Mircea Cartarescu: “Los rumanos apoyamos a Ucrania porque somos la siguiente víctima”
Unánimemente considerado uno de los grandes escritores europeos, incluido –ya a su pesar– cada año en las quinielas del Nobel, Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956) es un clásico vivo y en actividad casi permanente: escribe sin parar y no muestra la menor fatiga en las largas jornadas de entrevistas. Este encuentro con elDiiario.es se produce en Sevilla, al día siguiente de que Cartarescu abriera el festival Escribidores de Málaga conversando con un ídolo de su juventud, Mario Vargas Llosa. Le acompaña, como siempre, su esposa, la poeta Ioana Nicolaie, y su fiel traductora Marian Ochoa de Eribe.
“Para mí fue más que un referente, un héroe”, confiesa. “Yo empecé a escribir en los 70, y sus libros cambiaron mi vida. Nunca olvidaré la revelación de La tía Julia y el escribidor o de La guerra del fin del mundo, o incluso La ciudad y los perros, todos ellos libros fundamentales para mí. Nunca hubiera soñado con compartir escenario con Vargas Llosa. Ha sido un gran honor”.
Para mí lo importante era la calidad literaria de todos ellos, incluso aunque su ideología no se correspondiera con la mía
La cita le ha servido a Cartarescu para recordar el estimulante shock que supuso para su generación el descubrimiento del boom latinoamericano, empezando por Carpentier y García Márquez. “Yo sentí que por fin leía los libros que había querido escribir. La de Rumanía siempre ha sido la literatura de la imaginación, de la fantasía y ese es el motivo por el que el realismo mágico se adaptó muy bien a nuestra sensibilidad”.
La tan cacareada deriva política de Vargas Llosa le trae tan sin cuidado, dice, como la filiación izquierdista que tenían otros autores de aquel tiempo. “Sé que la mayoría de ellos eran de izquierdas o extrema izquierda y que Vargas Llosa o Borges defendían otras opciones. Pero para mí lo importante era la calidad literaria de todos ellos, incluso aunque su ideología no se correspondiera con la mía. Leí los libros de García Márquez sin ninguna implicación política, solo sorprendido por su increíble imaginación. Y en una novela como Conversación en la Catedral me pareció tocar temas eternos, más allá de cualquier otra cosa. Vargas Llosa me parece un escritor serio y robusto, de la raza de Tólstoi y de Mann. Un escritor fuerte y disciplinado, que sigue escribiendo cada día sin desmerecer la calidad literaria. Puede que no todos sus títulos estén al mismo nivel, pero todos son grandiosos”.
El autor de títulos tan celebrados como El ruletista, El ojo castaño de nuestro amor, Solenoide o la trilogía Cegador se encuentra estos días muy preocupado con la invasión rusa de Ucrania, y no desaprovecha una ocasión para manifestar su rechazo. “En Rumanía tenemos una larga frontera con Ucrania, estamos viviendo lo que ocurre de una forma muy personal porque somos la siguiente víctima. Para mí ha sido una grata sorpresa ver que los ucranianos no se han asustado, están muy decididos a resistir los ataques de Putin, y yo los apoyo con toda mi fuerza. Hemos recibido muy bien a los refugiados, y en general se ha visto una clara solidaridad con Europa y la OTAN. Porque los ucranianos son nuestros vecinos, se parecen mucho a nosotros y sentimos hacia ellos una simpatía natural. Y porque están siendo atacados”.
Aislar un poder “extremadamente peligroso”
Pero, ¿puede hoy la literatura, la palabra, hacer algo frente a las bombas? Cartarescu trata de darle su sitio. “La literatura es uno de los objetivos de la vida, como otros muchos: las pequeñas alegrías de cada día, los pequeños planes… Todos son importantes, porque nos dan motivos para seguir adelante. De hecho, es eso lo que defendemos ante esos ataques insensatos. Los ucranianos están defendiendo literalmente el derecho a nuestra vida intelectual, a la libertad, al arte”, asevera.
Rusia siempre ha necesitado un zar que extienda su imperio continuamente
Lo que aparece en las noticias despierta sin duda los fantasmas interiores de alguien que ha escrito extensamente sobre los tiempos oscuros del comunismo en su país. “Para todos los países de Europa, Rusia es una amenaza. Siempre ha sido agresiva, dictatorial. Los rusos siempre han necesitado un zar que extienda su imperio continuamente. Rumanía ha sido atacada en numerosas ocasiones, en el siglo XIX, en el XX, han intentado convertirla en estado satélite… Por supuesto, no hablo de los rusos, como pueblo honorable que ha producido obras maestras, sino de un sistema político que lleva siglos basándose en la concentración del poder absoluto en manos de un hombre que gobierna de forma discrecional. Por eso la URSS y la Rusia actual son aterradoras, pero ahora es la primera vez que amenaza con un arma nuclear. Algo que yo no interpreto como una amenaza real, sino como una mente enferma”.
“No odio a nadie, no conozco ese sentimiento. Aún menos un país; es algo que no puede ser odiado”, subraya el escritor para dejar claro que no hay rusofobia en sus palabras. “Pero puedes tener miedo de su sistema de gobierno, que puede transformar a cualquier pueblo en un pueblo bárbaro. No se trata de odiar, sino de aislar a un poder extremadamente peligroso”.
Orgullo europeo
Para Cartarescu se trata de un verdadero desafío a los valores europeos, que tiene incluso su lado positivo. “Estoy muy contento con que Putin haya logrado unir Europa como no habíamos soñado en 50 años. Putin ha reinventado la OTAN, que estaba muy desgastada, mientras que ahora la vemos en pleno funcionamiento y muy decidida. Por supuesto creo en los valores europeos: todo ciudadano tiene una ciudadanía doble, una la de su nación y otra europea. La gente debería ser más consciente y estar más orgullosa de ello. Yo desde luego lo estoy. Me defino como un escritor europeo, y me siento en mi casa en cualquier lugar de este continente”.
Por último, para aliviar un poco la gravedad de la conversación, una pregunta sobre su afición a las redes sociales. “Son una paradoja: no puedo con ellas, y tampoco puedo pasar sin ellas”, confiesa. “He intentado alguna vez dejar mi actividad en Facebook, por ejemplo, y lo máximo que he durado han sido dos meses, después de los cuales me deprimí. Con la Covid, cuando no podía verme con gente, me los encontraba allí. Es una ventana abierta en tu vida cotidiana. Soy también un gamer en cierta medida, tengo un hijo de 19 años y juego con él, me gusta ver Netflix, navegar por Facebook e Instagram, disfrutar como cualquier persona normal y corriente”.
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