un periodo muy contradictorio y por eso tan literario”.
La obra también invita a reflexionar sobre cómo han cambiado los medios. “Los periódicos jóvenes de entonces –El País, Diario 16, El Periódico de Catalunya y otros- habían nacido con la voluntad de tocarle las narices al poder. Por eso eran tan populares y por eso el oficio de periodista estaba tan valorado socialmente. Las empresas y los directores no querían que los redactores pisáramos moqueta, querían que saliéramos a la calle y trajéramos historias propias. Cuanto más irreverentes, mejor”.
“Al mismo tiempo”, prosigue, “nadie asociaba profesionalidad con aburrimiento. Los periodistas fumábamos, bebíamos y ligábamos abiertamente incluso en las redacciones. Pero los periódicos fueron perdiendo independencia y espíritu crítico a medida que fueron absorbidos por grandes grupos empresariales con ideología e intereses muy conservadores. Y, en paralelo, lo gris se convirtió profesionalmente en lo más apreciado”.
Un cadáver incómodo
El propio Valenzuela trabajó en esa sección para el diario El País, y no olvida la lección que recibió de su experiencia en un caso especial, la desaparición de El Nani: “Que no te puedes fiar de la versión oficial. De la Policía o de quien sea. Que el periodista tiene que investigar por su cuenta para saber si llueve o hace sol. Fui el primer cronista de sucesos que se ocupó del caso El Nani y mi principal mérito fue sospechar de lo que decía la Policía: que aquel quinqui se les había escapado en un descampado con las manos esposadas y rodeado de agentes. Con el apoyo del periódico para el que trabajaba, El País, y la oposición feroz del Ministerio del Interior de Barrionuevo, pude ir reconstruyendo una verdad plausible. La brigada antiatracos de Madrid había detenido al Nani, le había acusado de un delito que no había cometido, le había aplicado la Ley Antiterrorista, le había torturado en los calabozos de la Puerta del Sol y se les había muerto, así que hicieron desaparecer su cadáver. La Audiencia Provincial de Madrid confirmó en 1988 que teníamos razón y envió a la cárcel a los funcionarios implicados”.
“Como entonces no había gabinetes de Prensa ni comunicados oficiales a través de las redes sociales, los cronistas de sucesos teníamos que piratear las radios policiales, ir corriendo al lugar de los hechos y hablar con todo el mundo posible”, agrega Valenzuela. “Las historias eran así más ricas y auténticas. Y también más críticas con la versión oficial. Ahora la mayoría de la información de sucesos se hace copiando y pegando los comunicados policiales o, en el caso de las teles, reproduciendo las imágenes de sus hazañas que ellos mismos graban y difunden”.
Cuando se le pregunta qué queda para la ficción cuando uno trabaja con una realidad tan apasionante, exclama de inmediato: “¡La escritura! Contarlo de un modo entretenido y con la mejor pluma posible. Inscribo la serie Madrid Noir en ese género de novela popular y realista sobre hechos históricos recientes que practicaban Pérez Galdós y Almudena Grandes. Ellos eran maestros de ese género, claro, y yo solo un mero amateur”.
El gatillo en la memoria
Valenzuela comentó una vez que escribía novelas para contar lo que no podía como periodista. ¿Le queda mucha munición? “Mucha”, responde. “El periodismo que he practicado durante más de cuatro décadas consiste en contar hechos verdaderos y verificables; la novela realista aborda hechos verosímiles, historias que perfectamente pudieron ser así, aunque tú no tengas las pruebas que requiere el periodismo para publicarlas. He tratado con terroristas, espías, gobernantes, narcos y demás gente de mal vivir de cuatro continentes, así que imagínate lo que tengo almacenado en mi memoria”, ríe.
Como escritor, Valenzuela ha tenido siempre presente una frase de Marsé en Un día volveré: “Algunos, por si acaso, aún mantenemos el dedo en el gatillo de la memoria”. Para el granadino, “la actual España es muy desmemoriada, ha confundido amnistía con amnesia y perdón con olvido. Las jóvenes generaciones no tienen pajolera idea de la República, la Guerra Civil, el franquismo, la transición, etcétera. No es su culpa, nadie se lo ha enseñado. Por eso reivindico la novela histórica a lo Pérez Galdón y Almudena. O a lo Un día volveré, que, por lo demás, me parece una de las mejores novelas negras españolas”.
Y la próxima novela, ¿en Tánger o en Madrid? “Me está apeteciendo hacer algo sobre Beirut, donde estuve como corresponsal de guerra después de cubrir en Madrid la Movida y los quinquis y donde conocí a la madre de mis dos hijas. Quiero mucho a Beirut”.
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