Juan José Téllez: “Mientras pensábamos que las libertades se transmitían por ciencia infusa, la caverna adoctrinaba a sus hijos”

“La utopía no ha muerto aún, pero está agónica, en cuidados paliativos”. Juan José Téllez (Algeciras, 1958) lía un cigarrillo a las puertas del gaditano Café de Levante, uno de sus rincones de referencia, y esboza una sonrisa levemente melancólica. Corren malos tiempos para el idealismo, quizá también para la lírica, pero este periodista y escritor de larga trayectoria siempre se las arregla para mirar al mundo desde una óptica distinta, sorprendente. Lo vuelve a hacer con 'Los últimos pieles rojas' (Renacimiento), su regreso a la poesía desde el exitoso 'Los amores sucios'.
“Todo empezó, digo yo, cuando la clase trabajadora pensó que era clase media, y en lugar de unirse con otros débiles para intentar afrontar el imperio de los fuertes, decidieron que ellos eran fuertes también”, reflexiona el escritor. “Que la consigna no era ‘nadies del mundo, uníos’, sino ‘toma el dinero y corre’. Que el valor en alza era el egoísmo, que ya no había que pensar en el porvenir colectivo, sino entrar de lleno en el sálvese quien pueda. Ha sido un proceso largo y lento”.
Por un momento, la conversación parece alejarse de la poesía, pero en Téllez ésta y la conciencia social van unidas, como lo están también al amor, a la música e incluso al humor. “Si las palabras se manosean y las banderas pasan a ser trapos despojados de simbolismo, estamos tirando la toalla frente a quienes tienen claro que el mundo es de los poderosos, y acabamos pensando que no tiene sentido enfrentarse a ellos. Hemos ido abjurando de todas las revoluciones y estamos a punto de perder la última. De los muros de la Bastilla se están cayendo la libertad, la igualdad y la fraternidad, tres ideas que están muriendo en los últimos años en todas las elecciones”.
No perder el relato
“Deja ya de rezar sobre los templos vacíos,/ que los dioses ya huyeron rumbo a la frontera/ y hay naves ardiendo sobre un mar de dudas./ El infierno es lo que recordamos del futuro”, asevera el autor en los versos finales del poema Memoria del apocalipsis.
En esta defensa de la palabra, en esta llamada a no permitir que sea arrebatada, Téllez subraya que “si pierdes el lenguaje, pierdes el relato. Las redes están ocupadas por haters. En los medios ha habido una purga ideológica increíble. Yo crecí en un periodismo en el que las cabeceras encerraban opiniones plurales y gente que sabía escribir entre líneas, que se arriesgaba a perder no el trabajo, sino la libertad. Ahora los medios exigen certificados de buena conducta ideológica, y hasta al ujier tiene que pensar como los editores. Vamos hacia un modelo de conversación social en el que no prima el diálogo entre adversarios, sino en la prédica a los creyentes en la trinchera de cada uno. La polarización que vivimos no es un accidente, sino una consecuencia lógica de todo esto”.
¿Y qué puede hacer la poesía ante esta corriente aparentemente irrefrenable? “Mira, yo vengo de una familia históricamente analfabeta”, confiesa. “El primer libro que llegó a mi casa fue el que me compraron mis padres con ocho años, porque se dieron cuenta de que me gustaba leer. Era gente que no pudo tomar nunca la palabra en público. Para mi generación, tomar la palabra significaba algo. Yo, si tengo interés en ejercer la crítica para transformar la realidad, aunque sea un ápice, escribo un artículo de opinión. Pero si quiero transmitir una emoción, un sentimiento amoroso, busco otra fórmula. Dicho esto, creo que la poesía tiene más que ver con la música y la matemática que con la literatura, al tiempo que apela a un inconsciente colectivo que tenemos poblado de armonía, de imágenes”.
Responsabilizo a la sociedad que se dice de izquierdas pero es incapaz de comprometerse con las ideas que predican. Y por supuesto está la desunión
En El valor de los salvajes, se lee: “Cuando lleguen los días en que el amor sólo circule/ a través de largas autopistas de peaje/ y el aire libre se mida por billetes sucios/ o pongas cara de comprar el porvenir a plazos,/ yo estaré al otro lado del tiempo tibio/ mirando hacia los oscuros balcones de tu alcoba/ y preguntando por el precio que pida tu memoria.// Cuando lleguen los bancos a desahuciar tus recuerdos/ y no haya un solo amigo que salga gratis,/ en la hora del apocalipsis y de las bolsas en quiebra,/ cuando besemos con la frialdad serena de los telediarios/ y seamos el retrato robot del papel moneda,/ nos preguntaremos tal vez cómo empezó la barbarie/ y por qué prendimos fuego a las escuelas antiguas”.
El cigarrillo de Téllez se consume mientras su discurso vuelve al análisis de cómo hemos dejado, todos, morir los ideales que movieron a la gente corriente hace apenas unos años. La fortaleza del gran capital está ahí, pero, ¿en qué ha podido ayudar la izquierda en esa demolición? “Hay mucho que imputarle: su silencio frente a los totalitarismos de las teorías woke, una cierta hipocresía progre que se acoge a la idea de ‘not in my backyard’. Responsabilizo a la sociedad que se dice de izquierdas, pero es incapaz de comprometerse con las ideas que predican. Y por supuesto está la desunión. Siempre recuerdo a Bergamín, católico, que aseguraba estar dispuesto a ir con los marxistas ‘hasta la tumba, pero ni un paso más’. Unos y otros no nos ponemos de acuerdo en qué parte del camino podemos recorrer juntos, y en qué parte nos separamos. Donde nos encontramos históricamente es en los paredones”.
“El tiempo se ha quebrado, el mundo es la derrota, / y yo no traigo a bordo más que deserción./ Las pavanas que habían anidado en mi alma/ hace mucho que huyeron a ultramar de las sombras…”
Ahora tenemos un mundo en el que los Trump, Milei, Meloni y similares acaparan cada vez más poder, y según algunos analistas lo hacen usurpando las formas revolucionarias, arrogándose la utopía. “Los millonarios posan de antisistema, pero son el sistema”, concluye Téllez. “Cuando la derecha logró tumbar la Educación para la Ciudadanía, hizo su trabajo. Cuando en este país hemos tolerado que entre la enseñanza pública y la privada haya un mixto lobo llamado enseñanza concertada, sin definir los campos, hemos dinamitado la educación. Mientras pensábamos que las libertades se transmitían por ciencia infusa, y se nos olvidaba contar a nuestros hijos que no hay ninguna conquista permanente, la caverna sí adoctrinaba a sus hijos. Buena parte de nuestra historia reciente no es conocida por las nuevas generaciones porque no tocaba en nuestras sobremesas de casa. Ellos sí les contaban su versión. Ahora volvemos al Antiguo Régimen, donde la única religión es la del poder eclesiástico, y la única ideología la de los imperios. Y al resto solo nos queda la picaresca”.
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